U n cielo errante, se movía en círculo sobre su cabeza; le cautivó con su belleza, pero no podía embriagarle para frenar el torrente de dolor, que se derramaba por su paladar, hasta la laringe. Una espada que se hundía lentamente por su boca y aprisionaba las palabras. Los hábitos de fumador empedernido, que había conservado hasta el final, le habían condenado. - ¿Recuerdas lo que habíamos acordado? - Le había preguntado unos minutos antes a su médico personal, una vez que había logrado zafarse de la batahola de seguidores, que buscaba en la fiesta al hombre importante. Enclenque y aparrado, el Doctor Freud se acercaba para escuchar los sueños de sus pupilos. Pero hasta eso, que en el pasado le intrigaba, había perdido buena parte de su misterio. Tenía el auricular del teléfono pegado a su oreja, para escuchar a su galeno. - Los médicos también tenemos médicos. - Bromeó con su interlocutor. Entretanto, sonaba una música nostálgica a lo lejos. En el gramófono giraba la Caval...
Un viaje por la historia y la cultura