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Mostrando entradas de febrero, 2016

Fugas reales e irreales

Del arte de la fuga. Quién no se ha sentido hecho un guiñapo frente a las adversidades que le han zarandeado y en el momento más inesperado, una novela le abría una ventana para fugarse de su maltrecha realidad (no para tirarse). Una ventana de guillotina, con vistas a una ficción que le alejaba de la hondura de sus pesares y que le permitía coger resuello, en un período donde le asolaban las tribulaciones. Como la pareja del escritor consagrado y el aspirante, uno de los dúos más eternos de la historia literaria, que emprenden juntos un viaje interior y exterior, hastiados del bullicio de la meca artística de la que escapan. " No mirar hacia atrás, salvo que queramos convertirnos en unas estatuas de sal " Imaginemos un Francis Scott-Fitzgerald vaca sagrada devoto de su esposa Zelda , llena de sofisticaciones, sus bucles y vestidos vaporosos, que de pronto huye con el promisorio Hemingway a ninguna parte. De fondo, les envuelve el monótono ruido de las vías del tren.

La misteriosa llama de la Reina Loana de Umberto Eco (homenaje a una generación que se extingue)

-           A mi me parece, Muna, que la película es mejor que la novela. Umberto Eco se me hace algo tedioso.- Señaló Ontiveros mientras jugaba con sus dedos amarilleados, a remover el limoncello . Alzó de nuevo la vista- Fíjate en ese Christian Slater , estupendo actor.- De pronto se sumió otra vez en un silencio, que todos interpretamos. Si Slater no se hubiese deslizado por la pendiente más trabucaire, ¡lástima! -           Pues yo lo siento, Ontiveros, a mi me gusta más la novela, aunque también la película me parezca excelente.- Le dije al desgaire, porque era una disputa eterna en torno al Nombre de la rosa y que salía a la luz, en cuanto hablábamos de esos mundos conexos, que son el cine y la literatura. También el debate se había acrecentado por la muerte reciente del escritor italiano. Aunque enseguida, me quedé absorto en mis cavilaciones, que hicieron desgajarme de un locuaz Ontiveros, que tenía brotes de lucidez como el de aquella sobremesa. Su cabeza llena de

Tres tristes críticas

El Fuego de Henry Barbusse. El Fuego refleja sin tibieza el averno de limo que sepultó a toda una generación de  europeos en la Gran Guerra . Miradas que apenas abarcan un horizonte lunar y que el  morapio torna vidriosas, discurren en el tono claramente poético que destila la prosa  de Henry Barbusse . Para ello el autor recurre a vivencias propias, que cobran resuello  en una compañía francesa de peulois , errante por el Frente Occidental. A la sazón, el  contraste de las estampas de las batalla y de la buena vida de la retaguardia,  confieren a la obra un tono moralista y de denuncia de la hipócrita sociedad en guerra. Con un eco menor que Sin novedad en el frente , El Fuego es un alegato antibelicista  excelso, que la Editorial Montesinos  ha decidido rescatar del letargo. Recordar que Barbusse fue todo un referente del estalinismo francés y pocos entierros se recuerdan en el país vecino, tan multitudinarios.  Henry fue una figura recurrente y muy polemista en el primer

Laberintos del poder nazi

“ Si supiéramos por adelantado las intenciones del enemigo, lo venceríamos siempre con un ejército inferior al suyo ”. Federico II condensa perfectamente el objeto del espionaje, a pesar de que éste y su arte, no sólo contemplen la posibilidad de conocer las intenciones del enemigo. La movilización de unidades dependerá de las expectativas y visos que adivinemos en el adversario, pero también, cuestión que no es baladí ni mucho menos, que malinterprete nuestras intenciones en el campo de batalla como ocurrió en la operación “ carne picada ”, le llevará a gastar sus recursos donde no son necesarios y en flancos que no van a ser atacados. Tampoco  dijo nada Federico II acerca de los fantasmas propios ni de las guerras intestinas que se libran en el interior de los distintos servicios de espionaje. En este caso, los movimientos se han de medir y  como el ajedrecista, ser muy sutiles. Fue en un entorno de celadas internas, donde sobrevivió mucho tiempo el almirante Wilhelm Canaris ,

