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La guerra bancaria de 1914

  ¿Q uién conocía realmente a Montagu Norman ? El caballero excéntrico, que moraba en una mansión decimonónica convertida en fantasma de vanguardias ornamentales. Sus manías, y el hecho de que hollase la cuarentena como solterón, le convertían en un nigromante a ojos de una sociedad, que se sacudía los resabios de la época victoriana. Objeto, por ende, de no poco tole tole y de chanzas en su exclusivo vecindario. ¿Habría sido víctima de la fiebre homoerótica que se vivía en las Academias militares? En cualquier caso, algunos residentes superaban sus prejuicios y se acercaban al señor Norman con el oscuro objeto de pedirle consejo en los negocios, pues su carrera en la banca de inversión había sido meteórica. Contaban las malas lenguas, que el vejestorio del Gobernador del Banco de Inglaterra, el barón Walter Cunliffe,   solamente se fiaba de las ideas del señor Norman. Con esos años, Montagu era como un adolescente en aquel mundo de los elegidos, tan hermético como proclive para edades
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Salter, testigo privilegiado y trashumante del siglo XX.

  J ames Salter pertenece a esa prosapia de una intelectualidad trashumante, que recorrió el espinoso siglo XX, repleto de conflictos, con los ojos abiertos y afán de reproducirlo en artículos. Para lo cual era preciso, un Macallan, no demasiado aguado, una Underwood, y una cajetilla de Lucky Strike. Periodista, piloto, se topó con todos los nudos gordianos que delimitaron la política de centuria tan compleja.   Además, acercó el Viejo Continente de forma muy introspectiva a los americanos. En quemar los días , que es un prontuario de esos artículos,  nos resulta memorable esa escena, en la que con barcazas surcan el golfo de Manila, donde las huellas de la guerra todavía permanecen incólumes. Zafándose de las chimeneas de cargueros hundidos, la herrumbre del óxido en toda esa chatarra, mientras los céfiros repletos de vida que soplan desde la gran urbe, le trae el rumor de esa grisalla manilense.  El excelente compendio de Salter, un periodista y novelista excepcional.   La resurre

La corrupción en la España de Chaves Nogales

  N o tenía cuerda su reloj de pulsera, pero la luz en el gabinete le dio una impresión de la hora que correría a esas alturas de la tarde. Don  Manuel Chaves Nogales  dada su afición a los clásicos griegos y españoles, Calderón de la Barca y Esquilo , abrigaba con decoro aquel ejemplar ajado, de modo que maniobró con cautela aquel libro con las aventuras de Belerofonte. En realidad ,  aguardaba a que las galeradas del Ahora , se convirtieran en la tinta fresca de la mañana. Le habían pasado cosas, pero ninguna como los titulares que lucirían en aquella tirada, que le causaron tanta perplejidad. Alejandro Lerroux dimitía por el escándalo que hizo que también su formación política, el Partido Radical , implosionase. Manuel Chaves Nogales y su esposa, el gran periodista y referencia ética. Un periodista incómodo, ese Santiago Vinardell , en lo que el partido  había llamado extrañas fabulaciones, logró establecer la conexión con su sobrino Aurelio  Lerroux , siempre disipado, aunque su

Hermanos de sangre de Ernst Haffner.

H abía una esperanza alba, que reconciliaba a todos los alemanes de diversas tendencias ideológicas. No en vano, lo avalaban sus logros. Pero un día funesto, cuando se levantaba de la cama, notó que su mente flotaba y que algo no terminaba de funcionar. Su maldita cabeza, no le permitió lograr el equilibrio mientras sentado otra vez en la cama, se abotonaba su camisa. Una apoplejía acababa con la vida del mayor político germano de los endiablados Años Veinte, un tal Gustav Stresemann . Época que pareció una especie de montaña rusa, para un Viejo Continente y en especial para su patria, Alemania, tan castigada por la destrucción de la contienda más reciente.  El gran líder político, Gustav Stressemann. Todo el país lloró el repentino óbito, de manera sincera. Con él, los nazis habían perdido cualquier esperanza, también las revoluciones bolcheviques de germinar en tierra germana. ¿Y ahora qué? La conducción de Gustav Stresemann, cuyos logros en política internacional, como las sucesivas

Los jinetes húngaros del Apocalípsis

  C omo pintor he retratado a las fuerzas vivas de los Estados Unidos, y me he acostumbrado a oír sus chismes. El último, supongo que no sabrían que fuera húngaro, me hizo realmente cosquillas. De un físico nuclear y premio Nobel. - No existían los marcianos o sí, conviven con nosotros. – Les resultábamos  desesperantes a buena parte de la jarca de científicos, que habían encontrado la tierra prometida en América. Gélidos como una roca de hielo, tanto como grotescos. Nuestros aires a la defensiva, no en vano, pertenecíamos a la nación más preterida de la historia. – Cuántos magiares viviendo fuera de su territorio, por culpa de unas decisiones de unos mamarrachos reunidos en la sala de los espejos. – Algunos de mis compatriotas se habían convertido en una comuna errante,  de piel bruna, y esos intensos ojos verdes, repletos de pujos agitanados y veneros ocultos. Qué pensarían de uno, un enigma para sus interlocutores. Dado que portábamos con nosotros una piel con escamas, para que les