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Mostrando entradas de febrero, 2024

Millikan, la bomba atómica, Oppenheimer y otro macguffin de Hitchcock.

  ¿A quién se le ocurre tener manía a los huevos? Una conversación esperpéntica que había empezado por aquel tema culinario. El científico tamborileó con los dedos en la mesa de su gabinete, repleta de farallones de papel. Más nervios. No en vano, el director de su instituto, el Caltech, promovía la colaboración con los grandes estudios cinematográficos, puesto que podía servir a los fines de recabar la financiación necesaria de proyectos de investigación  costosos. No olvidemos que l a ciencia era la hermana pobre de los presupuestos hasta que el Informe Maud , Fermi , Einstein, y otras vedettes de la física convencieron al Presidente de los EEUU de la urgencia de adelantarse a los nazis en la fabricación de la bomba atómica.  El gran director británico.  Por eso, cuando le sugirieron al profesor  Robert Andrews Millikan,  que la alunada troupe de Los Ángeles, querría documentarse para un filme, nunca habría imaginado que le preguntasen sobre aquel proyecto ultrasecreto. Fue a desc

Tallulah Bankhead, heroína antiwoke.

H abía enchufado la radio, giré el dial y me encontré con una voz profunda y conocida. Tenía el olor a serrín propio de los estudios cinematográficos en la punta de la nariz, mi ropa caliente.  Agotado, me resultaba empero imposible no sonreír con aquella voz de la radio, una vieja amiga, la voz de la señorita Bankhead. Porque Tallulah llevaba pantalones, y cómo los llevaba. Era un John Barrymore pero en femenino seductor. Antológicos sus exabruptos en los lugares más inapropiados. En otro momento, unos tramoyistas que la silbaron en la distancia, y ella que venía del fango, les premió con una sonrisa luminosa. Tan ruda como los operarios, se encontraba más a gusto rodeada de monos azules lanzándole piropos a discreción, que en las fiestas de Hollywood, donde temieron sus andanadas por proverbiales.  Bankhead, una actriz con personalidad propia. - La hipocresía es como el aceite que engrasa las relaciones sociales. - Pontificó un reportero del Motion Picture . - Pero Tallulah Bankhead

Qué narices las de Virginia Woolf.

  E se azogue frío que absorbe el alma, un gesto seco que le devuelve el espejo, y sobre todo, la nariz afilada como una daga, que quiebra la armonía de su rostro. Malparido, a diferencia del de su hermana Vanessa, cuya protuberancia se reafirma con hermosura. Virginia Wolf vuelve a empolvarse, en esta ocasión, más que su debilidad estética, le preocupan las tornas de Centro de Europa, y que su nariz sea indicio de un remoto judaísmo. Había sido invitada a un ciclo de conferencias, que incluyeron una visita a Alemania y que girará en torno a su literatura. ¡Se volvían a leer sus libros! Sin embargo, a medida que se acercaban las fechas, sobreviene ese miedo cerval, incontrolable. Un carácter bipolar,  depresiones esa hoja de acero frío muy adentro del alma, como hacer un mundo de cualquier nimiedad, son las improntas de su personalidad. La gran escritora, Virginia Woolf Pero esta vez quizá tenga razón, por mucho que su marido  campechano , Leonard Woolf , que sí era judío, restara imp

Karl Marx, el enemigo en casa

  R ecientes los hechos, muchos lectores denunciaban en las cartas al director, que en las islas teníamos un verdadero Caballo de Troya, por haber acogido a un tal  Karl Marx . Si había huido de Alemania y de Francia, donde le habían cerrado sus respectivas cabeceras, para instalarse definitivamente en Londres, sus razones tendrían las autoridades de aquellos países.  " Libertad de unión para delinquir. ¿Qué derecho es ése? " Esgrimía alguno de esos indignados suscriptores del The News of the World , el periódico en el que desempeño mi labor. De sesgo conservador y sensacionalista, era verdad, que por patriotismo, muchos obreros de mi país, veían con recelo aquellas ideas importadas y sentían una inclinación mayor por el pensamiento de John Stuart Mill .   Karl Marx, el famoso pensador. Los más, barruntaban que aquella misteriosa Asociación Internacional obrera , había movido los hilos de la funesta Comuna de París , con un epílogo tan sangriento como oportuno, para los accio