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Mostrando entradas de julio, 2018

Proyecto Huemul

  M ire al cielo, su excelencia. En Bariloche luce el sol como en cualquier otro lugar de la Tierra.   - Sí nos pudiésemos traer el astro rey- añadió el científico , que bosquejaba una sonrisa en su rostro, ido por miles de pensamientos que acudían en tropel. - Esa es la clave- se resabió con las manos atrás, Ronald Richter .  - Porque las termofusiones que se producen en su interior, generarían energía limpia a diferencia de la fisión, que crea el inconveniente de los residuos (1) .  Perseveraban por los caminos flanqueados por cipreses, arrayanes y reinas moras.  Asilvestrada, la Isla Huemul , todavía no se había acostumbrado al vigor de las obras, que día y noche querían conquistar el porvenir de la nación. Como si hiciesen un aparte, la hermosa Evita Perón se rezagaba o quizá el zapato escogido por la dama de los descamisados, fuese menos apropiado de lo indicado. El afán de andar glamurosa siquiera en la naturaleza, le había perdido. - ¿ Estás bien? - Volteó la cara el Gen

Alberti vs Hernández

S e  movían en un poso de percepciones diferentes. Cuando llegaba a una reunión de poetas,  Miguel Hernández con su olor a sudor y polvo, la ropa y zapatos desgastados, Federico García Lorca decía a escondidas  y con algo de maldad: " que viene el paleto ". Apuraba entonces su café, y movía fingidamente sus pies en un charlestón alocado, que mostraba premura por abandonar el local. - Adiós, Miguel, me tengo que marchar. Tengo muchísima prisa, otro día hablamos. - Adiós, Don  Federico - reponía con cara incrédula el de Orihuela, de no comprender nada.  Sabemos no en vano, que el ánimo aborrascado de Hernández poco se congraciaba con la frivolidad mundana de Lorca. Es más, a principios de  julio de 1936,  soplaban en Madrid los céfiros de una guerra que se mascaba en el ambiente, y Vicente Aleixandre , de cuyos amores nos ocuparemos en otra entrada, organizó una velada a modo de despedida. Todos eran conscientes de que se asomaban a un abismo desconocido. Pero Aleixan

Hoover

L e dieron la bandera americana, que había cubierto el féretro.- Todo un patriota. - Repitieron la letanía a Clyde Tolson . Después de todo, querían quedar bien con quien podría tener toda una Caja de Pandora en sus manos. Los dosieres que Edgar Hoover , el finado, con tanto primor archivó en vida,y que de salir a la luz, se convertirían en una bomba de relojería aún discurridos años de la muerte de algunos de sus implicados. Otros garufas que seguían más vivos que nunca, temían con razón que se hiciesen públicos aquellos memorandos, que escarbaban en las facetas más oscuras de su intimidad. El propio Presidente Richard Nixon tan dolido aparentemente, ocultó sus congojas en las exequias. Una legión de hombres de negro habían volado por esta razón al apartamento de John Edgar Hoover la misma mañana del deceso. Su objetivo hallar cualquier documentación comprometida, que implicase a personas importantes para la nación. Como supimos más tarde, en ese archivo de los desagravios, Martin

El pequeño genio

U n cuerpo demasiado recortadito, una nariz y boca revenidas por la amargura. El artista observaba alicaído, con las pestañas entrecerradas, los primeros contornos de su pieza. Abre la persiana de sus ojos. Es la mañana siguiente, casi como rito monacal, toma los pinceles y la trementina se adueña de sus sentidos. Las manos muñones se agitan entonces sobre el lienzo, para plasmar mejor que nadie la fugacidad del deseo y del placer. Solamente bajo el sayo lunar y los efluvios de las sustancias, recompone algo de su ser. Recrea con memoria fotográfica la colección de rostros de la noche anterior, donde la luz de la juventud baila de manera efímera. Por los camerinos se había desplazado zambo; una tortura - contaban que varios accidentes deportivos donde se rompió los huesos, le postraron buenas temporadas en la cama e impidieron un desarrollo normal del joven patricio - siguió su periplo nocturno, durante el cual  se presta a las chanzas, para ser reconocido como un miembro más de la t

La Torre Lustig

  U n monumento a la imbecilidad humana, había tachado el gran Leon Tolstoi a la torre enhiesta, que recortaba el horizonte de una ciudad como París. Hórrida silueta que quebraba el clasicismo del Arco del Triunfo y del lúcido París de Haussm ann. El jorobado caminaba con la guía de la luna. La Place Pigalle casi solitaria, salvo algún alma que escondía sus vicios. De la caseta color jaramago del Pére Frede al Cábaret Du Néant.- Y dices que no van a derribar ese armatoste del diablo. -   No, por supuesto que no. -  -  Estos políticos qué bien administran el dinero de los demás.- Tocado por Baco, se le había encendido la lengua al ser corcovado, que manoseaba a la joven. Querría llevársela al caletre amatorio. Era mucho más feo Tolouse Lautrec , que había amamantado de sus fulanas adoradas .    - ¿A usted no le gusta? – Le preguntó la cándida muchacha, una provinciana de cabello blondo y canalillo para caer en un mar de tentaciones. Miró arriscada al duende  de la noche. - Le d

Los ladrones van a la oficina

L a noticia l e arrancó una sonrisa al joven Luis García Berlanga . Qué delante de sus narices, se hubiese desarrollado toda una tramoya del engaño, le despertó mucha hilaridad. Miró alrededor del Levante mientras leía el recuadro del Heraldo de Madrid ¿ Qué conocía  realmente de todos aquellos señores que se decían sus amigos? El joven merodeaba con unos pocos cervantes en el bolsillo por los café- conciertos, donde orondas canzonetistas elevaban sus voces con enormes gallos, y perpetraban cuplés, arias de Puccini, o lo que se terciase ¿Serían el antecedente de sus presuntos devaneos con las ninfas de plástico?  Luego estaban las tertulias, más aposentadas, en las que catar algo de ginebra constituía todo un deliquio para catorriberas, soplistas, que escuchaban embelesados a las pocas figuras que había dejado una guerra, parteaguas de nuestra cultura. Jacinto Benavente , para solaz de algunos, todavía escribía comedias en El Gato Negro , ¡cuidado, crucemos los dedos, todos a cubiert