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Mostrando entradas de enero, 2021

El fordismo

  B olas de humo, piruetas de caladas y el omnipresente y pestilente alcohol, que prometía paraísos más cercanos que el de la Biblia, como era el del olvido. Unos minutos, quizá unas horas, a la salida del bar, la otrora bella Nancy, que había engordado veinte kilos, y había trocado una sonrisa angelical, por una mellada, le rezongaría que había perdido el jornal con sus borracheras. ¿Cómo comerían sus hijos? Aquella mirada agria, de animal herido, de su esposa, resultaba la peor condena. Ahora Nicholas Moore, Nick para los amigos, se había reformado. Parecían, junto a sus compañeros de la fábrica, unas monjas de clausura. Así fueron las cosas, que para ser un empleado Ford, había que ser abstemios, lo que producía rechifla entre los antiguos camaradas. – Prefiero no probarlo. – Se defendió Nick.  Tiempos modernos, una genialidad más de Chaplin En aquella época las borracheras resultaron una lacra, y la principal causa de enfermedades y absentismo. Tocar esa tecla por parte de Henry Fo

Yezhov, maldito por todos

  L a Lubianka, antiguo palacio de los horrores, quimera de la sinrazón  en la que fueron a parar tantos infelices,  y semejante mujer, pellejuda y de carnes magras, pero con todo un hato de energías, hablaba con una verborrea inexpugnable al desaliento. Le contó que venía a revisar el expediente del camarada  Nikolái   Yezhov . Se le había borrado de repente la sonrisa al funcionario, que llevaba en la casa más de veinte años, y había escuchado las más trágicas leyendas sobre los arrestados. Los gritos de la tortura de Ósip Mandelshtam , el gran poeta, que rayó con la locura en su estancia en el bello y gélido palacio. El vate, algo grueso y rozagante, parecía un fantasma de sí mismo, con esas ojeras que le dijo Volodia, el viejo guardia, en el que Osip Mandelshtam despertó lo que parecía un atisbo de piedad. Uno de sus poemas  preferidos, lo había compuesto el gran vate. Del que no quedó nada de ese petimetre, que llevaba un lirio en el valle del ojal.  En el corazón del siglo soy un

Rathenau, en el filo de la historia.

E ra una jubilosa noche de verano alemana, en la que los lirios estaban en todo su esplendor. Llegó su perfume y el de los sicomoros como promesas encantadas, hasta que adormilado, su excelencia se retiró a encontrarse con sus sueños, que eran los de todo un país. Cómo parar una inflación galopante, que hacía mella en el bienestar de los más débiles, le quitaba el sosiego.  La reparación de deudas de la guerra, que el Gobierno de Weimar resolvió apelando a la impresión de dinero del Bundesbank , atrajo a esa fiera que habían invocado. Nuestro protagonista, Walter Rathenau, no llegó a ver sino el principio. Meses más tarde, las carretillas de dinero circulaban con la paga semanal, corriendo a por los abastos (1) . Pero vayamos a aquella mañana, en la que el gran estadista germano partió con su descapotable, que conducía él mismo.   Rathenau, el industrial y político  judeoalemán. Por el camino de costumbre y sin la escolta que le imploró su propia familia, lo que propiciará un giro ve

De robinsones literarios y otros crápulas

M anchado y entre las presas, con un cigarrillo que coronaba unos labios gruesos, y esa nariz que parecía pertenecer a un disfraz. Un porrón que le daba porte y prestancia, porque tratábamos con un hombre muy talludo.  Ernesto Giménez Caballero salió mascullando por su mala fortuna. Un chorro de tinta de la linotipia le había alcanzado el rostro, cuando estaba tumbado y hurgando en las entrañas de la imprenta. - ¡Por Dios, ya está arreglada esta mierda de imprenta! Pero me ha tenido que mear encima. - Entonces apareció aquel muchacho de chaqueta raída y que andaba con alpargatas. Tenía aires de pordiosero. Miguel esforzó mucho el rostro para burilar una sonrisa de circunstancias. El mal café de aquel tipo del que dependía su estancia en Madrid, le había abrumado. Su mala estrella; sin dinero, habría que retornar a Orihuela con las orejas gachas, y escuchar todas las salmodias de su padrecito, que le había repetido el sonsonete de que la poesía era para los señoritos. - Nosotros somos

La tortuga y el futuro.

  ¿Q ué nos deparará el futuro? Son fechas en las que muchos desdeñan el año de tribulaciones que nos ha tocado vadear, y ruegan que el que comienza, lo haga con mejor pie. Concepciones medievales como la del Marqués de Santillana y sus tres ruedas de la fortuna no nos son extrañas. Dos plenas de quietud, el pasado y el futuro, mientras el presente discurría con una inercia implacable ante cualquiera de los ímpetus individuales. ¿Es nuestra vida un presente continuo? Si nos hundimos más todavía en la telaraña del tiempo, nos despertamos en la Antigüedad. Para los griegos no había mayor zozobra que la del destino, que jugaba incluso con los dioses, que en sus manos resultaban peleles  vulgares . Nadie escapaba a sus caprichos  deletéreos y fascinantes . Sin embargo, el azar tenía a sus hacedores serviles e n ese microcosmos heleno.   Las Parcas - para mal, ¡no abramos la Caja de Pandora!- y las Moiras, entretejen los hilos inextricables de nuestro futuro.  Las tres Moiras, que bajo sus