Ir al contenido principal

La Torre Lustig

 Un monumento a la imbecilidad humana, había tachado el gran Leon Tolstoi a la torre enhiesta, que recortaba el horizonte de una ciudad como París. Hórrida silueta que quebraba el clasicismo del Arco del Triunfo y del lúcido París de Haussmann. El jorobado caminaba con la guía de la luna. La Place Pigalle casi solitaria, salvo algún alma que escondía sus vicios. De la caseta color jaramago del Pére Frede al Cábaret Du Néant.- Y dices que no van a derribar ese armatoste del diablo.

-   No, por supuesto que no.

-  -  Estos políticos qué bien administran el dinero de los demás.- Tocado por Baco, se le había encendido la lengua al ser corcovado, que manoseaba a la joven. Querría llevársela al caletre amatorio. Era mucho más feo Tolouse Lautrec, que había amamantado de sus fulanas adoradas
  - ¿A usted no le gusta? – Le preguntó la cándida muchacha, una provinciana de cabello blondo y canalillo para caer en un mar de tentaciones. Miró arriscada al duende  de la noche. - Le da personalidad a la ciudad.
-    Ayy, alma de Jesucristo, vayámonos de aquí. Eso hay que pagarlo con impuestos. Y luego los untan por todos lados. Fíjese, usted es demasiado jovencita, pero todos los políticos son unos chorizos. Mi padre me contaba el escándalo del Canal de Panama que fue mayúsculo. 

-  -   No ha llovido desde entonces, caballero.

- -  No se crea. Sabe que antes se suscribía deuda con premio. Es decir, se hacía un sorteo por el que aparte del interés del principal, si le tocaba, la daban al agraciado una morterada de dinero.- Fumeteaba aprensivamente, dado que no estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria, y menos una furcia ignorante. La muchacha escuchaba en cambio como si la lluvia le musitase secretos inconfesables. ¡Vaya retahíla del jorobado! - Como se abolió, quisieron reponerlo, para atraer inversores a la sociedad que construía el canal. Untaron a casi todo el parlamento. Huelga decirle, señorita, que la quiebra de la compañía del canal ha sido la mayor que ha conocido nuestro país. Cayeron ilustres como Lesseps
-  ¿Pero  me puede decir, caballero, qué tiene que ver la Torre Eiffel con todo esto?
-    Pues que si quieren conservar la puñetera torre, que se la lleve a su jardín el señor Presidente Gaston Doumergue ¡Qué cuesta demasiado su mantenimiento al erario publico!


De Agence de presse Meurisse - Bibliothèque nationale de France, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=18324041
Trabajos de pintura, 1924

      Nos ahorraremos las sicalípticas escenas del cliente y la pobre mujer, que imaginó que era una criatura fantástica la que le poseía como un espíritu. En este punto de nuestro relato entra Víctor Lustig, que sabía que había una corriente de ciudadanos que quería aligerar la carga de la Hacienda Pública, allá por el año 1925. El monumento estuvo bien para aquella Feria Internacional, todo un dispendio en cualquier caso, se decían los negociantes más adustos. ¡ El centenario de la Revolución francesa, muy bien! Sin embargo, ahora que se necesitaba remozar, y afeaba a la hermosa Lutecia, convendría pensar en por qué no desmontarla. Un borrón entre sus grandes bulevares que abrían la boca incluso de los extranjeros más desafectos a la patria. ¿ Por qué no achatarrarla? No sonaba tan descabellado. Por lo que Lustig urdió un plan. Captar a unos empresarios ajenos a los cenáculos parísinos. Potentados que quisieran dar un golpe en los negocios, sonado para que se le respetase en aquellos ambientes, donde se miraba con recelo a los ajenos a tan influyente sociedad. A ojo de buen cubero, todo ese hierro, era un Potosí. 



Por lo que Lustig citó a seis de estos acaudalados provincianos, y les dijo que guardasen la máxima discreción y mesura. El Gobierno, dada la fortuna que acarreaba la restauración del monumento, estaba sondeando la posibilidad de desguazarlo.- Les ruego máxima discreción, caballeros. Las autoridades no quieren que salga de esta reunión nada para que no cunda el alarmismo. Apelamos a su patriotismo.- Envarado y con su rictus serio, el hombre daba zancadas sobre un círculo imaginario, encima del estrado de la sala de reuniones del hotel. Su secretario miraba con gran interés la plática. 


