Le dieron la bandera americana, que había cubierto el féretro.- Todo un patriota. - Repitieron la letanía a Clyde Tolson. Después de todo, querían quedar bien con quien podría tener toda una Caja de Pandora en sus manos. Los dosieres que Edgar Hoover, el finado, con tanto primor archivó en vida,y que de salir a la luz, se convertirían en una bomba de relojería aún discurridos años de la muerte de algunos de sus implicados. Otros garufas que seguían más vivos que nunca, temían con razón que se hiciesen públicos aquellos memorandos, que escarbaban en las facetas más oscuras de su intimidad. El propio Presidente Richard Nixon tan dolido aparentemente, ocultó sus congojas en las exequias. Una legión de hombres de negro habían volado por esta razón al apartamento de John Edgar Hoover la misma mañana del deceso. Su objetivo hallar cualquier documentación comprometida, que implicase a personas importantes para la nación.
Como supimos más tarde, en ese archivo de los desagravios, Martin Luther King aparecía como un mujeriego empedernido, o se decía que JFK, un Presidente para la modernidad, fue en realidad un drogadicto lleno de miedos, que no podía dormir solo. Imagínense a Hoover sonriendo porque un político al que su escolta le buscaba compañía femenina, se convertiría en una marioneta en sus manos. "Y Marylin Monroe, su puta". No había logrado domar ese gran prostíbulo que era Hollywood para el patrón del FBI. Cuenta entonces la leyenda que los hermanos Kennedy quisieron cesarlo, pero que el maquiavélico John Edgar se adelantó a aquella maniobra. Se presentó risueño en el gabinete de JFK con dos informes, en los que presumió el riesgo que representaban los escarceos amorosos del Presidente, para la seguridad del estado. Sin embargo, Hoover como custodio de sus secretos más íngrimos, le guardaría las espaldas. Guiñó un ojo a ambos Kennedy, se levantó y cogió su sombrero sin decir palabra. Por supuesto, siguió dirigiendo el FBI.
Como supimos más tarde, en ese archivo de los desagravios, Martin Luther King aparecía como un mujeriego empedernido, o se decía que JFK, un Presidente para la modernidad, fue en realidad un drogadicto lleno de miedos, que no podía dormir solo. Imagínense a Hoover sonriendo porque un político al que su escolta le buscaba compañía femenina, se convertiría en una marioneta en sus manos. "Y Marylin Monroe, su puta". No había logrado domar ese gran prostíbulo que era Hollywood para el patrón del FBI. Cuenta entonces la leyenda que los hermanos Kennedy quisieron cesarlo, pero que el maquiavélico John Edgar se adelantó a aquella maniobra. Se presentó risueño en el gabinete de JFK con dos informes, en los que presumió el riesgo que representaban los escarceos amorosos del Presidente, para la seguridad del estado. Sin embargo, Hoover como custodio de sus secretos más íngrimos, le guardaría las espaldas. Guiñó un ojo a ambos Kennedy, se levantó y cogió su sombrero sin decir palabra. Por supuesto, siguió dirigiendo el FBI.
- Edgar fue un hombre que antepuso los intereses del estado a su vida personal.- El eco de las palabras llegaban al sudario de dolor, que le convertía en un muerto en vida. Clay Tolson había perdido algo más que a un mentor.
Algo que nadie se atrevía a proferir en voz alta por temor al fauno. Quién más y quién menos tenía una multa sin pagar, o un affaire que mancharía la respetabilidad de una carrera prometedora . El Gran Hermano del FBI lo sabía todo. Porque el director de esta agencia gubernamental había lanzado una furibunda campaña contra los homosexuales, una cruzada que rozaba lo moral. Qué se lo contasen a Alla Nazimova, una de las actrices más importantes del cine mudo en los Estados Unidos, a pesar de sus orígenes rusos. De vida alegre, no escondió la atracción que le despertaban las personas de su mismo sexo. En su mansión y en su famoso Jardín de Alá, se dieron colosales bacanales en las que no era difícil contemplar el retozo de varios personajes de la farándula. Mucha tinta corrió en la prensa amarillista que sin duda exageraba, con Randolph Hearst como máximo epítome y que creó a la sazón, un traje de Babilonia irrespetuosa para la naciente comunidad de Hollywood en los lejanos años 20. Hoover comenzaría sus años de máximo esplendor combatiendo esas prácticas execrables del starsystem más casquivano, que encontró en el caso de Roscoe Arbuckle su punto de no retorno como tratamos en Oteros del dolor.
Otra piedra de toque de la cruzada contra el celuloide, fue la militancia en partidos de izquierda de algunos intérpretes como Humprey Bogart, Lauren Bacall, o el escritor Dashiell Hammett, que en plena caza de brujas del senador McCarthy, resultaron acosados por tierra, mar y aire. Desde luego, nuestro protagonista se movió a sus anchas en esta guerra declarada a la glamurosa Hollywood, que en su opinión se había convertido en un nido de filocomunistas. Otto Katz, el hombre de las mil caras, había hecho una buena siembra de la mano de Marlene Dietrich en los años cuarenta. De telón de fondo, la Guerra de Corea, y todo este caldo de cultivo persecutorio como sabemos, propiciaría Las brujas de Salem del gran Arthur Miller.
