La algarabía de las prensas, que aullaban rabiosamente en el cierre de la edición, le excitaban desde bien niño. Le recordaban al infante que fue, que todo lo preguntaba, elevando su dedo para azorarse por el más íngrimo detalle. A su abuelo, con unas barbas que parecían de algodón y su perpetua expresión taciturna, le rondaba la satisfacción, porque bosquejaba entonces la sonrisa del deber cumplido. – Nuestro trabajo se ha cumplido, pero cualquier contratiempo en las prensas, lo puede contrariar, Pepito. Por eso nos suena a música celestial. Y aspira hondo.
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¿Para qué, abuelo?
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Porque nos encanta el olor de la tinta.
¡Sublime!
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Ortega y Gasset, nuestro gran pensador. |
El abuelo de José Ortega y Gasset había sido el director y fundador de El Imparcial, periódico hegemónico hasta la puesta en circulación de El Sol. Le rezongaba lo que pensaba como si reprendiese a un periodista etéreo, que no estaba presente pero con el que había discutido unas horas antes. Una buena crónica no tenía que obrar el efecto imperecedero de Los Miserables. - Más verdad que literatura, muchacho. No todos podemos ser Víctor Hugo – De ahí le vino ese amor a nuestro filósofo por el periodismo, que parecía un concubinato, pese a que fundase revistas como la Revista de Occidente y cabeceras más que importantes en nuestra historia de la prensa. Con todo, le era infiel: cuando le atraían otras musas, abandonaba el periodismo, y paseaba por el Escorial.
Luego volvía porque llevaba la redacción en el alma. Tanto como se divertía con las anécdotas de las estrellas de la prensa madrileña. A él mismo le habían asediado sombras, que creía que le perseguían, hasta que alcanzaba el zaguán de su casa. Con el corazón encogido. Era la época de los espías, y de los sobornos, para que se favoreciese la causa de algunos de los bandos de la Gran Guerra. Todos paniaguados, se sacaban una paga extra. Aun cuando llevasen sus cuitas al terreno más personal y se librasen los últimos duelos, en los que Ortega había perdido demasiadas amistades. ¿No quería retar el gran Vicente Huidobro, el excelso poeta a Gómez Carrillo? Por decir el segundo que Altazor, su obra vanguardista, le resultaba una vulgar copia.
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La imprentas del Imparcial rugían rabiosas. |
Pero una de las historietas que más divirtió al filósofo, fue la que contó en el círculo de Victoria Ocampo, madre de las letras y cultura argentina. La primera vez que se encontraron, el filósofo se sumió en el deliquio de su acento porteño y embriagante belleza. La señora Ocampo tenía un retozo angelical en los labios, que le hizo encumbrarla como la 'Gioconda de la Pampa.'
- Te robaría como Vicenzo Peruggia(1), Victoria, te arrebataría de las garras de la mediocridad para siempre.
- Qué galante sos, Don José. Pero sé protegerme yo sola. - Una calada con la que le eximió de cualquier disculpa. Su filtro largo, entre los dedos. - Ahora cuéntanos esa historia que nos habías prometido.
Había un crítico al que temían todos los artistas. - Enseguida, ese cenáculo lanzó al desgaire sus apuestas. ¡Abran juego, señores! Los elencos de artistas tenían un pie a cada lado del charco, así que los chismes corrían de un lado a otro rápidamente. La Membrives estaba en el Teatro Colón de Buenos Aires y Josefina Diaz cerraba en Madrid su tournée . - No es ése. - Don José se figuraba la cabeza de alcotan del interfecto. Sus gafas, dos redondeles, a través de los que sus ojos azules brillaban pérfidos. Un bigote, y el Trilby, encasquetado hasta las cejas.
- Solamente citarlo y cunde el pavor. Ese desgraciado no sabía nada de lo que costaba buscar financiación salvo si te llamas Enrique Rambal. Ni la labor de adecuar el vestuario. Vos sabés, Victoria que cuesta un mundo montar un espectáculo. ¿Cuántas familias comen de una compañía?
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La gran mujer de las letras, con un ejemplar de la revista Sur, que tantos años dirigió con su aliento de gran alcance. |
Por eso, si una crítica era adversa, la piel del empresario lívido, adquiría un tono amarillento a los pocos segundos. Todo su montaje al vertedero de la historia. Si fulanito no daba su placet, podría nacer otra vez Shakespeare, que moriría en la miseria. Su tasa eran las mil pesetas para pintar un mundo de colores en su crónica.
