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Mostrando entradas de enero, 2023

Prisciliano, el primer hereje

  A hí tenía su hallazgo, la labor inconfesable de toda una vida de renuncias.  Hervían los nervios en el  rostro  docto , y en la  barbilla  ríspida  que se acarició confuso. Porque después de tantos años, conseguía dar con un ejemplar de inmenso valor. Períodos de angustia, en los que el errabundaje de una profesión sin réditos crematísticos, había puesto en peligro hasta su matrimonio. La severa Matilda había porfiado,  para que su marido abandonase esa quimera de una vida intelectual .  Si Georg hubiera sido comerciante como su padre, pero ahora esta epifanía, lo cambiaba todo.  - ¡Aleluya, Dios mío! - El profesor se sumergió los siguientes días en la lectura del códice, que abordó con el mayor de los secretismos. Por la biblioteca se oía el frufrú de su ropa, una levita ajada y algo astrosa, el murmullo de algún estudiante distraído, cuando de pronto llegaba al confín donde se hallaba el códice, que abría con una sonrisa malévola. No en vano, fue su secreto. Le embargaban entonces

Vila - Matas en la habitación 205 del Cervantes

C ómo tratar a un orate literario, que vuelca en cada idea corimbos de historias, que pueblan su cabeza, como muñecas rusas de erudición. Un póster de Mallarme ,  el dietario de la Vizcondesa de Noailles , esconden un prontuario de fetiches personales, de ese París tardofranquista, en el que buscó las huellas de la Generación perdida , con el afán de encontrarse a sí mismo. Con todo, esas escenas que parecen de otro, orbitan en su cabeza, cuando le invade el sueño. No prescindirá de  su pijama de rayas, el uniforme de los reos de sí mismo. Rayas que a ambos lados del Atlántico,   desentonan por cómo se reproduce el refulgir de la tarde en Montevideo. El río de la Plata o mar si se otea con destreza, se convierte en una cinta marrón, no recuerdo si en palabras de Eduardo Galeano u otro genio de las letras uruguayo. Allí, el escritor catalán entrebusca en un ejemplar de Madame Bovary por dónde andan agazapadas las musas.  Madame Bovary, ensueño de las letras. Neurótico, enfermizo, desp

Marlowe, espía de su majestad

  T abernario, locuaz, imaginó poseer a Dido , la fundadora de Cartago, mientras goteaba la tinta de su manuscrito. Borrones, flechas que volaban por sus galeradas, que no encontraba cuando apiladas, languidecían en diversos lugares de su pieza. - Perdona, continúa por allí. - Leía a uno de sus actores preferidos la parte en la que Dido, fundadora de  Qart Hadásh (Cartago), negocia con los norteafricanos su asentamiento en aquella región. Ella triste, se repone del asesinato de su marido, Siqueo . Dido huye de su hermano Pigmalión, y Christopher Marlowe parecía entusiasmado con su última creación, con versos blancos, musicalidad sin rimas forzadas.  Sabe de los gustos del vulgo por los dramas históricos, y de las relaciones sentimentales imposibles. Por cuanto la mujer fenicia se suicida al no poder retener a su nuevo amor, Eneas , que debe correr a cumplir con su destino, esto es, fundar otra ciudad, en este caso, Roma. El actor de la compañía de Marlowe enarca las cejas, le mira co

Eppur si muove

Y Galileo Galilei , ese viejo de barbas foscas al que todos rodeaban con el trasueño de miradas acusadoras, en el día que comenzaba  su segundo juicio, no se había retractado del todo de sus afirmaciones. Medio ciego, atisbaba las cáfilas que se reunían a reprocharle su herejía. Expelían exabruptos: << ¡A la hoguera! >>. Partíamos entonces en una contienda desigual y sazonada de odios, pero no el mío. Mi intención, no por la indulgencia futura, ¡créanme! fue salvarle de la hoguera en la que  Giordano Bruno ardió p or seguir los dictados de Copérnico. En el caso de Bruno latían más diferencias, de índole teológica que hicieron imposible su salvación.  ¡Había más de un universo!  Con todo,  había arrojado a ese majadero migas, para que saliese de ese atolladero, en vano. Casualidades de la vida me habían deparado ejercer otra vez la acusación contra  Galileo como me ocurrió con Bruno; esperaba que no con consecuencias tan funestas. Pero todos sabíamos que tras esas reprobac