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Mostrando entradas de noviembre, 2023

Los diarios del Conde Ciano.

  U n saco de huesos, con la espalda entera visible en un vestido más propio de una fulana, que de la hija del Duce. Pero  Edda Mussolini , para disimular, se tragaba sus lágrimas. Una mujer hecha y derecha que captaba toda la atención de aquella recepción.  Nadie escuchaba los discursos y sí exploraba los gestos de la protagonista de la comidilla, que mantenía en vilo a media Roma. ¿La viuda habría perdonado a su padre?  Cómo hacerlo, si el círculo más cercano al dictador, arrojaba cubos de inmundicia sobre la esposa afligida. C omo su afición a chupar " las piruletas " de hombres maduros, o a pleitear en  público con un padre atribulado. Después de todo,  Benito Mussolini   no era más que un títere en manos de los alemanes desde que Otto Skorzeny le rescatará en una operación sin precedentes. Fueron ellos los que le habían pedido la cabeza de su yerno, que sabía demasiado y que escribía diarios, como las señoritas. Esos cuadernos se habían convertido en una cuestión intern

En las fauces de los lobos de Stalin

  D esde el exterior, le apabullaba a Leopoldo Bravo , la fortaleza del Kremlin y su muralla carmesí. Más que la momia de Lenin , que ante la turbamulta apiñada en su derredor, parecía detener el tiempo.  Pero cómo no palpitar con el ejemplar ajado de John Reed , Los diez días que estremecieron al mundo , que volvió a releer cuando le destinaron a la legación argentina en Moscú.  Aquella mañana se había levantado con un sobresalto.  - Señor embajador, le quiere ver su excelencia, Joseph Stalin . No bromeo.  - Se lo ruego, Albertini, por la concha de su madre. Que no me chupo el huevo. - Le salió el donaire y bravuconería porteña, postergando cualquier equilibrismo diplomático. No quería creérselo, por más que  su empleado  jurase y perjurase . - No estamos para chicanas.  Evita, estrella del peronismo. Minutos más tarde, vestido a trompicones, estaba en su automóvil , un Mercedes negro. Le abría el paso una escolta de motocicletas con la estrella roja en su chasis, y que se saltaba l

Kim Philby, ser o no ser, en un instante.

H acía demasiado frío en los alrededores de Teruel.  Por eso, todos buscaron acomodo en torno a la chimenea, cuando aquel reloj  de pared moraba por las seis de la mañana. Bostezos y la molicie de los cuerpos entumecidos de aquellos corresponsales, en los que la fealdad parece apoderarse de todos sus rostros.  Una parte  de los periodistas   provenía  del  Gran Hotel de Zaragoza , donde estaban alojados con sus amantes confortablemente, por lo que el madrugón había hecho mella.  Philby, el espía más célebre de la historia. -Madrugar nos hace más feos.- Observó el chistoso de aquel circo ambulante, en el que se había convertido la prensa. -   Peor es h acer la guerra de noche, que es cosa de pobres.- Dijo   alguien de los presentes. No con mucha razón le contradeciría cualquier experto en estrategia militar, precisamente resultaba el momento más propicio para las emboscadas. Pero se le adelantó un compañero de un diario francés, que le repuso que más de " pobres es contarla ".

La amnistía de la "Garda de Fier"

  É poca de asechanzas, los ocho caballos que piafaban, y un tremendo silencio que envolvía a la comitiva fúnebre. Tras el sepelio del primer ministro,  Armand Călinescu,  los asistentes acudieron en tropel a los cafés. Bucarest tenía el encanto de París, y el ensueño de Oriente. Hasta no hace mucho tiempo los otomanos habían gobernado con mano férrea la antigua Dacia, pero buscando el equilibrio entre confesiones religiosas.  - Cuando nos independizamos junto a los búlgaros, algo se removió en el interior del viejo Imperio, que pasó a ser completamente musulmán. - Contaba uno de los novelistas de la ciudad,  Liviu Rebreanu,  cuya pluma había perdido el lustre de los años mozos. Se había trocado demasiado mundana, quizá los entretenimientos de la alta sociedad de la capital, sus fiestas, le habían dispersado en otros cometidos. Para los extranjeros, Liviu gozaba aún de la autoridad de un busto académico, y gracias a unos magnéticos ojos azules, el hablar pausado, y ese pelo lacio que s