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Mostrando entradas de enero, 2016

El péndulo de la historia

El rey de Esparta crispó sus manos lancinadas por numerosos cortes y magulladuras, que eran en realidad, el fiel reflejo de la crudeza de la última batalla. Enfrente, la marea de caras acartonadas de  hoplitas  y pelstatas lacedemonios, que observaba atentamente el hilo de respiración acezante del monarca. Debido al polvo, Arquídamo tosía frecuentemente, pero  les iba a hablar cuando la moral flaqueaba y la infantería ligera tanto como pesada, se arracimaba en torno a él. Echaban de menos a sus familias, por lo que el tiempo que pasaban fuera de sus casas arrasando el Ática con el fin de que el enemigo ateniense saliese de la madriguera, se les había hecho una eternidad. Tampoco por un peculio ajustado, más por su afán de contribuir a la comunidad; el salario se convertía en un sustento magro para todas las calamidades que conllevaba una larga guerra de desgaste y sólo el saqueo les permitía resarcirse económicamente de sus actividades ordinarias, que no de las penurias de la camp

¡Con el fútbol hemos topado!

Julio goza de un talento innato con los pinceles y lapiceros. Característicos olores de nuestra adolescencia fueron la trementina aferrada a sus jerséis de lana, y el perfume de la cazoleta de su pipa de tabaco, que nos impregnaban cuando llegábamos a su casita de pasillos angostos. “ Donde las casitas bajas ” nos repuso a nuestras dudas y presurosos, la primera vez que buscábamos entre el dédalo de casas bajas, su morada. Nunca supe si se trataba de Coslada o San Fernando, es lo de menos, aunque sus hechuras reducidas la convertían a nuestros ojos en una casa encantada. Julio la llamaba la Casita de Pin y Pon, y es verdad, que cuando discurro ensimismado a veces me topo con ella, y en ruina, me parece infinitamente pequeña. Había un poeta que hablaba de las dimensiones de la infancia, que se jibarizan producto de la plasticidad de nuestro cerebro (según algunos psiquiatras nuestra materia gris adapta lo que nos rodea al tamaño de nuestro cuerpo). La cuestión es que nos recibía co

La pepona de inmaculada soledad

Iba agazapado tras unas gafas de sol, para ocultar mis espléndidas ojeras, y con una gabardina marrón clara, que tapaba los cuatro trapillos que me había puesto para salir del paso. Era un sábado  resacoso; todavía resonaba en mi cabeza Bohemian Rapsody,  que se había convertido en nuestra canción ritual, porque encauzaba todas nuestras euforias de una noche siempre promisoria, que con todo, al final siempre se mostraba desdeñosa en cuanto a nuestros anhelos de encontrar el amor. A pesar de mi aspecto macilento, me moví como una gacela entre los estantes de un gran almacén cualquiera, cuando un inmenso chirrido similar al graznido de una sirena, interrumpió las reflexiones con las que habitualmente me fustigo. - ¿No te acuerdas de mi?- Me preguntó una vivaracha pepona.” Mamaaa, just killed a man” la voz de Freddie Mercury todavía repiqueteando en mi cabeza, y las facciones de la muchacha complacida, que  me recordaban a alguien. ¡Despierta, Muna! -       Soy Inmaculada, tu an

Ostracas de la perdición

Brumas del pasado me envuelven, en medio de este intenso tráfago de Madrid, que invita a la reflexión. Una larga fila de intermitentes parpadeando, las torres bruñidas de la urbe mientras oteo el horizonte en la M-11 y la radio escupe los mismos fantasmas de siempre. Parece que el país se hubiese frenado hace unas semanas, pero seguimos con los mismos ojos embotados del sueño. A guisa con el terno, y una mañana que adivino frenética, se me va dibujando el en mis retinas el post de hoy. Don Felipe, que era un enorme lingüista, amante de la Antigua Grecia y de Roma, acude con pies ligeros a mi auxilio, de víctima de la página in albis.  Su silueta se recortaba contra la pizarra, algo contrahecha, los trajes le caían que flotaban en su cuerpo carniseco. Una ligera tara de su brazo izquierdo, le hacía tenerlo encogido y moverlo como si fuese una vara de hierro. Tenía en el ademán la apostura de las figuras hieráticas egipcias posando de perfil, con el aroma de los Ducados pululando y pene

Sobre héroes y tumbas. Parte II

Hablábamos hace unos días de nuestros héroes de papel del S. XVI, ratones de universidad y algunos vaticanistas, que rehuyeron de las explicaciones sencillas, a fin de comprender fenómenos complejos como La revolución de los precios y la variabilidad de los tipos de cambio – también fluctuaban y desconcertaban en los confesionarios, donde atribuían estas oscilaciones a la avaricia humana. Sin los instrumentos ni el aparato matemático del que gozan los modernos economistas, es como si hubiesen escarbado en un penoso túnel y hubiesen hallado un fanal de luz portentosa. Azuzados no es menos cierto, por sus feligreses, que  se azoraban y azoraban a sus confesores sobre la conveniencia de subir los precios del bien con el que comerciaban. Recordemos la doctrina del justiprecio que había asentado Santo Tomás de Aquino en  la idea de Aristóteles del cambio justo, que tenía lugar si había una igualación en los intereses de los compradores y vendedores. Pero a fin de entender más el espírit

Ron Caney y artículos de Padura, el polisón de mis noches.