-Una tarde invitó en el Café París a un cantante de ópera, joven y jocundo. Había triunfado en el extranjero por una sustitución inesperada.
-¿Miguel Fleta?
-Podría ser. Como podría no ser. Se lo diré al final o no se lo diré. - Una sonrisa se buriló en el rostro pétreo del pensador.
-Vos sos peor que malo. Sos un verdadero canalla. - Dijo divertida Victoria a la que le incomodaban las enaguas. - Jorge Luis Borges, este joven erudito, que conoce Francia, quitó la careta de los protagonistas de las Once mil vergas de Apollinaire .- Libro maldito, pornográfico, que revelaba las intimidades de la creme de la creme parisina. Sus personajes se inspiraban en esas vidas escabrosas, repletas de fornicio. Se hacían apuestas por ver quién era el hospadar rumano salido, que sacaba a orear su chorra en cualquier ocasión. - Y adivinará de qué cantante se trata y quién es ese maldito crítico.
-No lo dudo, pero déjenme que les cuente. Un famoso cantante como decía, estrenaba en el Real una ópera de Rossini, y el crítico le pidió el canon de las mil pesetas. Triunfo asegurado. Hizo triunfar al famoso Conde de Waldemar.
- Yo le vi actuar en París.- Intervino un Borges entusiasmado, al que sus ojos orbitaron en busca del misterio de la vida. - Sus trucos de magia son increíbles.
- Este crítico presume de que le debe su triunfo. Si no fuese por esa primera piedra, habría sido imposible edificar su éxito. - Ortega tosió, y bebió el poso de café que quedaba en su taza. - "Me las hace llegar en un sobre a la redacción." Dijo el desfachatado plumilla. Mil pesetas son un Potosí.
El tenor estrenó con un éxito clamoroso. Qué se podía desdibujar por una crítica acerba del interfecto. En cualquier caso, el sobre nunca llegó. Nos imaginamos al crítico que rumiaba los peores males. Sin embargo, más que cargar las tintas sobre el lírico, deja rezagadas las últimas palabras, y loas a un estreno teatral, que sí había cumplido con el fementido canon. Hasta la postrera y yerta línea, que recoge:
"Olvidábamos decir que debutó el tenor X: es un artista que promete mucho; veremos si cumple". En El Azogue nos preguntamos si se daría por aludido el cantante. Imaginamos que el ladino Ortega y Gasset, confesó los nombres de los protagonistas de esta historia de miserias humanas, que permitió al crítico llevar una vida llena de caprichos y lujos. Nosotros desconocemos la identidad del pecador., que sino, se la revelaríamos a nuestros esforzados lectores.
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La mancheta del IMparcial. |
Este ambiente teatral en la capital cuyos éxitos dependían de las críticas de ese no nombrado crítico al que había que pagar mil pesetas por un comentario favorable, me lleva a otro mundo y a otra época en que el teatro tenía una gran influencia. Hubo un tiempo en que seguí la cartelera teatral de Barcelona durante unos cinco años. Tal vez vi dos o tres espectáculos que me conmocionaron y un par fueron en ruso o en polaco. No es fácil ver teatro genial. Admiro más la cartelera de Madrid, antes del covid, por ser mucho más extensa y de calidad mejor que la catalana. Madrid en los tiempos de Ortega no gozaba de una cartelera impresionante por el conservadurismo del público que no aceptó obras de Lorca como Así que pasen cinco años o El público, o los esperpentos de Valle. La escena madrileña estaba dominada por dramaturgos mediocres a los que alguna crítica de este crítico al que había que engrasar daría una pátina aceptable. Me ha sorprendido el papel secundario de Ortega en este texto cuyo título lo mencionaba. En todo caso, nos ha presentado algo de ese mundo teatral en la villa y corte que desconocía. Me hubiera gustado saber el nombre del crítico avieso.
ResponderEliminarA mí me encanta el Ortega filósofo y me reconozco en el espejo de su pensamiento. Muchas veces denostado por sus pretensiones literarias, sus ideas son sin embargo de una demoledora hondura. Esta anécdota se recoge en sus apuntes de Meditaciones del Quijote, como sus rutas por el Escorial. Y recogen su amor por el periodismo, una profesión que le viene de cuna. Qué se la cuente a Ocampo, es una invención mía, aunque su relación y admiración mutua está constatada por muchos encuentros y más de doscientas misivas. El tono es frívolo y malévolo, como dicen que se comportaba el gran pensador cuando estaba en alegre comandita.
EliminarEn ese páramo del teatro, constrenido por la mora pacata, hubo grandes renovadores como Luis Escobar, más tardío o un Enrique Rambal, que renovó la escenografia española. Un placer leerte, Joselu.
