Parecía un sueño de la sinrazón. A medida que aquel chambón tomó cuerpo nítidamente en las retinas de Bernardino Drovetti, se percató de que sus confidentes no le habían engañado ni exagerado un ápice los atributos de semejante coloso. Los secuaces del italiano espiaban en El Cairo al cónsul británico, Henry Salt, para informarle de la llegada de cualquier personaje relevante. Cabe decir, que Drovetti velaba por los intereses de Francia, y que la disputa por los vestigios del Antiguo Egipto por parte de las dos potencias europeas, rayaba con los mejores argumentos para una novela de espías del siglo XIX. Desde que Napoleón Bonaparte invadiese Egipto, las piezas de la tierra de los faraones eran codiciadas por coleccionistas de media Europa. En Berlín, Londres, París y Turin, se pagaban auténticas fortunas por un papiro. Por no hablar de la moda malhadada, a la que se habían aficionado algunos aristócratas ingleses, que ponían como colofón de sus fiestas locas , la apertura de un sarcófago con momia dentro. El morbo de la muerte detenida en el tiempo, sin mermar un atisbo de su inquilino, y que sin embargo, con unos minutos en contacto con el aire inglés, hacía que irremediablemente la momia implosionase. Una barbaridad, aunque el muerto liberase su maldición: bacterias invisibles que vengaban la afrenta de los nobles de comportamiento, nunca mejor dicho, innoble. Volvamos a nuestra historia.
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Abu Simbel, medio sepultado por una voraz arena |
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El Joven Memnón. |
- Es un forzudo y gigante, señor. Más de dos metros.
- Abdul, no me creo lo que dice. Parece un personaje salido de los Viajes de Gulliver. - Le contestó el señor Drovetti a su secretario, mientras encendía su pipa, y se atusaba los amplios mostachos, que eran lo único que deshacía su facha de petimetre. Porque el estilo y la compostura del que sería rival de Belzoni, eran los propios de un folletín romántico. Proporcionado, sus ojos hermosos zarcos vigilaban alrededor con expectación. No quería competencia en sus negocios. E insistió. - ¿Me va a hacer creer que puede coger y apechugar con la estatua del Joven Memnón, que pesa varias toneladas y portarla casi diez kilómetros hasta el curso del Nilo? No le hace bien tanta literatura, Abdul. Se nos va a convertir en un Quijote beduino. - Abdul era originario de las tierras que rodeaban a la Meca. Así que cuando se vieron por primera vez, Drovetti creyó que Belzoni, a pesar de su enorme talla, sería un tipo manejable gracias a sus argucias legendarias. El forzudo, por su parte, estaba advertido por el señor Salt de las trapacerías de su compatriota.
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Relieve de Ramsés II en la batalla de Qadesh, que a pesar de la propaganda del faraón, acabó en tablas. |
Pasaron los días, Belzoni contrató con mil trabas de Drovetti, a oriundos del lugar. Y comenzaron a tirar con cuerdas de la enorme efigie(1) por pleno desierto. Gracias a sus conocimientos de ingeniería, introdujo una suerte de rodamientos, que ayudaron en el esfuerzo a los trabajadores que había contratado. Era una tarea colosal de todas formas. A medida que se acercaba al Nilo, antes de que la crecida del famoso río impidiese su transporte, Drovetti volvió a interponerse con miles de dificultades. Para su sonrojo, aquel advenedizo le iba a ganar la primera partida. Por ello, se le ocurrió boicotearle y que los hombres que había contratado Belzoni, desapareciesen. A ver quién osabaa contradecir la voluntad del representante de los franceses en la zona. Gracias a sus influencias y al tener los derechos del Pachá, contradecirle significaba no volver a trabajar más en el futuro. Pero Belzoni no dudó en visitar a su enemigo íntimo, para amenazarle y obligarle a cumplir la parte del trato que habían acordado. Cuenta la leyenda que le introdujo una pistola en la boca, para hacerle entrar en razón. Imaginemos la fuerza de las imágenes. Drovetti se orinaría en los pantalones, y los trabajadores tornaron para continuar tirando de la piedra.
Aquí no acaba nuestra historia. Un resquemor azuzaba a Giovanni, cuando parecía que el joven Memnón se embarcaría en el Nilo con destino a El Cairo. Ni su rival ni la crecida parecían mediar para que ocurriese de forma diferente. Entonces, expuso sus temores a su mujer y compañera de aventuras, Sarah Belzoni. No se debían conformar con aquella talla. La zona estaba más que trillada por los franceses. Tenían que ir más al sur, a esos templos de Nubia de los que le habían hablado Salt y el arqueólogo Ludwig Burckhardt, que fue el primero en descubrir un Abu Simbel sumido en la arena.
- Y sí no es verdad. O una exageración, Giovanni.- Intentaba argumentar una Sarah, que en su interior, sabía que no podía con su marido, cuando se le cruzaba alguna idea.-Puede ser una treta para despistarnos.
