Lombard, Dixon, ¿podemos elegir el destino?

-No te molestes. - Le dijo Ava Gardner, que se había encendido un cigarrillo en un descanso de un rodaje duro. Competidoras en la gran pantalla por el amor de un hombre, alzaron sus ojos a la silueta lacónica de Clark, postergado por la tristeza. Con sus caladas, orbitaba el humo azulado en arabescos en torno a la cabeza del dandi, que sudaba profusamente. Junto a los minúsculos mosquitos, el calor resultaba de lo más enojoso para Ava, porque se le corría el maquillaje. Un escorzo para coger la taza de latón con café, y la bella señorita Gardner siguió de cháchara. - Desde Carole no levanta cabeza. Por mí te lo puedes quedar, Grace. - Sentenció la libérrima Ava. 

 

El animal más bello del mundo.

Precisamente, Grace Kelly que escuchaba a su compañera de reparto, se conmiseraba de ella. Durante el rodaje de Mogambo, la morena había vivido la última crisis con Frank Sinatra, porque acudió a Londres por su cuenta a que le practicasen un aborto. Estaba convaleciente de la operación quirúrgica y resonaban los rumores. El cantante actor le reprochaba a Ava, que no quisiera tener un hijo con él y la acusaba de infanticidio. Pero Kelly, ese hermoso maniquí, bajo el cual subyacían en forma de sentimientos los más vehementes volcanes, recordó una historia que creía que le había contado Joan Crawford. La Crawford tenía fama de arpía, pero le caía muy bien. Son de esas amistades imposibles, una arrabalera con pujos de señora, que congenia con una muchacha de una familia pudiente de Filadelfia

 

En el set de rodaje de Mogambo.

En aquella ocasión, Crawford le contó que a Carole Lombard, como  a muchas otras actrices, le gustaba que le echaran unas cartas del Tarot de vez en cuando. Le habían hablado de Jeane Dixon, una vidente con apariencia de ama de casa. Y quería acudir a su oráculo como si fuese el de Delfos, pero sin que los insidiosos periodistas, la acuciasen . No soportaba a los del Motion Picture. Qué se hubiera casado con una celebridad como Clark Gable, había supuesto una campaña de acoso para la pareja. Imagínense a Carole Lombard, con su radiante pelo blondo recogido y escondido tras un pañuelo de Hermes y unas gafas oscuras de sol. Lo más práctico para llamar la atención como celebridad entre los picajosos reporteros. Sin embargo arribó a la casa de la adivina sin más contratiempos. Al principio la actriz estaba algo contrariada porque se había encontrado más a una mística que a una pitonisa. Era como si la señora Dixon sufriera el síndrome de la impostora, atisbó una suspicaz Carlos Lombard. 

- Efrén el sirio: «El mar rugirá y después se secará, el cielo y la tierra se disolverán, se extenderán por todas partes el humo y las tinieblas. Durante cuarenta días el Señor enviará fuego sobre la tierra para purificarla de la mancilla del vicio y del pecado» - Los tintes mesiánicos le desagradaron a la actriz en un primer momento. - Ha llegado ese tiempo, querida, el hombre está cerca de lograr armas de una destrucción nunca vista jamás. 

  

Carole Lombard, talento y hermosura proverbial

 Pero para su sorpresa simpatizaron enseguida. Y hablaron de temas esotéricos tan del gusto de las dos y cómo la historia aunque ha pretendido esconder las manías de los grandes hombres por estos asuntos del veleidoso destino, hasta en la Biblia aparecen las famosas sibilas. 

- En la Capilla Sixtina, Miguel Ángel representó a cinco sibilas junto a los profetas del Antiguo Testamento, lo que simboliza la espera universal de la Redención. La Sibila Délfica, la Sibila Eritrea, la Sibila Cumana, la Sibila Pérsica y la Sibila Líbica.- Con esos cuentos para demostrar cuán errados estaban todos, le llegaba Carol a un escéptico Clark Gable, que se enojaba por ese fetichismo de su amada esposa. - Para qué quieres saber que te ocurrirá en el futuro y por qué no disfrutamos de este presente, Carole.- En realidad, tras Gable se escondía el miedo a que todo ese tesoro de un presente, se eclipsase por un contratiempo inesperado, como le había ocurrido toda su vida. Se sentía a ratos, como un perro apaleado, que quería restañar sus heridas con la siempre animosa Carole.

