Sabíamos que
con Altazor, encimó cumbres insospechadas de la poesía.
Por su precocidad y plasticidad fue realmente envidiado. Sin embargo, el gran
amor de su vida, María Teresa Wilms Montt , tuvo un final desgraciado que
jamás habría barruntado, y por culpa del cual Vicente Huidobro, el gran
poeta, apenas tuvo consuelo en los años siguientes. Un halo de tristeza velaba
su rostro de gentleman chileno, los sinsabores de un amor no correspondido, con un epílogo tan trágico que estuvo siempre presente en su mirada. Cada vez que enfrentaba a su amada, un labio
feble que no pudo controlar mientras bebía los vientos huracanados o tibios por aquella maravillosa
musa. María Teresa siempre fue un ángel quebradizo y de extraordinaria belleza.
Su extrema fragilidad le hacía caer en los avernos a los que Huidobro acudía en
su rescate. Como aquella vez que enclaustrada en un convento por un marido
celoso y que en sus ataques de ira, golpeaba a la joven María Teresa,
Don Vicente acudió en su rescate y liberó a la hermosa ninfa. Juntos
huyeron y ahuyentaron sus pesares en una relación que podríamos llamar
platónica, por no decir limpia o sin sexo.
En cualquier caso, hubieron de conocer juntos la tramoya de la bohemia bonaerense, toda una partida de giróvagos, maleantes que erraban por la noche platense y en la que debió quedarse suspendido Huidobro para bosquejar su movimiento creacionista (tomemos nota sobre este punto). De allí, rumbo a París, meca de los artistas, donde departió en los cafés con su facundia habitual con Amedeo Modigliani, Brancusi, Picasso o Juan Gris, cuyo francés más que excelente le serviría al chileno para a la sazón, llevar a cabo algunas de las traducciones de su obra al idioma en el que se defendía, pero en el que se le escapaban entre las yemas de los dedos, las figuras retóricas. A aquella jungla de creatividad llegó el petimetre chileno junto a Wilms Montt. Parecía que le hubiesen metido una fregona por sus partes nobles, por lo estirado que siempre anduvo, aunque en talento no desmerecía un ápice de aquellos monstruos.
En cualquier caso, hubieron de conocer juntos la tramoya de la bohemia bonaerense, toda una partida de giróvagos, maleantes que erraban por la noche platense y en la que debió quedarse suspendido Huidobro para bosquejar su movimiento creacionista (tomemos nota sobre este punto). De allí, rumbo a París, meca de los artistas, donde departió en los cafés con su facundia habitual con Amedeo Modigliani, Brancusi, Picasso o Juan Gris, cuyo francés más que excelente le serviría al chileno para a la sazón, llevar a cabo algunas de las traducciones de su obra al idioma en el que se defendía, pero en el que se le escapaban entre las yemas de los dedos, las figuras retóricas. A aquella jungla de creatividad llegó el petimetre chileno junto a Wilms Montt. Parecía que le hubiesen metido una fregona por sus partes nobles, por lo estirado que siempre anduvo, aunque en talento no desmerecía un ápice de aquellos monstruos.
De hecho, en
París, Don Vicente consolidó su fama de poeta de extremada finura y de excelente articulista en revistas
literarias, que dirige con gran aplomo . Alterna aquellos viajes con visitas cada vez más frecuentes a un Madrid, cuyo embrujo literario apenas tiene que envidiar a cualquier tiempo o lugar. Hablamos de nuestra Edad de Plata, en la que la nómina de ilustres como reconoce Alejo Carpentier abruma al más pintado. Cuando viene a Europa, el cubano no se puede perder París, aunque hubiese sido un pecado de lesa cultura no aposentarse por un tiempo en la capital española en la que abundan los cafés y las personalidades que escriben páginas vibrantes de la historia de la literatura. Lo confesaba el cubano en entrevistas que inspiraron nuestra entrada Antonio Rossas y el treinta y dos. Por sus aires patricios, apostura natural aunque afectada, el pobre de Vicente Huidobro se pavoneaba por aquel mismo Madrid de Carpentier que tenía mucho de ciudad pequeña. Hollaba los cenáculos literarios, con una carta de presentación asombrosa por sus colaboraciones con las grandes vanguardias. ¡Un poeta tan joven! Así las cosas, vindicaba haber sido el muñidor del creacionismo, y haberse hecho eco del movimiento desde la revista Creación que había dirigido. Hasta en Praga o Varsovia resonaba su nombre como príncipe de las letras.
Es en este punto donde llega el primer tropiezo con el gran cronista Enrique Gómez Carrillo que en una entrevista que realiza a Pierre Reverdy, éste último acusó a Huidobro de antedatar (1) El espejo del agua para figurar en los anales literarios como el fundador del creacionismo. Andanada que por supuesto no sienta nada bien al poeta chileno, porque tiene un amplio eco en los ambientes literarios. Hemos de aclarar que a esta obra se la consideraba la pila bautismal del creacionismo. También Guillermo de Torre le acusaría más tarde de plagio a Julio Herrera y Reisig. Una sombra que perseguirá a nuestro protagonista, que independientemente de aquellas acusaciones que nunca se demostraron y suenan a interpretaciones demasiado torcidas por enfrentamientos personales, nunca eclipsarán su inconmensurable talento poético.
