U n saco de huesos, con la espalda entera visible en un vestido más propio de una fulana, que de la hija del Duce. Pero Edda Mussolini , para disimular, se tragaba sus lágrimas. Una mujer hecha y derecha que captaba toda la atención de aquella recepción. Nadie escuchaba los discursos y sí exploraba los gestos de la protagonista de la comidilla, que mantenía en vilo a media Roma. ¿La viuda habría perdonado a su padre? Cómo hacerlo, si el círculo más cercano al dictador, arrojaba cubos de inmundicia sobre la esposa afligida. C omo su afición a chupar " las piruletas " de hombres maduros, o a pleitear en público con un padre atribulado. Después de todo, Benito Mussolini no era más que un títere en manos de los alemanes desde que Otto Skorzeny le rescatará en una operación sin precedentes. Fueron ellos los que le habían pedido la cabeza de su yerno, que sabía demasiado y que escribía diarios, como las señoritas. Esos cuadernos se habían convertid...
Un viaje por la historia y la cultura