I sabel, Isabel, te llamo y no me contestas.- Quejicoso le salía un hilo de voz al provecto hombre que venteaba aquellas cuitas al espacio de nadie. Solitario vagó por la remembranza de sus palacios. ¡Qué fue de l os valses dulzones de la gran sala, donde brillaban las charreteras del viejo emperador, él mismo! Parecía que ella todavía le sonreía allí, bajo la lámpara de araña maravillosa que como Aracne tejía el tiempo y lo paraba para aquellos que se refugiaran bajo su protección. Recordó entonces cómo en la lontananza la camarilla del emperador vigilaba a su majestad, y crearía ipso facto una cápsula de seguridad para velar cualquier amenaza. Caprichoso tiempo, que había tornado su rostro en un pergamino e hizo que ella se fuese de forma tan acre. Francisco José I de Austria nunca había sido coqueto, salvo al toparse con una linda Isabel, princesa rebelde de una hermosura indecible. Mientras giraban en la gran sala, el mundo se convertía en un espejismo ajeno ...
Un viaje por la historia y la cultura