Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de septiembre, 2020

Ciudadano ejemplar Hearst

  S us loden y sombreros Fedora bien aferrados, no evitaron que un céfiro repentino se adentrase en sus huesos, cuando cruzaban la verja de los estudios de la RKO. Entraban en los predios del mal. ¡Qué asco de farándula! Odiada por su más ilustre representado,  William Randoplh Hearst , hubo un tiempo que no, y era eso lo que les había traído allí. Miraron chulescamente a ambos lados de un paisaje que parecía industrial, pero que como pomposamente rezaba en la propaganda de las compañías productoras de cine, era una fábrica de sueños. Inopinadamente, de un hangar salió Napoleón entre una barahúnda de soldados. Barrigón, cuerpo desmadejado y pelo hirsuto, no podía ser otro personaje histórico. Toda esa caterva salía a descansar los diez minutos de rigor, tras cuatro horas de rodaje.  Primer cartel de la película -           ¿Sabe, por favor, dónde están las oficinas de su compañía, señor Bonaparte?- Le inquirieron al unísono los abogados de Hearst. -           ¿No serán del fisco?

El cuarto poder.

L o había dado todo por aquel maldito país. Incluso combatió en la Guerra de Secesión, pues le habían enrolado en Europa con sutiles promesas a los diecisiete años. Su desarrollado sentido de la supervivencia, le mantuvo al margen de los obuses de la artillería, que derribaban fortines como castillos de naipes. En aquel tiempo, había aprendido unas pocas palabras en inglés, por lo que sus compañeros de armas se comunicaban por señas con él. De ahí, que su memoria de aquellos años fuese más visual. Razonó entonces que aquellas bocas de acero, comenzaban a resultar una asechanza para los soldados rasos, marionetas que en muchas ocasiones peleaban por el capricho de sus superiores. Cuánto podrían costar en sangre una medalla por tomar una cota inaccesible. Y fue fraguando en la limosa espesura de sus iris, una especie de conciencia de clase. No tan compleja como la marxista, sino más intuitiva. Los débiles contra los poderosos. Joseph Pulitzer, visionario de un nuevo periodismo.  De est

Modi,del alma mía

  E n la noche de los tiempos o cuando el tiempo siempre frágil, se convertía en noche, hubo un artista, cuya silueta se diluía en esquinas sórdidas, y en los bistrós de París, donde le invitaban a una copa. O le compraban un dibujo por cinco francos. Las estrellas se derretían en el firmamento, mientras el giróvago de Amadeo Modigliani  volvía a tientas a su camaranchón con las primeras luces del alba. De las mujeres se procuraba los mejores mimos, y las cópulas más ardientes.  Inspiraba en ellas la ternura, y en ellos, como nuestro Pablo Picasso , un abrumador sentido de la rivalidad. Más absenta, la sangre de los bohemios. Era en ese estado de inconsciencia que le proporcionaba la bebida, que comenzaba a farfullar los versos de El Canto de Maldoror . El cuadro del desnudo de la discordia   Recita con frecuencia, la parte en la que el protagonista, por gracia de la providencia, se convierte en un cerdo. Ese libro, que es de los más sorprendentes de la historia de la literatura, se co

La última carta de Pasteur

  P or los cañones de la barba, asomaban átomos de indecisión. Su ayudante, Emile Roux , en total desacuerdo, se mesaba los cabellos, porque su admirado doctor Luois Pasteur desbordaría la más elemental de las reglas en la investigación. ¿Cómo desdeñar los efectos secundarios de una vacuna? En aquella ocasión habían obtenido resultados muy prometedores, era cierto. En perros. Sin embargo, desconocían los efectos a medio plazo. Qué al enfermo le diese un síncope por causas ajenas a la infección que le había llevado a la convalecencia. Se convenció de que resultaba una auténtica temeridad. - Solamente hemos vacunado a perros. Nunca a humanos, profesor. Y no todas las veces en las que se produce una mordedura, se desarrolla la rabia.  -  Tienes razón, querido Emile. Pero.  - Nada de peros, es muy arriesgado. Inmoral. Nos obligaría a abandonar una investigación de forma prematura, cuando podemos obtener más adelante, resultados que salvarían a muchas personas.  - Hemos visto sus mordedura