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Mostrando entradas de abril, 2017

Mona Lisa y el rapto de su sonrisa

Podría haber sido una cabaretera, una meretriz cualquiera que nos secretase su tarifa en la  Babilonia de Heródoto o incluso una esfinge egipcia; tantos papeles interpretados por la jocunda señora, que siempre ha sido muy polifacética en nuestra mente calenturienta. Por lo demás, sabedora de los secretos más recónditos de monarcas, se malquistó con emperadores- fue una de las prerrogativas de Napoleón , que colgase de la pared de su gabinete: algunos autores sugieren que el conquistador se inspiraba haciendo sus necesidades, en los trazos de Da Vinci . Quizá sea éste el origen de su  sonrisa sempiterna, pese a que los expertos nos hablen del esbozo y la técnica empleada por el artista italiano, que engaña a nuestros ojos. Pero la muchacha nos parece susurrar en relación a Bonaparte o por lo menos nos lo imaginamos, que no la tenía tan grande.Claro que para los mal pensados, aclaremos que se refiere a la inteligencia del corso. En otras ocasiones raptada y cuyos orígenes por supuesto

Coronación de Donoso

Hace sesenta años, un periodista chileno de talle menudo, barba bohemia y voz aflautada, nos sorprendió con una novela, Coronación , que reúne bastantes requisitos para adaptarse al teatro: por unos protagonistas desbocados y con unos comportamientos histriónicos, que parecen una caricatura de la realidad. Resulta a ratos una obra de una filosofía apabullante, en especial, cuando el  protagonista maduro, Andrés Abalos  cobra más viveza en sus páginas. Con cincuenta años, el señorito Abalos sobrevuela por los conflictos de la vida sin contaminarse , pero tiene su cabeza plagada de incertidumbres. En cuanto comienza a enamorarse de una joven judía que le haría perder posiciones en el escalafón social, y sobre todas las cosas, su siempre estimada libertad, Andrés recula para envolverse en su crisálida de tibieza de nuevo, ajena a cualquier turbación. Los bastones que colecciona de manera mesurada - nunca más de diez por el afán de contener la codicia- los libros tras los que intenta in

Simic y Platón

Igual que en una ratonera elevo confuso  mis pensamientos de tarde cenicienta, y con redobles metálicos. En el horizonte se barrunta tormenta, nubes de evolución como dice la mujer pimpolluda del tiempo . Algo me reconcome, un halo metafísico que se interpone para volver a las filosofías, que ruedan en mi cabeza nimbada de estrellas.  Es entonces, que me asaltan unos versos de Charles Simic (1) . Y es que nos ponemos tristes en cuanto pensamos, ¿es esa nuestra enfermedad de hombres como afirmaba Nieztsche ? ¿Tener conciencia de nuestra propia existencia? Mis pisadas albergan un aliento impreciso  en el parque espinariego de Cipriano Geromini , me deslizo de todas formas por su alfombra de polvo en la que los jacintos sueñan con flotar. Mientras, mastico los versos de Charles Simic.                 Extracto de C arta Queridos filósofos: me pongo triste cuando pienso. ¿A vosotros os pasa lo mismo? Justo cuando estoy a punto de hincar los dientes en el noumenon , al

Ayala en el Homo Videns de Sartori

Con una sonrisa cándida, Don Francisco Ayala reivindicaba su faceta literaria por encima de la ensayística, que fue en todo caso muy prolija. El exilio le había permitido conocer a la generación dorada de la ciencia ficción argentina, y compartir mesa y mantel con los mejores poetas del continente americano. Consideraba a la enorme poetisa chilena, Gabriela Mistral , un personaje extraño, cuyas extravagancias le sumían en un silencio risueño, y que por  caballerosidad no iría a desvelar en una entrevista. De  Pablo Neruda , al que profesaba una especie de desdén por su intromisión en el ardoroso mundo de la política, le separaba un infinito de concepciones. Otro tanto le ocurría con un Jorge Amado , fiel exegeta del estalinismo, régimen al que salvaba de cualquier crítica. En el fondo, nuestro pensador creía que la clara definición ideológica suponía un tamiz de gran calibre, que cegaba las percepciones del intelectual. Homo Videns, la sociedad teledirigida, Escrita por Giova

Maqroll, Mutis y Facundo Cabral

" Me gusta andar, pero no sigo el camino pues lo seguro ya no tiene misterio " Facundo Cabral En los viajes indómitos por una Sudamérica de gran fronda, en pos de oportunidades de desarrollo para la localidades que visitábamos, tuvimos un compañero inesperado y de  prestancia singular. Estaba la expedición imbuida por los aires de aventura de este personaje literario y los largos desayunos, gracias a los que resistimos una verdadera dinámica infernal, con jornadas extenuantes en poblaciones circundadas por la jungla, siempre nemorosa. Imaginándonos ser el Maqroll El Gaviero , no nos derrotaba la destemplanza del hogar lejano ni la melancolía de la familia, y cogíamos nuestro hatillo de la marca Gabol para retreparnos en camiones por los somontes amazónicos o volar al siguiente destino. En nuestra maleta pesaban los libros, única ventana para escapar de las vomitonas, los ojos afiebrados, cuando cada uno se confinaba en su tienda de campaña en la oscurecida de la noche. ¡

Sartre contra Camus

En la lontananza se habían admirado e incluso Jean Paul Sartre quiso conocer al autor de novelas tan brillantes como El Extranjero  y de ensayos como el Mito de Sísifo , que le habían deslumbrado. Qué desde la periferia se escribiese tan bien y hurgando con el dedo en infinidad de llagas por las que supuraba el existencialismo, le dejó anonadado. Aunque Jean Paul más se sorprendió cuando se encontró con él, un día otoñal de 1942, en el que se presentó aquel joven con la gabardina empapada. Un pied noir guapo con estilo;  los labios que enroscaban un cigarrillo que parecía perenne y unos ojos claros como el alba. Albert Camus , el joven canalla, era la antítesis a él, que se consideraba un viejo prematuro. Las muchachas giraban los cuellos en cuanto el argelino hacía acto de presencia en cualquier antro, hasta su eterna compañera, la escritora Simone de Beauvoir , ardía silenciosamente en deseo por Albert. Ella fue testigo de aquella relación que acabó siendo de queridos enemigo