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Mostrando entradas de octubre, 2020

Freud, entre los sueños y el sexo.

U n cielo errante, se movía en círculo sobre su cabeza; le cautivó con su belleza, pero  no podía embriagarle para frenar el torrente de dolor, que se derramaba por su paladar, hasta la laringe. Una espada que se hundía lentamente por su boca y aprisionaba las palabras.  Los hábitos de fumador empedernido, que había conservado hasta el final, le habían condenado. - ¿Recuerdas lo que habíamos acordado? - Le había preguntado unos minutos antes a su médico personal, una vez que había logrado zafarse de la batahola de seguidores, que buscaba en la fiesta al hombre importante. Enclenque y aparrado, el Doctor Freud se acercaba para escuchar los sueños de sus pupilos. Pero hasta eso, que en el pasado le intrigaba, había perdido buena parte de su misterio. Tenía el auricular del teléfono pegado a su oreja, para escuchar a su galeno. - Los médicos también tenemos médicos. - Bromeó con su interlocutor. Entretanto, sonaba una música nostálgica a lo lejos. En el gramófono giraba la Cavalleria Rus

El tren de las finanzas.

En esta entrada abrimos una ventana a los locos años veinte, y sobre todo a unos personajes marcados por una guerra, unos crecientes déficits de las haciendas europeas, sumados a la inestabilidad monetaria característica de aquel período. El secreto bancario suizo permitía zafarse de la acción de un fisco cada vez más voraz, pero también prometía unas estupendas aventuras en tren, que corrían otros en el lugar de las  familias  acaudaladas . No en vano, en esos años, como nos señala el gran Mauricio Wiesenthal , hubo ante todo un gran contrabando de dinero, con Suiza como epicentro. En nuestros días, a un golpe de solamente un clic, podemos mover grandes sumas sin inmutarnos.      N adie osó contar esta historia, hasta que llegó él.  En la cárcel todos somos unos santos y nadie ha cometido un delito. Marcel se elevó como una bailarina que emprendiese una danza en torno al patio del presidio. - Le rompería las nalgas a la princesita.- Dijo uno de los presos, que le observaba con ojos áv

Belzoni, un gigante de la egiptología.

  P arecía un sueño de la sinrazón. A medida que aquel chambón tomó cuerpo nítidamente en las retinas de Bernardino Drovetti , se percató de que sus confidentes no le habían engañado ni exagerado un ápice los atributos de semejante coloso. Los secuaces del italiano espiaban en El Cairo al cónsul británico, Henry Salt, para informarle de la llegada de cualquier personaje relevante. Cabe decir, que Drovetti velaba por los intereses de Francia, y que la disputa por los vestigios del Antiguo Egipto por parte de las dos potencias europeas, rayaba con los mejores argumentos para una novela de espías del siglo XIX.  Desde que  Napoleón Bonaparte  invadiese Egipto, las piezas de la tierra de los faraones eran  codiciadas por  coleccionistas  de media Europa . En Berlín, Londres, París y Turin, se pagaban auténticas fortunas por un papiro. Por no hablar de la moda malhadada, a la que se habían aficionado algunos aristócratas ingleses, que ponían como colofón de sus  fiestas  locas  , la apertu

Por qué no te "Callas", madre.

  -P uccini soñó con ella. No puede ser de otra forma. Aunque no coincidiesen por razones vitales y tampoco pudiese pronunciar su nombre. -  Confesó Edward Johnson , cuyo mayor afán fue atraer a los mejores artistas a su Metropolitan Opera House .  Tenor retirado que como director de la famosa institución, buscaba talentos en una Europa que se desangraba en la II Guerra Mundial .  -           ¿Y quién podría, maestro? ¿Cómo es? -           Yo me lo he aprendido. Kalogeropoúlou.   María  Kalogeropoúlou, más conocida como María  Callas , rechazó curiosamente el papel de Madame Butterfly para desembarcar en la largamente impetrada América. A pesar del éxito en su país, la futura diva no gozaba del pleno reconocimiento del mundillo de la ópera. La  apuesta sin duda  audaz  de Edward Johnson, por consiguiente, le salió rana; el rechazo de la cantante, y el espíritu de los más exquisitos. Trémolos, registros diferentes en un mismo párrafo. Los puristas no entendían ese apasionamiento