La casa encencida de Aleixandre y de Rosales

-           ¿Qué cojones hacemos aquí?- Replica un Varela al que el frío le corta la cara a cuchilladas. Aguanieve. -           Espera, que debe estar por aquí.- le respondo impaciente, aunque tampoco estoy seguro hasta que confirmo que aquel es el lugar que buscábamos ansiosamente en medio de la noche. Entonces apreciamos a vuelapluma remendones y humedad, mientras nos aferrábamos al paraguas en un Madrid lluvioso. A pesar del viento arrabalero, paseábamos por los alrededores de Velintonia 3 furtivamente, como amantes despechados, o lo que es peor, como voyeurs con cámaras voraces, que atestigüen el triste epilogo de una de las moradas de nuestra literatura. Como a Quevedo, la murria y el cieno cercanos a la cancela, y los muros nos sugieren sus versos, porque quizá los muros de Vicente Aleixandre, sean los muros sino de la patria, si los de la indiferencia. “ Mire los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por q

Realidad ficticia

En el epitafio de la lápida de Marcel Duchamp reza sarcásticamente “ D’ailleurs, cest toujours les autres qui meurent. ” (Por otra parte, siempre se mueren los otros). Un acuñador de frases célebres, que ante el rechazo de la enseñanza más convencional, buscó saciar su vocación artística en los cafés parisinos. El hecho es que al pobre de Duchamp no le admitieron en escuelas artísticas públicas ni privadas, aunque tampoco se amilanó para cumplir su sueño; peor hubiese sido derivar en la subespecie más peligrosa de artista fracasado, la de hitleriano dictador. Marcel jamás olvidó su bloc de dibujo donde sedimentaba su sabiduría a guisa de ocurrencias, frases que sazonaban los retratos que esporádicamente realizaba entre la parroquia cafetera: artistas, noctívagos, chulos de matute, señoritos errantes en pos de un ápice de emoción en sus vidas y que se enredaban con bellas mujeres de mala reputación, para padecimiento de sus respetables familias. ¿Quién no ha soñado en su adolescenci

La misiva de un soñador

  De vez en cuando nos ponemos a rumiar ideas o rememorar lecturas, que guardan diferentes posos como dijese el gran escritor mejicano, Carlos Fuentes . De amplio repertorio y que hasta cuando revisita el clásico de Drácula , lo hace bajo nuevos visos y aparece con ternura el tópico del amor al hijo. Pues como decía, dichas ideas cristalizan tras un tiempo bullendo en nuestras  tercas seseras, enlentecidas por el tedio ordinario. De pronto, no sabemos las razones, pero nos  preguntamos por la carta que había escrito Miguel Hernández a Juan Ramón Jiménez , para recabar su apoyo en el ardoroso mundo de las letras. Fue una búsqueda súbita y abracadabrante que hubiese firmado el mismo mago Jodorowsky, puesto que apareció en el blog de Emilio Monte Hernanz . Tenemos en ella un Miguel Hernández , meritorio a poeta y admirador de Juan Ramón.   Miguel Hernández, instantánea de su estancia en la cárcel. De Desconocido - http://www.flickr.com/photos/uned/4702976463

El reloj tardo de Einstein y un viaje surrealista

Mucha expectación había levantado el anuncio de LIGO , y es que los institutos de investigación han entendido perfectamente el eco que logran sus éxitos cosechados entre farallones de espectroscopios y computadoras. A través de las redes sociales y los mass media van filtrando deliberadamente y a cuentagotas la información como en una novela de intriga, hasta que el directivo del ente nos desentraña en una rueda de prensa el nudo gordiano del enigma científico a la vez que bosqueja una sonrisa socarrona. Porque son más vanidosos de lo que aparentan, tienen el ego de viejas vedettes y más mundanos si cabe. Aparte de descifrar alargadas ecuaciones vedadas al entendimiento de la mayor parte de los mortales,  muchas veces su orgullo se ventila con apuestas a suscripciones de revistas del género alegre (lo confieso, fingimos con interés y alevosía que entendemos algo del chorro de incógnitas que profusamente brotan de la pizarra de Edward Witten ) . V.g.  Kip Thorne y Stephen Hawking