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El tren de las finanzas.

En esta entrada abrimos una ventana a los locos años veinte, y sobre todo a unos personajes marcados por una guerra, unos crecientes déficits de las haciendas europeas, sumados a la inestabilidad monetaria característica de aquel período. El secreto bancario suizo permitía zafarse de la acción de un fisco cada vez más voraz, pero también prometía unas estupendas aventuras en tren, que corrían otros en el lugar de las  familias acaudaladas. No en vano, en esos años, como nos señala el gran Mauricio Wiesenthal, hubo ante todo un gran contrabando de dinero, con Suiza como epicentro. En nuestros días, a un golpe de solamente un clic, podemos mover grandes sumas sin inmutarnos.    

Nadie osó contar esta historia, hasta que llegó él. En la cárcel todos somos unos santos y nadie ha cometido un delito. Marcel se elevó como una bailarina que emprendiese una danza en torno al patio del presidio. - Le rompería las nalgas a la princesita.- Dijo uno de los presos, que le observaba con ojos ávidos. 

- Paul Lefevbre no te dejará, querido. Es su protegido. - 

No siempre había sido así. Marcel  parecía más educado de la cuenta. Llevaba los registros de la biblioteca, y sin embargo, había sido cazado por un delito que se negaba a contar. Estaba entre rejas, con los criminales más renombrados de toda Francia. Una aristocracia de la delincuencia se apelotonaba en la prisión de La Santé. El calendario se movía ocioso por los últimos meses de 1928, cuando Paul Lefevbre, el  rey del hampa parisino, quiso que nada escapase de sus redes de información de La Santé. Al gánster le habían pillado por vender narcóticos en sus prostíbulos. Una furcia que había largado más de la cuenta, y a la que el viejo patrón había confiado sus secretos más íntimos. Lo que más le jodía era que su sexto sentido no le hubiera predispuesto contra una infiltrada de la policía. En aquellas fechas, París competía con Berlín por ser la Babilonia europea. Volvamos al extraño morador de la cárcel, Marcel. - Lo más que hemos averiguado es que se trata de un delito financiero. - Propaló uno de sus secuaces, mientras los ojos le picaban sujetos al humo de una calada propia. 

-          Es un ladrón de guante blanco. Quiero saber más de él. - Ordenó el verdadero patrón de la cárcel. 


De Edward N. Jackson (US Army Signal Corps) - U.S. Signal Corps photo, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6037445
Estos cuatro grandes hombres
escriben aún hoy nuestra historia,
desde ese Versalles de los espejos.



Por eso, aquella mañana en cuanto le rodearon, Marcel no supo a qué atenerse. Le dijeron que el cojo, así llamaban al taita de Paul Lefevbre, quería saber exactamente las razones porque le habían enchironado. – No admite secretismos, él lo quiere saber todo.- Más convincente que la fuerza bruta y la cara bastarda de aquel tipo, fue el filo de la navaja que comenzaba a hendir su bello rostro. No quería que lo marcasen con un chirlo. Era como llevar la marca del delincuente a gritos en el rostro.  – Se lo contaré a él. No hace falta que me atosiguéis. 

Entonces Marcel recreó con fervor núbil las glorias que se prometían los franceses tras la Gran Guerra. Su Alsacia natal parecía un queso gruyere o un paisaje lunar. Los obuses habían desfigurado su pueblo, y de los muchachos que partieron a la guerra, veinticinco, solamente quedaron siete. Él tenía por aquel entonces veintidós años. Acabaría la carrera y se pondría pronto a trabajar en un banco. 

- No te enrolles, muchacho, queremos saber que te trajo aquí.- Se chanceó Viaud. - ¿Te condenaron por un desfalco?

- Calla, idiota, que aquí tenemos tiempo, nos sobra y me encanta cómo lo está contando. Como si fuese una novela.- Le replicó Lefevbre, y al pobre de Viaud, se le cayó la cabeza sobre sus hombros.

Regresaron de la guerra o más bien anduvieron unos kilómetros desde el frente, y todo estaba destruido. Marcel pasó a vuelapluma sobre los detalles de Versalles, aun cuando reparó en los pagos de la guerra. - Georges Clemenceau prometió superávits con las reparaciones de la guerra y que varias generaciones de franceses podríamos vivir sin problemas económicos y sin trabajar. - Rieron todos los presos al unísono. Se había formado un corrillo en torno suya. 