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Hoover, el Gran Hermano americano del siglo XX |
Algo que nadie se atrevía a proferir en voz alta por temor al fauno. Quién más y quién menos tenía una multa sin pagar, o un affaire que mancharía la respetabilidad de una carrera prometedora . El Gran Hermano del FBI lo sabía todo. Porque el director de esta agencia gubernamental había lanzado una furibunda campaña contra los homosexuales, una cruzada que rozaba lo moral. Qué se lo contasen a Alla Nazimova, una de las actrices más importantes del cine mudo en los Estados Unidos, a pesar de sus orígenes rusos. De vida alegre, no escondió la atracción que le despertaban las personas de su mismo sexo. En su mansión y en su famoso Jardín de Alá, se dieron colosales bacanales en las que no era difícil contemplar el retozo de varios personajes de la farándula. Mucha tinta corrió en la prensa amarillista que sin duda exageraba, con Randolph Hearst como máximo epítome y que creó a la sazón, un traje de Babilonia irrespetuosa para la naciente comunidad de Hollywood en los lejanos años 20. Hoover comenzaría sus años de máximo esplendor combatiendo esas prácticas execrables del starsystem más casquivano, que encontró en el caso de Roscoe Arbuckle su punto de no retorno como tratamos en Oteros del dolor.
Otra piedra de toque de la cruzada contra el celuloide, fue la militancia en partidos de izquierda de algunos intérpretes como Humprey Bogart, Lauren Bacall, o el escritor Dashiell Hammett, que en plena caza de brujas del senador McCarthy, resultaron acosados por tierra, mar y aire. Desde luego, nuestro protagonista se movió a sus anchas en esta guerra declarada a la glamurosa Hollywood, que en su opinión se había convertido en un nido de filocomunistas. Otto Katz, el hombre de las mil caras, había hecho una buena siembra de la mano de Marlene Dietrich en los años cuarenta. De telón de fondo, la Guerra de Corea, y todo este caldo de cultivo persecutorio como sabemos, propiciaría Las brujas de Salem del gran Arthur Miller.
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La legendaria Nazimova, cuyo carácter libertino
chocaba contra la moralidad de Hearst y Hoover.
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Sonó el himno de Estados Unidos al final de los responsos, cuando algunos de los presentes se preguntaron cómo semejante hijo de su madre, había dirigido el FBI con las más diversas administraciones. Demócratas y republicanos se cedían el testigo de la Casa Blanca, con Hoover como maestro de ceremonias. La clave estaba en sus archivos. Tampoco olvidemos los primeros éxitos sonados, cuando abatieron a los enemigos públicos número uno, Bonnie and Clyde. Una muerte que provocó paradójicamente un reguero de condolencias entre el pueblo americano. Salían los espectadores con un manto de llanto en los ojos, tras visionar el noticiero en la gran pantalla, que confirmaba la muerte de los Romeo y Julieta de los atracos. Hoover sin embargo salió reforzado por esta reacción paradójica del gran público americano. Necesitamos una cruzada moral, pregonaba el pequeño pero tenido como gran líder entonces. Había que crear un reservorio espiritual, para lo cual se aprobaron verdaderas aberraciones como el Código Hays. Además, en el mismo año 1934 cazaron a John Dillinger, por lo que quedó claro quién era el niño malo de la clase. Hoover supo cultivar una imagen de hombre duro, que aparecía en los cortometrajes disparando con ametralladoras a un automóvil.
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Clyde Tolson, presunto amante
del hombre más poderoso del s.XX.
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Su estrella con todo fue declinando a medida que la mafia fue copando titulares, con un FBI que estaba en claro fuera de juego. Una reunión de los clanes mafiosos en Apalachin en el año 1957, que airearon desde muchas instancias, o que la prensa voceó por doquier, dejaba en evidencia a Hoover que estaba cuanto menos perdiendo facultades. Convocada por Lucky Luciano, el nuevo padrone de la mafia al unificar a las familias de Nueva York, el americano medio se preguntó por qué la Seguridad Federal estaba al margen de cualquier pesquisa. Las malas lenguas se hacían eco no obstante de fiestas en las que el director de la agencia se disfrazaba de mujer, y con unas medias de rejilla, hacía el amor con dos jovenzuelos. Eso y sus tendencias homosexuales; quizá el sindicato del crimen tuviese pruebas que dieran fe de las andanzas de John Edgar. A partir de ese momento según sus detractores, el veterano director comienza a recurrir a sus archivos, para amedrentar a aquellos que cuestionaban su labor. Un hombre que por salvarse de la quema habría publicado hasta su propio dosier, aunque hubieran quedado claras sus inclinaciones sexuales. Todo un escándalo para la época. Y un caso para analizar en un diván, pues persiguió durante su mandato a los gays, con especial encono. Quizá no se admitiese a si mismo.
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Lucky Luciano, nuevo patrón del mal en
Apalachin.
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