Ortega para mi sorpresa es un pensador más presente en Estados Unidos, cuyos escritores y algún cineasta lo señalan como un referente, que en España. Me ha sorprendido verlo citado en alguna comedia de Woody Allen y en ensayos que he leído. Hace algunos años apareció una malhadada biografía suya de Jordi Gracia, hecha sin solvencia y apresuramiento, que más daban ganas de odiar al filósofo que de admirarlo. La dejé con verdadera desilusión. Ortega es el primer pensador español. Otro, descubierto recientemente es Georges Santayana -nacido Jorge- que fue una importante voz en la filosofía norteamericana. Si Wittgenstein o Heidegger hubieran sido españoles los ignoraríamos igualmente. Saludos, Sergio.
EliminarSí, muy presente y se le considera además de un filósofo muy potente, el padre de la sociología moderna. Cuando estudiaba economía en la universidad, por estas cosas de los planes nuevos, y las asignaturas optativas, leí y estudié libros de sociólogos, y La Rebelión de las masas se consideraba como la antorcha en la penumbra de una modernidad, cuya deriva no se intuía. No conozco a Santayana, pero indagaré, Joselu. Da gusto abrir nuevas puertas, y además cuando les precede la invitación de un tipo como tú, que eres un peso pesado del pensamiento.
EliminarA Wittgenstein le tuve idolatrado en mis años mozos. Llevaba su careto en una camiseta y las chicas de la Escuela de la uni, me preguntaban intrigadas, si es que era maricón. Cómo decir que admiraba a un filósofo, cuando estudiaba una carrera tan técnica. Afortunadamente, las alternaba con Dylan, podría haberles dicho que Ludwig Wittgenstein era el batería de los Pearl Jam que se lo habría creído.
También a mi me sorprende Ortega en este asunto, pero supongo que como hombre de mundo, discípulo adelantado de Hermann Cohen, cátedro de Metafísica y creador de lo que se llamó la "Escuela de Madrid", con Granell, Zambrano, Zubiri, García Morente, Ferrater Mora, Maravall, Valdecasas, Lissagarre, Laín Entralgo, Aranguren y el gran Julián Marías (temo dejarme alguno), supongo, digo, que no debiera extrañarme de esos entresijos teatrales que adornaron la vida de su figura.
ResponderEliminarPara él, era menester seducir hacia los problemas filosóficos con medios líricos. Por ello, no es de extrañar, que de su boca salieran frases como aquella que le hizo popular en el atribulado Madrid : "Ellas son tantas, y yo tan sólo uno".
E insisto, en lo de la sorpresa por un postulado suyo en lo referente a la moral.
Para él la vida es responsabilidad y necesariamente necesita justificarse porque hace una cosa y no otra; es la última sustancia moral, pero como toda realidad humana la vida admite grados de ser. Las cosas son lo que son: la piedra es la piedra, el caballo, caballo; pero en cambio, tiene perfecto sentido decir de una mujer que es "muy mujer", o de un hombre decir que es "muy hombre" (o poco hombre), porque la vida no tiene un ser ya dado desde luego, que pueda realizarse en modos "plenos"; puede falsearse. Pero si el hombre es fiel a esa voz y no se abandona falseando su vida, se puede decir que es vida "auténtica", y en eso consiste la moral orteguiana, en que el hombre realice su personal "vida auténtica" , o sea, sea fiel e íntegro en lo moral.
Un placer.
PD: Es un tema que me apasiona porque también yo me decanté por la Metafísica dentro de la Filosofía.
Salut
Si nos adentramos en el Ortega menos profundo, tenemos a un gran observador, que está al corriente de todo lo que acontece en el mundo más cotidiano. Sus ojos curiosos se detienen en las lagarteranas, cuyo ocaso, le embarga de tristeza. En las distancias cortas, su humor y sorna son refrescantes, y más recalcitrantemente irónico se muestra, cuando está circundado de damiselas. Está anécdota parte de sus propias notas y le hizo especial gracia como el mismo filósofo reseña. Yo la leí en el libro El Madrid de Ortega. Muchas gracias por tus comentarios Tot, nuestro filósofo.
Eliminarme encanta el haberme metido aqui Tus palabras son reales un abrazo desde el silencio de Miami
ResponderEliminarMuchas gracias, Recomenzar. Agradezco tus palabras. Un nombre curioso y lleno de misterio. Más cuando en mi caso, debo volver a empezar. Un abrazo, y no quiero quebrar tu literario silencio.
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