C ómo lo pudiste hacer, Baldomera?- La faz lechosa y la voz de ultratumba le había sonado familiar. Llorosa, la mujer se quiso tapar el rostro inundado de vergüenza. De pronto, el vórtice del espacio-tiempo, escondido en la Sepulcral de San Justo , había aflorado de la neblina. ¿ No estaba Baldomera en La Habana? El hombre tenía la cabeza agujereada de unos balazos perdidos en el tiempo. Debía ser él de todos modos - No te reconozco, Baldomera, con lo dulce que eras. - Ni yo.- Se atrevió a alzar levemente la cabeza. - Ni yo a usted, quiero decir. - Y luego en tono de reproche.- Padre, se fue cuando yo tenía tan sólo cuatro años. Fue muy duro vivir sin su compañía. - El amor. - ¿Cómo que el amor, padre? ¿ Y el amor de los padres a los hijos? - Había cogido los arrestos suficientes para recriminarle su conducta pasada.- Por una pelandusca usted se mató y no sabe qué es lo que nos pasó. - Por supuesto que sí. Mi niño escribirá el libreto del Barberillo...
Un viaje por la historia y la cultura