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Mostrando entradas de diciembre, 2022

Yo, Calígula

  A llí estaba el cuerpo exánime, sangre de mi sangre, azuladas las falanges en las perentorias horas de tu muerte. Por unas fiebres, te conturbabas entre los tules que ornaban tu lecho- sepulcro, pugnando por tu vida. Alzabas la vista, y mientras intentaba descifrar el enigma de tus ojos,  el galeno giboso me decía que nada había que hacer. Ni una sangría, pues tu luz se extinguía indulgente. Yo te susurraba palabras de amor, querida Drusila . Concubina fiel, esa Roma pacata que se suspende en los trenos de Augusto, nos juzga pero qué sabrán del amor salvo las normas estatuidas. Incesto,  amor al fin y al cabo. ¡Qué me juzgue la historia, pero que antes conozca nuestra parte, oh Drusila, amor mío!  Envenenamiento de Tiberio ¿Recuerdas nuestras correrías en los campos de Germania con espadas de madera? Tú querías ser un muchacho, y con tu ímpetu me impelías hasta que dando pasos atrás ante tus acometidas, yo caía de culo. ¡ Por Deméter! Entonces, nuestro padre, Germánico Julio César, 

Ayres de Marechal

N oche especiosa, con las farolas que desparraman lechosas su luz por el caminito . Con todo, un sutil barrunto de desgracias, por cuanto el gran cíclope intenta dormir entre las fojas que alumbró, colaboraciones de prensa, que   reposan en el meollo de su escritorio, encogido en su sofá, rumiando las frases que no le riman del texto. Un cigarro en el cenicero que aplasta decididamente, pero para cuando por fin parece poder conciliar el sueño, resuena en la lontananza de su gabinete, el teléfono del recibidor. Es de madrugada, en un rato clareará el día y una vez más aquel chisme suena, desesperanzador. Julio Cortázar hecho a sus manos grandes que le inspiraron un relato, y con su corpachón, se precipita por el pasillo largo que le separa del teléfono. Y cuando descuelga el auricular, una catarata de invectivas en su contra. Levántense, el magnífico Julio Cortázar.   -           Me cago en la concha de tu madre, cómo apoyás hijo de la gran puta a un mamonazo de peronista. ¡Muérete

Los fantasmas o heterónimos de Pessoa.

L as yemas de los dedos en el vaso, impulsado por energías ocultas sobre un tapete rodeado de letras. Movimientos hasta conformar palabras, frases y más tarde un mensaje disparatado. Ese grupúsculo de hombres de caras contrariadas por el misterio, realizaban una sesión de espiritismo en las postrimerías de aquel alfoz lisboeta, cerca del A Brasileira , donde nuestro protagonista solía tomar un café, leer la prensa vespertina, y prenderse uno de esos cigarrillos mentolados, que rescataba de la chaqueta de su terno. Solitario, recibía miradas curiosas, y algún espontáneo le preguntaba por el último artículo que había escrito en prensa. Se le cincelaba una sonrisa, pese a que en el ardor de aquellos tiempos, no sería extraño acabar una conversación que había parecido afable al principio, a golpe de florete. Elegir  previamente a los padrinos era un asunto complicado, pues se las gastaban con mucho cuidado, tras el último decreto del gobierno que prohibía los duelos. El gran poeta luso, Fe