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Los pasadores.


Éramos tres en la partida, supuse que camaradas, puesto que Ander, un vasco francés de cara abarquillada, nos dijo que esperásemos en aquel establo, al calor de las vacas, que echaríamos de menos en lo sucesivo. Una cosa que a priori resultaba difícil de barruntar cuando llevábamos encerrados tres días. A los sonoros y olorosos cuescos de las bestias, las pajas que se te clavaban por doquier, se sumaba el tiempo que había parecido detenerse en una redoma tan estrecha. Según nos había contado nuestro anfitrión, vendría un individuo, un passeur,  a recogernos para comenzar la partida- No os comáis las provisiones. Están pensadas para varios días. Podéis ordeñar las vacas y serviros la leche. Pero no salgáis nunca, salvo en caso de incendio.
Uno de mis compañeros de fatigas de aquella larga clausura, que portaba los quevedos a lo Trosky, aburrido, nos soltó toda una disertación acerca de las vacas como animales sagrados en la India. Avivó sus ojos saltones antes de comenzar el tole tole.  Dedujimos que se trataba de un profesor de historia, por lo que oliendo las moñigas de las vacas lo que no dejaba de tener su guasa, nos hipnotizó con su voz monótona y la historia de las mismas.- Hay razones tanto prácticas como religiosas.- Citó una serie de textos religiosos hindúes que no recuerdo con la bruma de los años.- Porque hemos de tener en cuenta que su leche nos puede alimentar y su estiércol calentarnos como combustible. 



De Yeza - fotografia propia, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1946688
Mural del maquis y de trasfondo los tricornios de
la Guardia Civil

Ander, nos debio ver demasiados tiernos, de modo que nos aleccionó sobre lo adverso del clima de la montaña, los Pirineos, que formaban un muro inasequible para trasponer nuestros sueños, y cuál sería el orden durante la marcha en cualquiera de nuestros actos. ¡Siempre callar! Era la primera vez que íbamos a traspasar semejante obstáculo por lo que imbuidos en el laconismo -nos explicó otra vez Ander lo importante que era cerrar el pico- pasamos por unos montañeros, que cargados de pertrechos, hacía excursiones por la cara francesa del conocido macizo, que nos separaba de mi añorada tierra. Hasta que después de un entrenamiento intenso, nos encerró en el establo. De sobra es conocida la historia, una de las guerras más universales: la contienda civil española nos obligó a desprendernos de todas nuestras nostalgias y por supuesto a reprimir cualquier anhelo de democracia. El fascismo había sido derrotado en toda Europa, y en cambio, en España seguía redivivo, por una cuestión de geopolítica. Sin embargo, había bolsas de resistencia, los conocidos maquis   que dependían orgánicamente del partido. Mi misión consistía en dirigirme a Asturias, para transmitir consignas a los guerrilleros del camarada Santiago Carrillo, además de recabar información de la lucha armada. Nunca imaginé que fuese a traspasar una sola vez aquella barrera natural formidable, repleta de pinochas y riscos donde las celadas estaban al cabo del día.

Pues uno de aquellos días de la larga espera en el establo, medio adormilados nos sorprendió el passeur, que con un boceto de sonrisa en la cara, poco se adivinaba en aquella penumbra que bailoteaba en nuestros rostros, nos espetó jocoso. - Sus señorías deben levantarse. Soy yo, vuestra esperanza.
- Pero si es de noche - repuse yo y me levanté para coger el petate.
- Mal comenzamos, si me hubieseis seguido, os podría haber llevado como tontos a la gendarmería.
- Ahh, sí, "¿quién da la voz?". - Enderezó nuestra torpeza el que pasaba por ser profesor de historia. 
- Telémaco.- Pegó una calada a su cigarrillo, mientras asentíamos con nuestras cabezas, ya que era la contraseña convenida. No supe esconder mi rubor de principiante.
 - Así me gusta más. No pequemos de confianza, que nos va la vida. No se puede fumar en abierto, os lo recuerdo. Es una señal en la oscuridad, y el tabaco huele a distancia.
- De acuerdo.- Partamos. - El plan es pasar en cinco seis días al otro lado. Nada de ruidos.- Sonó el chasquido del seguro del rifle que portaba y que había retirado. - Vamos, prima donnas. Yo iré detrás, y deberán seguir a Pachi. - Señaló hacia un mocetón vasco, de grave rostro.

De Ricardo Martín - This image belongs to the Foto Car Collection and was provided to GureGipuzkoa by Kutxa Fototeka (Kutxa Photograph Library). The image has been delivered under a CC-BY-SA 3.0 license and can be found here. Its description is available here (click on the image for details)., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=56191960
Carrillo arengando a las masas.