Como decíamos, a resultas de la publicación de Gómez Carrillo se organiza una buena faramalla, en la que el chileno no se privará de enviar misivas airadas al diplomático guatemalteco, de vida disipada y pareja de la famosísima Raquel Meller ( portada del Times mucho antes que Penélope Cruz). El diplomático Carrillo tenía fama de hombre de temperamento y duelista que tiraba el guante con facilidad. Enseguida se retaba con quien le templaba las gaitas demasiado. Huidobro no escondía su enojo que expresaba con vehemencia: no podría conformarse con que le llamasen usurpador. Volvamos a insistir que el talento insultante del chileno causaba no pocos recelos en el Olimpo literario en el que se había trocado Madrid por aquella época. Cualquier pulla contra Huidobro enseguida se transformaba en un chascarrillo.
Hasta que llegó el segundo encontronazo con el diplomático guatemalteco, que se comenzó a gestar en cuanto el articulista empezó a escribir unas crónicas sobre la historia de las vanguardias e intencionadamente o no, dejó caer el nombre de Huidobro que no asomaba por ninguna de sus líneas. Hecho un basilisco, Don Vicente le escribió unas cartas demasiado vitriólicas, insinuando viejas rencillas para que el olvido de Gómez Carrillo fuese tan pavoroso. La realidad era que sentía una animadversión indisimulada por el gran poeta, al que consideraba demasiado pagado de si mismo. La escalada verbal creció tanto que muchos camaradas temieron por la vida de Huidobro. Amigos ultraístas como Rafael Cansinos Assens le recordaban las muescas de duelista de Don Enrique, por lo que no convenía meterse mucho con él. No le convencen y con muchas ínfulas, Huidobro espeta al paternal Cansinos que si es que no cree en él. Dibuja entonces un pasado casi criollo en el que baleaba a cualquier bicho viviente. Si le acepta por tanto el duelo con pístolas, debían rogar más por el alma de Carrillo que vería el infierno más pronto que tarde. Con gestos incrédulos, sus colegas apenas creyeron sus bravatas, tanto que el chileno se sintió burlado por sus propios amigos.- ¡Vayamos a la caseta de tiro de la feria!- Proclamó para salvar su pasado de aguerrido chileno.
Como nos cuenta el gran Rafael Cansinos Assens, parten todos a la feria y en la caseta que disparaban contra huevos, Huidobro no acierta ningún blanco. Indignado interpela al propietario de la caseta, al mismo tiempo que los más crueles comienzan una mofa más que encubierta, con el poeta como entretenimiento. El encargado dispara y derriba todos y cada uno de los huevos, por lo que las carabinas no están trucadas. Huidobro con cajas destempladas por el ridículo y temoroso de que se propague esta historia, huye. Unas horas más tardes, reaparece más dócil y habiendo desistido de la idea de retar al temible Gómez Carrillo (2). Si bien hizo el ridículo, la historia de la literatura le puso en el pedestal que merecía y el propio interesado vindicaba en aquellas cartas airadas. No sin justeza se afirma, que fue el más digno sucesor de Rubén Darío. Podemos decir con rigor, que con sus rimas nunca falló la puntería.
(1) Del vicio de antedatar de los creadores, impartía verdaderas clases magistrales, el gigante de las letras, Don Juan Carlos Onetti. Qué con su chispeante humor, se conocía los entresijos de muchas obras de sus compañeros de profesión. Decía con ironía que todos tenían una obra a los catorce años en la que se vislumbraba su talento.
(2) De Gómez Carrillo se cotorreaba que había entregado a Mata Hari o bien su esposa, celosa de la relación, la famosísima Raquel Meller. A resultas de tales acusaciones, también hablaron de los numerosos duelos que enfrentó el guatemalteco con la suerte de su cara.
Como decíamos, a resultas de la publicación de Gómez Carrillo se organiza una buena faramalla, en la que el chileno no se privará de enviar misivas airadas al diplomático guatemalteco, de vida disipada y pareja de la famosísima Raquel Meller ( portada del Times mucho antes que Penélope Cruz). El diplomático Carrillo tenía fama de hombre de temperamento y duelista que tiraba el guante con facilidad. Enseguida se retaba con quien le templaba las gaitas demasiado. Huidobro no escondía su enojo que expresaba con vehemencia: no podría conformarse con que le llamasen usurpador. Volvamos a insistir que el talento insultante del chileno causaba no pocos recelos en el Olimpo literario en el que se había trocado Madrid por aquella época. Cualquier pulla contra Huidobro enseguida se transformaba en un chascarrillo.
