Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de junio, 2017

Alfonso Sastre, ¿una criatura de Bloch?

El Café Gijón envuelto en las brumas de los cigarrillos y de sus desesperanzas. Asoma por allí un joven hirsuto, enlutado, que fuma como un cosaco y que de vez en cuando se toma un carajillo. Extraño, garabatea notas que parecen aprehender la sustancia etérea que conforma la literatura. Su camisa negra, una mirada lacónica que no deja adivinar un atisbo de lo que desconsuela o en su caso anima, despierta el interés de la concurrencia. Ajeno al nuevo visitante, Don Camilo José Cela diserta sobre el gafe, no ha llegado al El Cipote de Archidona que alumbrará las crónicas sexuales y del disparate en años venideros, cuando uno de los contertulios del gallego, pellizca a su compañero. Todo un sacrilegio porque Cela tiene una aureola mágica al estar prohibidas parte de sus obras. - ¿Quién es ese solitario? - Le bisbisea con tal de no afrentar al futuro nobel. - Alfonso, Alfonso Sastre .- El interfecto brama volutas de humo en una faz de fauno. Creativa, pero la mar de embrutecida a

Caballo de batalla.

-           ¡ P reséntate aquí, cabo patoso! - Me acerqué despavorido, al escuchar el rugido de Oh,  capitán,  mi capitán. Un poco de sorna no está de más porque todos esos juegos de disciplina me habían cogido algo talludito. Con el sobresalto casi tiré mis gafas de pasta de carey. Un jeribeque a lo Harold Lloyd me salvó sin embargo de tan enojoso trance, y de no ir a tientas hasta que tuviese repuesto. - Sabes que eres un meapilas, que me joden los tíos listillos como tú, pero hoy es tu día de suerte. Vas a servir en el comedor y cuidado, que tenemos una visita distinguida. -    ¿ Quienes nos visitan, mi capitán? - Cometí el desliz por mi afán de enterarme de todo, una especie de complicidad. Ni por esas se ablandó el corazón de espartano del capitán Yáñez,  ya que su lengua afilada volvió a reverberar una lista de improperios, que nos ahorraremos por falta de espacio. Como la grana, saludé y me fui  a cambiar ¡ Trágame tierra! Del mono de cocina a una chaqueta blanca. Una

Gondal contra Angria y Gaaldine.

P or aquí, que este árbol es sagrado, es una puerta celestial que nos transporta a otra dimensión, donde moran los habitantes de Gondal . - Bosquejó con ojos febriles Anne ; las pupilas se habían agrandado buscando la complicidad de sus hermanos, que revoloteaban como mariposas por los arriates del malogrado jardín familiar. Entretanto, parloteaban en un idioma ininteligible para cualquiera que fuese un extraño a sus juegos. - Pero si desciframos la clave, una palabra secreta, los caballeros brunos podríamos sorprenderos en una celada. ¡ Qué venga la luz a vuestro reino, Anne! - Y se abalanzó el dulce Branwell a por Anne con una pluma, a fin de cosquillearle la nariz.- ¡Dime la contraseña, felona! - La otra se agitaba como gato panza arriba, aunque fuese su hermano venerado, hollaba territorio sagrado: los predios de la imaginación y una especie de lealtad oculta a unos  súbditos inexistentes.  Más dolor le causaban las risotadas de Charlotte y de Emily que habían empeñado su

"La economía soy yo"

S u buena estrella de espadachín le habría de jugar malas pasadas, porque aunque burló muchos desquites con gallardía,  por una dama dio muerte  a un rival, y su currículo se vería manchado por la sangre de la víctima. Convicto y condenado a la horca, este joven escocés no aguardó pacientemente a que se cumpliera el veredicto y decidió  seguir escribiendo una vida novelesca fuera de los muros mohosos del presidio, así se escapó de manera rocambolesca. Leyendas y mitos, disfrazado de anciana o de funcionario, es lo de menos dado que pocos saben cuál fue el verdadero ardid de John Law ,  para poner agua de por medio de las islas ( estaba encarcelado en Londres). Partió no sabemos porqué vericuetos con un hatillo en el que llevaba varias mudas - el hombre era coqueto y para la época, algo más que limpio y reluciente. Además, lo que nunca faltó a nuestro amigo fueron una buena peluca, y sus naipes, pues como  jugador profesional iban a sacar John Law de más de un apuro. La sombra de la

El cerebro del bardo Darío.

¿D ónde está mi cerebro, desgraciado? - El interrogado le rondaba con el escalpelo sanguinolento, cortes allá y acullá, esto es, el Principe de las letras  castellanas había cogido infraganti al Doctor Luis H. Debayle , que solemne había proclamado unas horas antes :¨ ¡ Aquí está el depósito sagrado!" (1) Acababa de hacerle la incisión que levantó el tapete de pelos de la crisma, y el cholísimo , que había sido siempre muy coqueto, le resultó patético de esa guisa, por lo que el forense hubo de dominar una hilaridad, que le invadió a oleadas. Se hubiese muerto otra vez pensó, ya que si cualquier fémina entrase por la puerta de la morgue, y se topase con el cuerpo desmembrado, ni un poema le habría sacado del trámite. Porque el señor Rubén Darío  llevaba a gala la fama de seductor gracias a sus poemas inigualables, pero no le acompañaba un físico rechoncho y panzudo. Tanto que mientras el equipo de medicina forense de Debayle hacía la descripción previa a la autopsia, les pareci

Teatro de la CNT

L as dos siluetas f umaron amparadas en la sublime oscuridad del teatro ¡La oscuridad, preciosa compañera cuando sobrevolaban los Heinkel y los Fiat por el cielo de Madrid! Y si no, un miliciano te lo recordaba desde la calle: '¡ hijoputa, fascista, apaga esa luz! Anastasio rememoraba estas lindezas, mientras ardía en una cólera interior, que no logró disimular. Daba caladas nerviosas, con el eco de los diálogos que en el ensayo, al estar la platea vacía, sonaban igual que en una caracola. No en vano, José Luis, el actor principal que interpretaba a Moliere y a su Tartuffo, se habia empeñado en disfrazarse con el famoso sayo amarillo. Les dolía la vista de ver aquel fulgor sobre las tablas tanto a Anastasio, uno de los encargados de cultura de la CNT, como a Alfonso el director artístico de la obra: una recreación de la vida del dramaturgo francés. Pero a ver quién le rechistaba; pues el divo se excusaba seguidamente con un dolor de cabeza, que interrumpía los ensayos para reb