El frío gélido, la falta de sueño, y una marcha espartana en la que apenas tenía cabida cualquier resuello, llenó de ampollas nuestros pies. Cuando entrábamos por territorio de pinochas resecas, nos movíamos con más sigilo si cabe. Parábamos en cabañas que flanqueaban la ruta organizada, dormíamos de día. Y aunque el cansancio cruel se adueñaba de nuestros cuerpos, no había forma de dominar los párpados, que permanecían abiertos una vez tumbados cual fardos en el refugio que tocase. Cualquier repiqueteo, la irritabilidad te sumían en un duermevela, del que salías en cuanto Pachi y el otro que se llamaba Lander, nos sacaban de nuestra molicie. Una vez más, por senderos ignotos, cuando un ruido en la lontananza nos ponía  a todos en vilo. El Gobierno francés no quería estar a malas con Franco, así que había agilizado sus refuerzos en las fronteras para que aquellas no fuesen tan permeables. Parecía a tenor del juicio de Pachi, más versado en explorar los ruidos del bosque, que aquel sonido provenía de las motocicletas de la gendarmería. Por su cilindrada, discurrían a unos quinientos metros por la carretera, que a aquella distancia tenía la apariencia de una cuerda sinuosa.



De Mikhail Koltsov / Снято на фотоаппарат "ФЭД" Михаила Кольцова, имеющий автоспуск. Фотоаппарат находится чуть выше уровня земли. - Trabajo propio photo, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=22655142
Enrique Líster con la que decían que era la voz de Stalin,
Mijaíl Koltsov


Otra vez a dormir por el día. Y según las luces del alba herían nuestras retinas, intuimos que las nubes se aposentaban en el macizo por el que discurríamos. A la noche siguiente, nos resistimos a salir debido a la llovizna tan intensa que caía. Mas Pachi nos apuntó con su rifle y nos preguntó que si estábamos locos. La lluvia borraba las huellas olorosas, lo que era una ventaja para superar las batidas de la policía franquista. - ¿ Cómo que la policía franquista? - Pregunté con un átomo de fuerza que aún me restaba. Pachi nos aclaró que nos encontrábamos en territorio español, lo que tornó todos nuestros sentimientos en un afán de lucha más enconado. "¡ Nuestra patria arrebatada por el fascismo!" Un día tras otro, roíamos el queso, magro sustento hasta que una mañana una cinta de agua asomó tras la falda de un somonte. - Es el Bidasoa, chicos, final de trayecto. Desde aquí todo será más sencillo. Os valdrá la documentación que tenéis.

Por supuesto falsa. Sabía que debía ir a visitar a mi falsa sobrina a Santander, que vendría con una niña de tres años para disimular los tintes políticos de nuestra cita. Con todo, no me esperaba  las malas noticias que llevaba conmigo en aquél 1948. La carta cuyo contenido juro desconocer, sería el embrión de la disolución de los maquis por orden directa de Joseph Stalin. Más tarde leeríamos a Enrique Lister(1)que la lucha de los comunistas se había saldado a consultas con el mariscal Tito, con treinta mil dólares. Ni siquiera el verso suelto del comunismo, que comenzaba a abismarse de los soviéticos por aquellas fechas, se atrevió a dedicar más recursos a esos locos románticos de las montañas españolas. Quizá para no afrentar más a Moscú. Parvo negocio en cualquier caso para Lister, que había ido a recabar más ayuda para que los voluntarios llegasen por mar en lugar de por los tormentosos y más vigilados Pirineos. La verdad es que la llama de los maquis se fue apagando. Si se camina con tiento por aquellas veredas, y uno le pone imaginación, no es difícil escuchar las viejas querellas de una lucha probablemente equivocada, aunque valerosa siempre. La sangre de aquellos hombres valientes se fundió con los mismos matojos o matorrales, que habían dado la etimología a los maquis. El propio Enrique que creyó que los maquis se habían convertido en una lucha poco efectiva entonces, acusó a los aparatos del partido y a Carrillo de aprovechar las disoluciones de las guerrillas para llevar a cabo purgas sangrientas y traiciones(2).



(1) A Carrillo le tacha de traidor y de actuar con reputados comunistas, bregados en la lucha, como si fuesen peones que defenestrar a conveniencia política. Es muy interesante la lectura de Así destruyó Carrillo el PCE, escrito como decíamos, por Enrique Lister.
(2)Por último, para complementar esta historia de los maquis y pasadores, recomendamos este Histocast 149 en el que se desgranan las vivencias de un comunista típico, Luis Montero, que Lister defiende en el libro que reseñamos más abajo. Le extrañaba su caída a los infiernos, siendo un miembro de la organización con convicciones muy fuertes.  En general, podemos hablar de histocastazos, porque todos los temas tratados merecen la pena. Este nos adentra más en las vendettas internas del PCE, y nos ilustra una vida del comunista prototipo que padeció por convencimiento una guerra como la nuestra, encierros en campos de concentración, la lucha maquis, o su colaboración con la Resistencia francesa.  












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