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Mostrando entradas de junio, 2020

El Conde de Valdemar

A pesar de sus años, giraba como una peonza en el escenario, vomitando de sus fauces pañuelos y pañuelos que parecían salir de ningún sitio. Provocó el murmullo cuando de su boca comenzó a salir fuego. ¿Cómo no se abrasaba los labios? Se preguntaba el público,  que se apelotonaba en las gradas, aguardando la actuación de Juan Tamariz , que les aseguraba unas risotadas porque hacía partícipes a todos los espectadores de su humor y de su magia con las cartas. Se quitaba uno de sus ridículos sombreros y asomaba la luenga y asimétrica cabellera, coronada por una calva. Sin embargo, aquel caduco mago que se trastabillaba, anunciado con el pretencioso nombre de Conde de Valdemar , les estaba sorprendiendo. Como un meritorio, devolvía billetes de cien pesetas con la cara de Falla, a quien le arrojaba un papel arrugado. ¿Cómo lo hará se preguntaba el público? Y los más avariciosos secuestrarían a Manuel Rodríguez Saa , para que se convirtiese en una casa de la moneda particular.  Hiro Hito, e

Bataller, el Atila librero de viejo

E l viejo Bataller era toda una institución del Rastro , y de cualquier lugar en el que los torreones de libros, como columnas de lomos dorados, brillasen a plena luz del día. El Rastro, alfoz maldito de las letras y de los cachivaches más inverosímiles, en el que merodeaban personajes de lo más siniestro con tal de hacerse con un tesoro; a él en cambio no le interesaban los cuadros, por mucho que hubieren aparecido unos Grecos de la nada. Hallar uno de ellos le habría sacado de su inmensa pobreza. Pero quién puede cambiar la vida si no se sabe vivir de otra forma, más que vendiendo libros y luchando por quimeras. Nos situamos en el mapa del tiempo. España permanece neutral, mientras en los campos de batalla las potencias europeas dirimen sus fuerzas en la llamada guerra del catorce o Gran Guerra, como ustedes prefieran. Por esa razón, a quien quiera emprender en España, se forra. Todo es vendible en una Europa que dedica completamente sus esfuerzos al frente. No hacen falta grandes

En la muerte, Juan Ramón

E scúchenme si no tienen otro remedio, porque quizá lo que les cuente sea igual de irremediable ,que el tremedal en el que me enredé durante toda mi vida. En vano, traté escapar  de la muerte, que se me presentó por primera vez de forma desgarradora en los animales disecados de la clase de naturaleza. Con sus sombras, que en romería nocturna los atolondrados pupilos del colegio Jesuita de Moguer, visitamos en una macabra Santa Compaña . Todo el mundo dormía y soñaba con lo que podía. Yo les chistaba a mis compañeros de aventuras, y les musitaba entre congojas que bajasen el tono. ¡Cómo nos descubrieran los padres jesuitas se armaría un gran tiberio! - ¿No te atreves, melón? - Sí, pero se va a enterar toda Huelva.   A veces, es mejor demostrar una verdadera cobardía, que echarse para adelante si es que las imágenes de tu hazaña se graban toda una vida. Ellos, los animales, habrían sufrido, disfrutado. Ya son historia.  El reverbero de unas caras fieras, iluminadas por los haces de las

Marcelo Caetano

S e cayó el profesor de una silla de playa, y se golpeó con tal fuerza en la cabeza, que su edema, iba a hacer tambalear a todo un régimen. El hombre que taciturno era objeto de todas las miradas por aquellas fechas, porque estaba designado a suceder al Profesor Salazar , trató de imaginar cómo se produjo el accidente. Los más allegados del dictador, dijeron que pegó una voltereta incomprensible, para dar con la cabeza contra el suelo. - ¿Pero se recuperará pronto? - Preguntó el sucesor ante la terrible responsabilidad que se adivinaba sobre sus hombros.  Marcelo Caetano.  - No lo sabemos, eminencia. - Le contestaron al otro lado de la línea telefónica. La historia tiene esas particularidades, que nos desvela lo que en aquel presente afrontaban como todo un misterio. António de Oliveira Salazar estaría en ese extraño trance hasta su muerte. A Lenín le pasó algo parecido con sus hemorragias cerebrales, que su camarilla más próxima iba en peregrinación a su cama. Y le insinuaban las re