T odos dispuestos en fila, con las máscaras que recogíamos raudamente de debajo de los pupitres. Cuando comenzábamos el simulacro, frente al bullicio anterior, resplandecía el sonido de la alarma. Nadie decía ni mu. Ni siquiera Alfred el sabelotodo, que nos explicaba los megatones, y la potencia de la bomba de hidrógeno. - ¡Una pasada! ¡ Castle Bravo ha detonado quince megatones! - Una vergüenza.- Le reponía en medio de la clase, girando mi busto hacia sus pupitres.- Qué podamos destruir este mundo varios cientos de veces. - ¿Eres comunista, Julius? - Nada de eso. - Se lo vamos a contar a Mcarthy.- Me rebozaban a coro, él y sus secuaces. El senador Mcarthy había despertado nuestros instintos más ancestrales en una caza de brujas, en la que cualquiera podría ser culpable. Corea era una guerra lejana, aunque estaba latente en un ambiente de miedo, que nos circundaba a todas horas, hasta asfixiarnos en nuestros propios fantasmas. - Te perdonaremos, Julius. Al fin y al ca...
Un viaje por la historia y la cultura