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Mostrando entradas de marzo, 2017

El ardiente secreto de Haendel.

Un golpe sordo, de cuerpo inerte había resonado en la pieza oblonga y en toda la casa. La babilla que espejeaba a la luz de los candiles, había brotado de la comisura de los labios de aquel hombre orondo, que rondaba una cincuentena considerada ancianidad para aquella época. Hasta que aparecieron frente a sus párpados entrecerrados, como sueños velados, tanto el fámulo que le veneraba como maestro celestial y el  criado siempre reservado y menguante, en cuanto el señor elevaba el tono. Ambos habían alargado los pasos ante el estruendo, subieron las escaleras al piso superior al trote, con caras de muda extrañeza. Intuyeron la desdicha que a la postre acabaron por confirmar. El maestro con leve estertor, tumbado bocabajo, emitía un chirrido como si quisiese vocalizar unas palabras. Rápidamente el fámulo le espetó al criado.- ¡Vamos, corre, que parece que le ha dado un ataque al corazón! Quitémosle la camisa y todo lo que le apriete, y pásele por favor, un paño con agua bien fría para

El hombre de Piltdown y el prodigioso Doyle.

Sin duda alguna, Sir Arthur Conan Doyle resulta uno de los escritores más enigmáticos y paranormales de la historia de la literatura. Su nombre se asocia a uno de los mayores fraudes de la arqueología, el Hombre de Piltdown, que entrevera buenas dosis de misterio con una trama sorprendentemente burda. En cualquier caso, Doyle  había abrazado con fervor las teorías espiritistas tras la muerte de su hijo Kingsley , por neumonía mientras combatía en la Gran Guerra . Es curioso que el propio escritor a la edad de cincuentaicinco años quisiese alistarse alegando por carta que todavía conservaba una voz audible y un cuerpo recio. Pero a raíz de la muerte del hijo, Doyle afirmó que hablaba con los espíritus de igual forma que con los vivos. A su alrededor sentía la presencia de Kingsley como la luna gira en torno a la tierra. ¿ Habría perdido la cordura? Esta pertinaz visión de un más allá que podríamos calificar de más acá, le enfrentó a su querido amigo, Harry Houdini (1), el con

La fría conciencia de una generación

Como grajos negros, varios personajes extraños habían  revoloteado  en torno a su casa. Un individuo zafado en la farola, embozado en su overol y un pitillo cuyo humo le hubo delatado, pasaba las horas muertas en la acera de enfrente. El escritor, presa de miedos inconfesables, se enervó cuando el eco de un ruido casual retumbó en su casa silenciosa ¿ Se habrían atrevido a entrar? George Orwell (su verdadero nombre Eric Arthur Blair ) receló entonces  de los servicios secretos  de una democracia como la británica. ¿Y si hubiesen quemado las pruebas de imprenta? No importaba, tenía el original a buen recaudo. Una vez más retiró el visillo, y oteó más allá de la callejuela donde se apostaba el espía. ¡ Allí seguía el desgraciado! Hasta editores que creían que la obra merecía la pena, no se atrevieron a aventar el clima de confianza que las necesidades habían convertido en virtud para el Primer ministro Winston Churchill . ¡ Sería desafiar al Número 10 de Downing Street ! El político o

Chaves Nogales, desde Rusia con amor

Uno de los héroes de un panteón que trasciende a la pura inventiva de palabras, sería el maestro del periodismo, Manuel Chaves Nogales . En todo el remolino de acontecimientos que rodearon una vida tan baqueteada - la Guerra Civil española , la debacle francesa en la IIGM , o los bombardeos de los acólitos de Göering a un Londres desprotegido- siempre hizo gala de un juicio mesurado respecto al contrario, sin un ápice de rencor, lo cual nos resulta fascinante. Intelectuales de la talla de  Manuel Azaña (1) , que ocupó las más altas magistraturas de la II República , herido por toda la ponzoña que instilaban muchos artículos contra su fealdad - poco menos que batracio le llamaban para discutir su hacer político- luego  se mostró jactancioso en una época en la  que los destinos personales pendían del capricho de un soldado o miliciano mal encarado. Sin embargo, en esta tesitura, Chaves Nogales ayudó siempre que pudo al menesteroso, independientemente de las rencillas pasadas. El maest

Don César, ¿el Céline español?

" El oficio del periodista es tocarle los cojones a los ángeles " Unas veladas sombras se ciernen sobre la figura de uno de los mejores articulistas españoles, tanto que en el año 2014, la fundación Mapfre retiró el nombre a uno de los premios de periodismo mejor dotados del universo literario  (ver cambio de rumbo de la compañía de seguros, que instituía ese premio y luego lo rebautizaba por su propio nombre, más aséptico,  Premios Fundación Mapfre   en un artículo de El País)   . Su cara de pipa y normalmente atezada como bon vivant costero, los rieles del bigote bien finos, y su eterno cabello perfectamente pegado al cráneo, le convirtieron en una de los personajes públicos dominadores de la escena cultural española durante la primera mitad del siglo XX. Sus inicios algo esperpénticos, resonaron en las marmóreos veladores de la cultura, pues el púber en su primera comparecencia en el Ateneo de Madrid , pareció demasiado pagado de si mismo, para haber juntado unas poca

Un rayo nada corriente

Rostros rudos que brillaron en la oscuridad, mientras rogaban un rayo de calor, que poder hurtar al samovar. Embutidos en mantas, bisbiseaban en un ruso de huraños, sin embargo, el más joven, Yuri,  un físico matemático que escapó de la miseria del campo, recelaba de todo  fetichismo y al  mismo tiempo anhelaba su aldea, tan bucólica y atemporal como un cuadro de Chagall . Padre e hijo discutían, de vez en cuando elevaban la voz, y súbitamente entraron en faena sobre un acontecimiento que había azorado  a toda la comarca. Una inmensa bola de fuego que había barrido el cielo y anegado sus oídos de un estertor sordo. Llegó el día del juicio final según el padre, de dentadura hedionda, que mal fumaba unos hierbajos. - ¡Qué Dios nos tenga en su seno, Yura, cuando llegue nuestro día! - Padrecito, no creo en las advertencias divinas como usted dice y ese día llegará en cualquier momento, con la cantidad de meteoritos que andan pululando por el espacio- Se enfrentaban visceralmente,