- -  Y  por qué no se hace un concurso público.- Preguntó uno de los entrepeneurs. 
- -  Muy buena pregunta. Tendríamos que saber el punto de partida. Por eso queremos tantear antes a unos empresarios escogidos al azar. Para valorar el precio de partida. ¡ Lo que hemos hecho! - Lustig tiró la tiza, porque había hecho unos números en el encerado. Toneladas de metal y de otros materiales que acumulaba la Torre Eiffel. - Hagan una oferta por lo que están dispuestos a pagar. Y recuerden, esto es un secreto de estado. Imaginen por un momento que saliese la noticia a la luz pública. Se convertiría en un escándalo mayúsculo.

A todos les sonó a camelo. No tenían pinta de canelos, con sus levitas y chisteras. Bien es verdad que el premio de conseguir toda esa ingente chatarra, merecía la pena. Todos lanzaron su oferta, por si acaso. No fuera que dejasen escapar la oportunidad de sus vidas. En cualquier caso, Víctor Lustig consciente de que su puesta en escena podría sembrar dudas, contactó con uno de aquellos negociantes, muy duros, unos cocodrilos en su ámbito, pero que se amedrentaban al llegar  a la capital. Al que creyó más fácil de abordar, le contó que había sido el mejor postor y que por tanto, si quería la torre era suya. - Solo habrá que formular el contrato, querido señor Poisson.

     
De Page from a 1935 Philadelphia newspaper - http://numismatics.org/wikiuploads/Exhibits/funnymoney2-08.jpg, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=59283538
El taimado Lustig, siguió una brillante carrera en 
el fantasioso mundo del timo

   Todo el entusiasmo de un febril André Poisson que no creía haber ganado el concurso, y hacía cábalas de los beneficios, se desinfló al contarle a su esposa la buena nueva. Ella le reprendió, que cómo se creía semejante añagaza. El taimado Victor Lustig supo que tendría que redoblar el ingenio para que no se le escapase tamaño lelo. Y les confesó que realmente mediaba en nombre de un ministro de la nación, y que si su oferta se había hecho con el concurso, también llevaba implícita una comisión para las partes intervinientes. La coima daba por tanto una patina de normalidad a ese concurso extraño. Por otra parte, esperpéntico sino del progreso, que necesitaba de semejantes arquetipos, los conseguidores, para que las sociedades se desarrollasen. Ánimas que bailaban el charlestón por una ración de dinero. La mujer también se hubo convencido, sabía que había gato encerrado, el pájaro ése quería pasta. Lo veía venir, se lo dijo ese sexto sentido femenino. Todos contentos hasta la sagaz fémina, por lo que los Poisson pagaron el precio estipulado por el concurso más el soborno al presunto ministro. Más tarde, el escándalo llegó a la opinión pública, que se sorprendió de lo sofisticado del timo. Aunque el concernido, André Poisson nunca lo denunció por la humillación que significaba el ser el objeto de dicho engaño. Sobre él recayó semejante baldón: por tola y soborno a funcionario y regidor público. Mientras Lustig y su secretario huyeron a Austria para disfrutar de una suma tan escandalosa de dinero. No sólo por el montante, sino por lo escandaloso de su obtención. 

     Al final, los políticos recurrieron al patrocinio privado para solventar los problemas financieros, todo un agujero para la época, que acarreaba el mantenimiento de la torre. Si ahora algunos se escandalizan porque se den nombres de marcas o empresas a estadios, el Wanda Metropolitano y otras especies, recordemos que dicha fórmula, en 1925, convenció y ayudó a sobrevivir a la Torre más famosa del mundo. Citroën se convirtió entonces en el ángel salvador. Más tarde, la riada de turistas que cada año la visitan, han ayudado a sobrevivir a la noble dama que otea los cielos de la capital francesa, y que junto a la Mona Lisa, son los símbolos más reconocibles del país vecino.  

.  



De Desconocido - http://www.myweb.com.au/citroen/history_book/pix/hb_eiffel_tower.jpg, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=539090
Uno de los primeros sponsor de 
la historia, en 1925.


PS: Esta historia me fue sugerida por Bonifacio Álvarez, indirectamente, puesto que la evocó en una de sus píldoras de sabiduría, con las que comenta este blog. E investigando, entresacamos lo que creemos más divertido de este timo. Les recomiendo sin duda el blog personal de Bonifacio Paraguas con goteras pero nunca se fíen de él. Cuando crean que alguna de sus historias va a acabar de una determinada forma, se saca otro final de la chistera. Permanezcan siempre atentos en su blog, que sus dedos son muy ágiles y se nos prestan al engaño. Sin embargo, no se preocupen, que no les defraudará como Víctor Lustig. Sus historias siempre tienen mucha enjundia, aunque rayen con el mundo onírico y de la fantasía. 
 

