F ragmentos de tablas de barro cocido. Dispersas, que se apiñaban en varios lugares, para salir de la oscuridad y volver a errar por el mundo, en diversos museos, universidades o fundaciones. En una sociedad que tenía sus clases, la del escriba se encontraba en la cúspide, como la del profesor y el sacerdote. Frágiles y súbitos picotazos, con tal de no partir la tabla con sus puntas incisivas, nos han transmitido el legado de aquellos tiempos asombrosos, a los que se remonta la primera historia. Porque como rezaba en Mito y realidad , de Mircea Eliade , con aquellas civilizaciones comienza la historia, que es el mito del hombre moderno, de ahí la necesidad en todas las cosmogonías nacionalistas, de manipularla. Sargón I, el acadio, enemigo de los sumerios. Pero volvamos a las labor fascinante de los primeros escribas. Un proverbio sumerio, asume que la calidad de un escribidor no está disociada de su rapidez. Como modernas mecanógrafas, su pico cae como el de un pájaro ca...
Un viaje por la historia y la cultura