Duelista casi infalible, su vida disipada y su talento literario, convirtieron a Gómez Carrillo casi en un personaje de novela. Mundo Gráfico, número 44 de 28 de agosto de 1912, página 3 |
Hasta que llegó el segundo encontronazo con el diplomático guatemalteco, que se comenzó a gestar en cuanto el articulista empezó a escribir unas crónicas sobre la historia de las vanguardias e intencionadamente o no, dejó caer el nombre de Huidobro que no asomaba por ninguna de sus líneas. Hecho un basilisco, Don Vicente le escribió unas cartas demasiado vitriólicas, insinuando viejas rencillas para que el olvido de Gómez Carrillo fuese tan pavoroso. La realidad era que sentía una animadversión indisimulada por el gran poeta, al que consideraba demasiado pagado de si mismo. La escalada verbal creció tanto que muchos camaradas temieron por la vida de Huidobro. Amigos ultraístas como Rafael Cansinos Assens le recordaban las muescas de duelista de Don Enrique, por lo que no convenía meterse mucho con él. No le convencen y con muchas ínfulas, Huidobro espeta al paternal Cansinos que si es que no cree en él. Dibuja entonces un pasado casi criollo en el que baleaba a cualquier bicho viviente. Si le acepta por tanto el duelo con pístolas, debían rogar más por el alma de Carrillo que vería el infierno más pronto que tarde. Con gestos incrédulos, sus colegas apenas creyeron sus bravatas, tanto que el chileno se sintió burlado por sus propios amigos.- ¡Vayamos a la caseta de tiro de la feria!- Proclamó para salvar su pasado de aguerrido chileno.
Como nos cuenta el gran Rafael Cansinos Assens, parten todos a la feria y en la caseta que disparaban contra huevos, Huidobro no acierta ningún blanco. Indignado interpela al propietario de la caseta, al mismo tiempo que los más crueles comienzan una mofa más que encubierta, con el poeta como entretenimiento. El encargado dispara y derriba todos y cada uno de los huevos, por lo que las carabinas no están trucadas. Huidobro con cajas destempladas por el ridículo y temoroso de que se propague esta historia, huye. Unas horas más tardes, reaparece más dócil y habiendo desistido de la idea de retar al temible Gómez Carrillo (2). Si bien hizo el ridículo, la historia de la literatura le puso en el pedestal que merecía y el propio interesado vindicaba en aquellas cartas airadas. No sin justeza se afirma, que fue el más digno sucesor de Rubén Darío. Podemos decir con rigor, que con sus rimas nunca falló la puntería.
(1) Del vicio de antedatar de los creadores, impartía verdaderas clases magistrales, el gigante de las letras, Don Juan Carlos Onetti. Qué con su chispeante humor, se conocía los entresijos de muchas obras de sus compañeros de profesión. Decía con ironía que todos tenían una obra a los catorce años en la que se vislumbraba su talento.
(2) De Gómez Carrillo se cotorreaba que había entregado a Mata Hari o bien su esposa, celosa de la relación, la famosísima Raquel Meller. A resultas de tales acusaciones, también hablaron de los numerosos duelos que enfrentó el guatemalteco con la suerte de su cara.
Interesante y divertido. El ego de los escritores... si cargasen sus pistolas con él, pesarían tanto que no podrían alzarlas para apuntar al otro, y no habría heridos.
ResponderEliminarLo malo es que las cargan con palabras.
Gracias,Bomifacio.En este caso,Gómez Carrillo tenía un altavoz mayor que Huidobro para el gran público,sus estupendas crónicas.Verdaderas balas que provocaban los chismorreos más lacerantes de la capital.Luego no era de extrañar que a Gómez Carrillo le retasen en más de una ocasión.Como contaba Cansinos Assens en su fabulosa Novela de un literato,los plumillas ensayaban en salas que habilitaba el propio periódico con la esgrima y la puntería,por lo que pudiese ocurrir.
ResponderEliminarConocí a Gómez Carrillo a través de Saint-Exupéry; la última esposa del diplomático y escritor guatemalteco naturalizado argentino fue Consuelo Suncín, la única que tuvo el escritor francés. En efecto Gómez Carrillo tenía una vida disipada y una buena renta para mantenerla, se habla de su bisexualidad, de su promiscuidad, de su exquisitez tanto vistiendo como escribiendo y se remarca su fama de duelista que la ejercitaba siempre que no podía limar diferencias a través de la palabra.
ResponderEliminarDe Vicente Huidobro y su relación con Teresa Wilms queda la fuga de ésta con tintes románticos y rocambolescos. Huidobro vivió en la época de los "ismos" en la que, a menudo, era más importante la originalidad y alumbrar una nueva propuesta estética que el fondo. Es posible que fuera el sucesor de Darío, pero, desde mi punto de vista, no alcanzó las cotas del autor de "Cantos de vida y esperanza".
Un abrazo.