Comentarios

  1. Efectivamente, exprimiste bien el humor de la anécdota de la torre y la chatarra. Y además hiciste una buena semblanza del asunto, encuadrándolo bien en su época como siempre haces.

    Muchas gracias de corazón por tus palabras sobre mí y por recomendar mi blog. Como agradecimiento, te ofrezco formar parte de un negocio increíble… Hay una torre inclinada en cierto lugar de Italia que está a punto de caerse. Se torció hace unos días, no creo que aguante mucho… Mis fuentes me indican que se construirá un helipuerto en el solar que quede, cuando limpien los escombros. Por un módico precio, nos podemos repartir la concesión del negocio.

    La oferta dura poco. Date Pisa.

    ResponderEliminar
  2. No me cuesta recomendar una página que aúna calidad literaria, tramas sorprendentes y sobre todo lo que te caracteriza más, ese humor socarrón. Haces cosas diferentes y reconocibles, vamos que tu estilo es identificable. En cualquier caso, les recomendaría a los lectores que no te leyesen muy de Pisa.

    Muy bueno lo de la torre, todavía me parto, Bonifacio. Muchas gracias por comentar. Un saludo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Sociedad de la Niebla

C asi en la noche de los tiempos La vuelta al mundo en ochenta días , nos metió los demonios de las prisas y el encanto de viajar por el mundo. De la tierra a la luna , mi preferida, había avanzado más de un siglo la posibilidad de que el hombre hollase nuestro satélite. Muchos científicos se frotan todavía los ojos por lo próximos que estuvieron sus cálculos ¿Cómo lo hizo? Se preguntan sesudos.  Con todo, Julio Verne lucía esquinado en mis anaqueles, cuando Manuel Ontiveros me sacó del amodorramiento. - ¿Nunca te has preguntado por qué se adelantó tanto a su tiempo? - Señaló jubiloso a la parte más arrumbada de mi librería, a los ejemplares de Verne. -           Tenía una imaginación proverbial. -           Podría ser.-   me dijo enigmático Manuel, que parpadeó gozoso porque todavía me tenía enganchado con el misterio sobrevenido.- Pero podría ser por otra cosa. En Veinte mil leguas se adelantó a la invención del submarino ¿ Tampoco te lo has preguntado,

Los comienzos del más grande

E l micrófono valorado en más de un millón de dólares>> secretaba el televisor, que se hacía eco de un reportaje dedicado a un  cantante muy famoso. Nosotros en el duermevela de la siesta, alzamos atraídos por la noticia un párpado, para que se nos revelasen  las formas del instrumento, pero apareció aquel bulto envejecido. Antaño había producido la dicha en millones de sus seguidoras y  tuvo en el hito del Teatro Paramount , una de sus paradas en el camino de la fama. Aquella noche en cambio, el fenómeno iba a actuar en el Santiago Bernabéu . A todos los italianos les brillaba una sonrisa al escuchar su nombre, pues a pesar de los esfuerzos de su madre, una genovesa que según la leyenda renegaba de su orígenes, Frank Sinatra nunca renunció a aquellas amistades de barrio y a otras más comprometidas y menos recomendables ( Salvatore Giancana , mafioso que controlaba el ocio nocturno en varias ciudades, entre otros).    Al fin y al cabo, Frankie era un medio italiano

El anillo de Valentino

H ace mucho tiempo había escuchado una historia sobre la muerte de Rodolfo Valentino,  que nos inquietó. Danzaban las luces de las linternas en nuestros rostros por un inoportuno corte de luz que había provocado un huracán, de las decenas que habíamos soportado en Cayo Largo en los últimos años. - Era el ídolo de vuestra abuela, y cuentan que hubo muchos suicidios entre sus admiradoras, tras conocerse su muerte. En los reportajes de la época, unos camisas negras quisieron hacer los honores al féretro, pero los contrarios se opusieron, por lo que se armó una gran trifulca.  El gran Rodolfo Valentino en plena ola de éxito. -           ¿Unos camisas negras, tío? – Pregunté con mis ojos abismados en el miedo más absoluto. El huracán y esos espantajos del pasado, tan presentes en aquella estancia.  -           Sí, de Mussolini, pero no murió de una peritonitis.- Nuestro tío acrecentó el misterio con las cejas arqueadas. – O sí, pero provocado por un anillo.  Cuentan que