C uando los rigores del estío empujaba a medio Madrid a las trochas guadarrameñas, allí podíamos encontrar su silueta desvaída, en una esquina del Bar La Colonia. Vestido con ropa ligera, las alpargatas y un sombrero panamá. A ratos elevaba la cabeza, porque el trasiego de veraneantes que llegaba a la localidad segoviana de San Rafael, descargaba maletas y bártulos de los automóviles, y le impedía concentrarse. Tomó un café con un carajillo, por su mala salud tampoco le convenía abusar, esa neurastenia que le tenía a maltraer. Junto a un cigarrillo, que consumía con suma deleitación. El gran escritor Jardiel Poncela. - ¡A Dios, ruego a Dios, que será el último!- Dijo Don Enrique Jardiel Poncela sin mucho convencimiento. Unas efusiones que tenían algo de niño adulto que hacía la comunión y recibía la reprimenda de su confesor. No hay peor inquisidor que uno mismo, estaba seguro Don Enrique, que con los ojos bridados por el sueño, y las grandes bolsas debajo de ellos, volvió a volcar
Un viaje por la historia y la cultura