 Entonces Lombard contratacaba su agnosticismo con muchas de las historias que Dixon, que pecaba de mucha locuacidad, le endilgaba durante sus consultas en las que había surgido una gran amistad. Así le refirió la historia de las cuatro sibilas, y como Cicerón gracias a la Sibila Cumana había recogido la profecía de la llegada del Mesías, nuestro señor Jesucristo.

 - Eso es una invención. No hay nada escrito ni determinado. Y los judíos esperaban un Mesías. 

 - Piensa, Clarkie, que Cicerón, murió antes de que naciera Jesucristo, como iba a prever su llegada, si no es por la Anunciación de aquella sibila. Créeme, Dixon dice que todo está predestinado y escrito. No hay margen para los hombres para cambiar nuestro destino.

 - Sí, me quieres hacer creer que la señora Dixon es la reencarnación de esas sibilas, Carol.

 - Clarkie, Jeane no es una aprovechada. No me ha exigido ni un dólar, la consulto por nuestra amistad y ella me lee mi futuro. No hay más que favores entre amigas.

El galán por excelencia. 

 - Con tu notoriedad la estás pagando, que es lo que ella realmente busca, para atraer a otros incautos para su consulta. Tú eres su publicidad-  Y le enseñaba entonces un retazo de una noticia, en la que se rumoreaba que la vidente se reunía con grandes estrellas del celuloide. - ¿Quién filtra esto a la prensa, Carol? - Un rostro bañado de severidad en Gable. 

 Parecería una pelea de amantes y de un celoso Clark Gable, al que únicamente Jeane Dixon es capaz de competir para robarle tiempo con su querida Carole. La vida de los actores era dura, por culpa de la intensidad de los rodajes. Sin embargo, este relato entre lo místico y lo cabalístico, encontró un giro inesperado cuando Dixon, con los ojos empañados, le rogó a su amiga que no cogiera el avión Las Vegas - Los Ángeles. En tren tardaría más, pero esta vez sí que se lo rogaba. 

Grace Kelly, un ángel en la tierra. 

- He visto cosas que nunca me hubiera gustado ver. - La actriz se encontraba inmersa en plena campaña de recaudación de fondos para la guerra, y era uno de los rostros más reconocibles del programa de bonos patrióticos. Recorría el país de un extremo a otro, rodaba, estaba cansada. Le comentó esa predicción con la que no se mostraba muy crédula la actriz a su querido Clark por teléfono. Al que le recorrió un frío hielo al espinazo, pero no quería salirse de ese papel que se había arrogado de escéptico con todas esas carcundas esotéricas. Acunaba, sin embargo, un presentimiento dramático pero se lo calló. Cuando se despidió de su amada que partía a volar, y su avión como sabemos se estrella en Nevada, no hay nada en este mundo que pueda consolar a Clark Gable. Pese a que repitiese nupcias con otras mujeres, el actor boga en solitario en un mundo lleno de hiel. Singladura de impiedad consigo mismo que le  abocó a la botella. Entre dientes mascullaba. - Yo pude decidir, y cambiar nuestro destino. Si le hubiera dicho que cogiese el tren. - Algo le decía, unas palpitaciones, que el vaticinio de la fastidiosa señora Dixon se cumpliría.  Y le martirizaba el hecho de que teniendo esa presunción como cierta, y por esos segundos en los que decidió no actuar, su vida cambió para siempre.

John Ford, el gran realizador americano.

 

Roto de dolor, Clark Gable se alistó en el ejército para combatir contra los alemanes. Y Adolf Hitler que adoraba sus películas e intuía en Lo que el viento se llevó una parábola de la actual guerra, ¿quién puede entender a un loco como el dictador nazi? ofreció una recompensa para quien se lo trajese a su presencia sin un rasguño. Era lo que tenía ser un fan de uno de los mejores galanes de la historia del celuloide. El rodaje de Mogambo acabó con más de algún incidente, como el ataque de un rinoceronte que acabó con la vida de tres de los tramoyistas de ese círculo ambulante que acompañaba a John Ford. El destino, no sabemos si permitió elegir a la señorita Kelly, que cayó en los brazos de Clark Gable más allá de la pantalla, en un romance que fue efímero. Nosotros nos preguntamos, si está todo escrito como decía la adivina Jeane Dixon. ¿Y solamente cabe saber como ella, leer esos escrutinios fijados de antemano por fuerzas que escapan a nuestro entendimiento?