¿Q uién conocía realmente a Montagu Norman ? El caballero excéntrico, que moraba en una mansión decimonónica convertida en fantasma de vanguardias ornamentales. Sus manías, y el hecho de que hollase la cuarentena como solterón, le convertían en un nigromante a ojos de una sociedad, que se sacudía los resabios de la época victoriana. Objeto, por ende, de no poco tole tole y de chanzas en su exclusivo vecindario. ¿Habría sido víctima de la fiebre homoerótica que se vivía en las Academias militares? En cualquier caso, algunos residentes superaban sus prejuicios y se acercaban al señor Norman con el oscuro objeto de pedirle consejo en los negocios, pues su carrera en la banca de inversión había sido meteórica. Contaban las malas lenguas, que el vejestorio del Gobernador del Banco de Inglaterra, el barón Walter Cunliffe, solamente se fiaba de las ideas del señor Norman. Con esos años, Montagu era como un adolescente en aquel mundo de los elegidos, tan hermético como proclive para edades
J ames Salter pertenece a esa prosapia de una intelectualidad trashumante, que recorrió el espinoso siglo XX, repleto de conflictos, con los ojos abiertos y afán de reproducirlo en artículos. Para lo cual era preciso, un Macallan, no demasiado aguado, una Underwood, y una cajetilla de Lucky Strike. Periodista, piloto, se topó con todos los nudos gordianos que delimitaron la política de centuria tan compleja. Además, acercó el Viejo Continente de forma muy introspectiva a los americanos. En quemar los días , que es un prontuario de esos artículos, nos resulta memorable esa escena, en la que con barcazas surcan el golfo de Manila, donde las huellas de la guerra todavía permanecen incólumes. Zafándose de las chimeneas de cargueros hundidos, la herrumbre del óxido en toda esa chatarra, mientras los céfiros repletos de vida que soplan desde la gran urbe, le trae el rumor de esa grisalla manilense. El excelente compendio de Salter, un periodista y novelista excepcional. La resurre