La imagen del gran Padura que se le viene a uno a la cabeza, es despanzurrando un buen habano que se desmigaja en  sus labios, mojados seguramente  por aquel Ron añejo Caney cuya semblanza y misterios tan bien nos desveló en un interesante artículo. Una conversación despaciosa, arrellanados en asientos de cáñamo de su jardín- cualquier jardín en Cuba es un vergel- y de fondo algo que suene a los Beatles . Le podría confesar, so pena de causarle una ofensa, que en mi opinión el alumno ha aventajado al maestro ( idolatra a Salinger ) pero sería demasiada desconsideración por parte mía, además cuando tenemos gustos bastante similares. En eso, mi tocayo Pitol, chocaría nuestras manos, porque le deslumbró El siglo de las luces de Carpentier . Lejos de mí, y de mi modestia verme en una tertulia de letras con dos monstruos de la literatura. En el caso de Pitol, también muy viajado. Leonardo, como decía, parece un individuo maduro, reservado que abandona su laconismo a medida que ent

Sobre héroes y tumbas. Parte I

No se nos escapan las hazañas de los héroes patrios, hábiles con el florete y el arcabuz, y que sembraron el terror allá por donde desplegaron sus briosas oriflamas. A los niños holandeses y belgas les causa pavor su particular hombre del saco: “ Acuéstate, que viene el Duque de Alba ” musitan sus padres con gesto cansino, mientras anhelan el mullido colchón y el duque se convierte en un inesperado aliado de sus desvelos. Estereotipos que ha explotado el algunas veces excesivo Pérez Reverte , para crear su criatura más famosa, el Capitán Alatriste , compendio de todas aquellos valores con claros dejos belísonos. En cualquier caso, parecen personajes de otros tiempos, cautivos de la violencia más vehemente, y que la estólida moda de lo políticamente correcto, ha postergado (en otro post hablaremos de los daños que produce en la educación el corsé de lo políticamente correcto). Lo peor es que esta desidia ha sepultado la historia americana, sin la que huelga decir, es imposible compre

Inmortales de Padura

-       -  Y tú, Muna, ¿no crees que han desaparecido los héroes en Occidente? - Manuel Ontiveros tiene severos   ramalazos de elocuencia, cuando sus labios esponjosos se empapan de gin tonic. Trémulos por el regusto, escupen preguntas, que a Muna le azoran (me llamaba Muna Lisa en el Instituto por mi sonrisa misteriosa, nada de travestismos). Es verdad que habíamos prescindido de los güisquis  porque nuestro venerado Bukowski llamó a la bebida del santo grial de nuestra juventud, la sangre de los cobardes. Como no adivinábamos qué intención guardaba el poeta, tras una frase con varias interpretaciones, nos pasamos al ardoroso absenta en honor a Modigliani durante un tiempo, y finalmente a la Gibay y al pepino, que tiene muchas vidas y usos.  – Nadie sacrificaría su vida por un ideal, somos demasiado blandengues. – Insiste mi amigo zambo y de andar clueco. Yo le repongo que de héroes y túmulos se llenaron los camposantos de la Gran Guerra.  Mientras Varela, con sus ojos despavorid

Apátridas de Trianon

Sus cigarros americanos asomaban en la cajetilla, mientras Don Juan expedía grandes humaradas azules y replicaba a la zarabanda de clase, con estentóreos golpes de su martillo de juez. – ¡Silencio, por favor, muchachos! ¿Os ha quedado claro el Criterio de Stolz ?-  Era un joven profesor de matemáticas, muy histrión, que te vigilaba por aquellas pequeñas aberturas de sus ojos. Su vida íntima era un misterio insondable para la clase, que especulaba con sus ojeras y la falta de aliño de su barba de todos los lunes. A veces te regalaba socarrón una media sonrisa, que tenías que barruntar en su barba pelirroja y es que la mayor parte del alumnado, hubiese muerto por ser su confidente o cómplice en las charlotadas que montaba. Otras veces se retiraba  su sombrero de Indiana Jones y hacía restallar el látigo, para que el silencio fuese el protagonista del aula. Con todo, gracias a él y a sus números circenses, fuimos capaces de escapar del tedio que significaban las plúmbeas resoluciones de

Cien soldados por un proyector de cine

Dentro del victimario de las religiones y de la educación aplicadas con rigor acerbo, se nos aparece la conciencia de uno de los directores de cine más reconocidos de todos los tiempos, Ingmar Bergman, al que se le inculcaron valores de un protestantismo a ultranza, desde la rectoría que regentaba su propio padre, y que tuvieron un poso innegable en toda su obra (más reconocible en Fanny y Alexander , con uno de sus personajes como alter ego, igual que en Fellini es fácilmente reconocible su “ yo en la pantalla ” en Amarcord ). Entrevero con gozo las reflexiones del cineasta, que se producen a saltos en su libro de memorias La Linterna Mágica (Editorial Tusquets, 1995)   y las últimas bocanadas de un café que expira en la taza, tras unos tragos placenteros. Trato de no manchar sus hojas amarillentas, de libro apartado y olvidado en los anaqueles de una biblioteca, que es lo de menos. Su narración orilla el pasado de sus años mozos y se torna a la edad adulta a fogonazos, con los