A hí tenía su hallazgo, la labor inconfesable de toda una vida de renuncias. Hervían los nervios en el rostro docto , y en la barbilla ríspida que se acarició confuso. Porque después de tantos años, conseguía dar con un ejemplar de inmenso valor. Períodos de angustia, en los que el errabundaje de una profesión sin réditos crematísticos, había puesto en peligro hasta su matrimonio. La severa Matilda había porfiado, para que su marido abandonase esa quimera de una vida intelectual . Si Georg hubiera sido comerciante como su padre, pero ahora esta epifanía, lo cambiaba todo. - ¡Aleluya, Dios mío! - El profesor se sumergió los siguientes días en la lectura del códice, que abordó con el mayor de los secretismos. Por la biblioteca se oía el frufrú de su ropa, una levita ajada y algo astrosa, el murmullo de algún estudiante distraído, cuando de pronto llegaba al confín donde se hallaba el códice, que abría con una sonrisa malévola. N...
Un viaje por la historia y la cultura