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Mostrando entradas de marzo, 2024

Ejercicios de supervivencia.

  "Francia ha perdido una batalla, pero no la guerra." Charles de Gaulle, discurso en la BBC de 18 de junio de 1940    L os espejos tienen personalidad, y como la cuchilla con la que se rasuraba la barba, vio reflejado un amago de su propio dolor. Habían pasado más de diez años. Un uniforme negro, la luz pesada de los focos, y ese instrumento que incidía en su piel, con otros fines no ajenos a la tortura. El  cuerpo de Jorge Semprún  cobró  en los interrogatorios de la Gestapo en Auxerre  una dimensión ignorada por el veinteañero. A veces, tener veinte años suponía más ventajas, como que los hombres de negro pensaran que no era nadie importante, y que por tanto,  no merecía la pena desplegar con él todo su repertorio de horrores, que haría palidecer a la Inquisición barroca. Sonrió, por cómo antes de ser detenido, sus compañeros de La Resistencia, fabulaban sobre los interrogatorios.  Jean Moulin, héroe y unificador de la Resistencia. - Os imagináis que ese hijo de puta de K

¿Existe Dios? Calculémoslo.

  U na sonrisa disfrazada de socarronería. Caminaban por la orilla de una `playa normanda, y las ondas acechaban los cabellos de coralina y los labios de fresa de Natalie. A él, un alemán, le habían asignado a la Embajada de París en una misión secreta, pero todos se habían enterado de su llegada. No en vano,  Gottfried Wilhelm von Leibniz  se había convertido en el pensador europeo  más importante del momento.  Sin embargo, en aquella ocasión le atraían a la capital gala otros menesteres, más complejos que los entresijos de la ciencia, relacionados con el inescrutable ser humano. Pues debía lograr como representante del Elector de Maguncia, una audiencia con su veleidosa majestad, el Rey Luis XIV. Sonaban tambores belísonos en la marchita Europa, que no se había recuperado de la Guerra de los treinta años . De ahí, lo s esfuerzos diplomáticos del elector por convencer al llamado Rey Sol ,  para que dirigiese sus ardores guerreros hacia Egipto, como en su momento los proyectó Julio C

Juventud sin Dios, de Horváth

    Año 1938. Telón de fondo, un París de cielo volátil. Las nubes apeñuscadas, descargan una tormenta repentina sobre los Campos Elíseos. ¡Ábrase el telón de esta ópera bufa que es la vida! U n  rayo ignoto, así fue su vida. Luego una rama que le alcanzó en la cabeza en plena tormenta, y ahí yacía, exánime, como un bulto desmadejado, la camisa con los botones que un galeno le había arrancado, con el objeto de reanimarlo en vano. Cuando llegaron los periodistas a los Campos Elíseos, donde tuvo lugar la tragedia, propalaron ecos en el aire. No en vano, los sucesos eran de las piezas periodísticas más codiciadas por los lectores parisinos. La víctima era un conocido dramaturgo  se resabió uno de ellos, con más pinta de vagabundo que de reportero.  Farfulló algo en alemán, lo que despertó las sospechas de los concurrentes. La tensión con los boches se cortaba en el aire de cualquier conversación, hasta que surgía el irredentismo entre los propios franceses, que quizá se odiaran más íntima

Dámaso Alonso, viajero de la historia

  E n los vórtices recónditos de la historia, caminó en solitario. Un joven que había recibido el premio extraordinario de su instituto y al que sus retinas entretejían no más que brumas. Su madre, paciente, más hermosa que él, que fue consciente que la donosura de ella se la había negado Dios a su hijo, le recitaba todas las lecciones. Y gracias a esa voz, descolló una memoria que resultó prodigiosa. A Dámaso Alonso se le daban especialmente bien los números, y la lengua. Lo primero, por su mentalidad cartesiana. Vectores que crecían para hallar mentalmente el kern de aquel espacio, en el que flotaba su mente.   El maestro Dámaso Alonso.  Ese niño en el presente adulto, recordaba con pulcritud cualquier sonido de aquellas gélidas tardes de invierno, consumidos los dos cuerpos, casi en la molicie. El brasero despedía un calor agradable, un tanto narcótico. Las piezas no estaban tan iluminadas como en nuestros tiempos, de ahí la pesada penumbra que los envolvía. Algunos recelaban de

Lorca y la muerte viajera

  E l poeta se sentó en un banco de la estación de tren de Atocha. Normalmente bulliciosa, aquella mañana se arracimaban algunas siluetas, que cuchicheaban en voz baja las noticias trágicas, que habían acaecido durante el fin de semana. La muerte del diputado José Calvo Sotelo , a sangre fría. - ¡Esto es la guerra! No hay solución.  - ¡Qué agorero eres, Manuel! - Le repuso una mujer lozana, de cutis brillante, al portador de opiniones  funestas . Lo malo era que Federico García Lorca   pensaba igual que aquel gafe.  Se sintió desfallecido por dentro, n o le quedaba más que  huir del rumor de dejos belísonos, reconcomido por los miedos y aquella canícula,  a  las aguas más quietas de Granada. Algunos flashes, de lo que le había costado conquistar aquella ciudad, como el " trío de los putrefactos ", que conformó con Salvador Dalí y Luis Buñuel en La Resi . Años lejanos y en los que todo les parecía caduco como reverbero de vanguardias europeas. Por eso, la Madrid provinciana