Empecinado, Giovanni convenció a Sarah, y en su viaje al sur, con las indicaciones de Burckhardt, volverían a encontrarse, tras muchas vicisitudes, con Ramsés en uno de los templos más maravillosos del mundo: Abu Simbel. Ese desconocido, que tenía el mismo rostro que Memnón. - Está claro que nuestro amigo nos vigila y nos persigue a cualquier lugar de Egipto, que vayamos, Sarah. - El faraón de piedra, entretanto, con sus ojos inteligentes se preguntaría que tramaría la joven parejita para perturbar su descanso.
- Eres su reencarnación, Giovanni. - Sepultado en la arena, guardarían con celo su secreto. Aquel viaje en balde, de cara a la galería, para regresar unos años después, en 1817, cuando excavando encontrarían una entrada para acceder al interior del templo. Y por fin, Abu Simbel y Ramsés II saldrían de su ostracismo, que había durado siglos. Todas estas aventuras las narran sus protagonistas, los Belzoni, en libros que han producido las delicias de jóvenes europeos durante generaciones. Tienen el brío de los aventureros, cazadores de tumbas, tomb raiders, y es curioso, que en España hayan llegado hace poco a nuestros anaqueles. Por supuesto, las aventuras y hallazgos de Belzoni no acabarían aquí.
(1) En realidad formaba parte de los llamados colosos de Memnón. Una cabeza que cayó por el peso del tiempo, que todo lo puede.
Poco, por no decir nada, sabía de esta historia. Una aventura trepidante, sin duda que abre las puertas a la imaginación en esta época tan compleja que estamos vviendo.
ResponderEliminarUn placer.
Salut
Desde luego, son figuras controvertidas,despiertan resquemores entre los egipcios. Sin embargo, si las contextualizamos, y no nos metemos en esas aguas cenagosas, inspiraron a generaciones enteras de europeos. Los libros de viaje de Belzoni nos remontan a ese Egipto por descubrir, y parecen lectura obligada si queremos conocer el hilo invisible del Nilo. Qué es el cúmulo de historias que se arraciman en torno a su curso.
EliminarPaso unos días en que no tengo el tiempo necesario para disfrutar de una lectura como las tuyas. Tengo una visita a la que me debo permanentemente. Te comento en cuanto pueda, tengo muchas ganas de leer este post. Un abrazo.
ResponderEliminarNo te preocupes, Joselu. Trata bien a las visitas,que es lo importante, si es que de verdad quieres que vuelvan:-). Cuídate.
EliminarEs la época de oro de la egiptología y del expolio europeo en los países de las antiguas civilizaciones en un tiempo de decadencia e inexperiencia de dichos países frente a la rapacería colonialista civilizada. Recuerdo que vi en Berlín las puertas de Istar de la antigua Mesopotamia. Estos sujetos puede que tuvieran un valor como mercaderes de tesoros de la antigüedad pero eran en realidad ladrones refinados que robaron, aprovechando la oportunidad de que no había conciencia del valor de dichos tesoros en Egipto, Grecia o Irak, entre otros países. Hay historias muy emocionantes sobre sus aventuras y es posible que estos tesoros se hubieran destruido si no hubieran llegado a museos occidentales. Además la realidad islámica de los países expoliados les hacía ver con desdén el valor de lo que les robaban en el desierto.
ResponderEliminarNo obstante, es un buen relato de las añagazas y habilidades de los Belzoni en tierras egipcias. Me ha gustado, sí señor.
Acompaño a mi visitante y le canso haciendo caminatas a cada cual más dura. Probablemente se lo piense antes de volverme a visitar, jajajaja.
Un abrazo.
Completamente de acuerdo, Joselu. Fueron expoliados y no organizaron una verdadera protección de su patrimonio, hasta muchos años después. En los que sí hubo egiptologos occidentales que colaboraron con las autoridades de aquel país, como Maspero, francés, una eminencia que ayudó a organizar ese torrente de vestigios. Yo intento retrotraerme para verlo con los ojos de aquel tiempo. Cazadores de tesoros, en un pais que no existía y que con la aquiesciencia del Pacha turco de turno, se necesitaba su autorización, lograron hacerse con piezas de valor.
ResponderEliminarEs la dicotomia de siempre, la que propones. ¿Las puertas de Istar habrían sobrevivido en su lugar de origen?Para un Islam riguroso, estos monumentos son heréticos, recordemos el triste final de los Budas de Bamiyan o el destino inmerecido de Palmira, que el Estado islámico quiso dinamitar y que cuando se batiam en retirada, bombardearon gravemente. Los turcos entonces creo que no apreciaban tanto ese patrimonio. Supongo que los Bajás se lucrarian con ese tráfico, de unos objetos a los que no les concedían tanto valor. En las últimas décadas del siglo XIX sí que pasaron a proteger ese valioso patrimonio. Un placer escuchar tus sabias y justas reflexiones. Privar a esas joyas de su entorno es injusto para todos.
Por cierto, seguro que en una visita próxima, tus invitados vienen más entrenados, para resistir a tus caminatas maratonianas. Jeje