B olas de humo, piruetas de caladas y el omnipresente y pestilente alcohol, que prometía paraísos más cercanos que el de la Biblia, como era el del olvido. Unos minutos, quizá unas horas, a la salida del bar, la otrora bella Nancy, que había engordado veinte kilos, y había trocado una sonrisa angelical, por una mellada, le rezongaría que había perdido el jornal con sus borracheras. ¿Cómo comerían sus hijos? Aquella mirada agria, de animal herido, de su esposa, resultaba la peor condena. Ahora Nicholas Moore, Nick para los amigos, se había reformado. Parecían, junto a sus compañeros de la fábrica, unas monjas de clausura. Así fueron las cosas, que para ser un empleado Ford, había que ser abstemios, lo que producía rechifla entre los antiguos camaradas. – Prefiero no probarlo. – Se defendió Nick. Tiempos modernos, una genialidad más de Chaplin En aquella época las borracheras resultaron una lacra, y la principal causa de enfermedades y absentismo. Tocar esa tecla por parte de...
Un viaje por la historia y la cultura