-  Vaya un cachondo Clemenceau. - Pontificó Lefevbre sobre el primer ministro francés que negoció en Versalles. 

El resto de la historia es conocido. La Hacienda francesa por los abultados déficits de los años veinte, transmitió esas tensiones a al franco. - Se imprimía mucho dinero para pagar las deudas, muchas veces sin tener las reservas de oro y plata que habilitasen al Banco de Francia. Sin meterme en tecnicismos, eso trajo inflación y desconfianza sobre nuestra moneda. Nuestros países vecinos estaban incluso peor en esta tormenta monetaria, que agita nuestra economía. - Alguno de los reclusos se perdía en los detalles, pero la inflación y la inestabilidad monetaria era palpable para cualquiera de ellos. De ese pasado imaginario, en el que la Hacienda únicamente contase con superávit a costa de unos alemanes(1), que no pudieron afrontar los pagos de guerra, también eran conscientes. Así como de los sucesivos planes, como el Plan Dawes, que se negociaron para acomodar los pagos a las capacidades económicas de los perdedores.  


De Bundesarchiv, Bild 102-12841 / CC-BY-SA 3.0, CC BY-SA 3.0 de, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5480725
El plan Dawes quiso conciliar
las necesidades de acreedores
y deudores

Por aquellas fechas también Suiza había instaurado su secreto bancario. No había clientes ni cuentas sino números de seis cifras, que no permitían a las haciendas europeas escudriñar a quién pertenecían esos depósitos. Marcel describió los días de jolgorio y inocencia. Los titulares de aquellas cuentas acudían a recoger los intereses de su dinero, que recibían en maletines, ajenos al radar del fisco de su país. Esquiaban, se emborrachaban, y por unos días los probos ahorradores se convertían en malgastadores. Pasaban la frontera en un Wagon-LIt, de bellas marqueterías, sin mayores inconvenientes. Qué hermosura de recreaciones, Afrodita, que mira embobada a Zeus. Sin embargo, los inspectores de Hacienda comenzaron a ver por dónde provenía el flujo de dinero. - Y cómo se pueden imaginar, cazaban a jóvenes indolentes, con un maletín cargado de francos. Delito contra la hacienda pública, y unos años de cárcel para hijos de ahorradores pudientes. 

-¿Así te pillaron a ti, Marcel? -Preguntó dubitativo el señor Lefevbre. 

-Fue algo más sofisticado. Yo no pertenezco a ninguna familia de rancio abolengo. Soy economista, y en mi sucursal me preguntaron si quería ganar un importante cantidad de dinero extra. - Un cliente le remuneraría con mucho dinero si portaba sus intereses en un par de maletas con doble fondo. El riesgo era alto, por eso se encontraba en la cárcel. Pero tenía deudas de juego. Su mal vivir. - Me apasiona el póquer, me condujeron a ello. Si no quería que me partiesen las piernas. 

Fue de noche cuando el tren de la Compagnies des Wagons Lits se demoraba faltando a su justa fama de puntualidad. Llevaban más de quince minutos parados, al frisar la frontera francesa. Qué bonita estela de humo producía la locomotora, y ver su silueta fría, a esas horas de la noche cuando se asomó a la ventanilla para ver de dónde provenía el jaleo. Gracias a Dios, Marcel había cenado en el lujoso vagón restaurante con música en el gramófono de Verdi. Tener el estómago vacío, lleno de nervios, te atenaza. Comenzaron a sonar más cercanas las puertas de los vagones, que cerraban los gendarmes de fronteras con enorme ímpetu, en busca de defraudadores. Hasta que llegaron al camerino de Marcel, que se había salido de la cama y vuelto a entrar, para fingir que dormía. Sería porque llevaba implícito el pecado en sus grandes ojeras, que los dos sagaces gendarmes descubrieron los dobles fondos de sus maletas, con más de cuatrocientos mil francos. 


De WLDiffusion - Trabajo propio, CIWL Archives, Wagons-Lits Diffusion, Paris, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=35085285
La edad de oro del ferrocarril, cuando
viajar no requería de tiempo.


- ¿Y quién fue ese cliente tan pudiente que te hizo el encargo?

- No se lo revelé a la policía, ni a ustedes. Lo siento, querido señor Lefevbre. Ellos me dijeron antes de cumplir la misión, que le entregase una fotografía de mi mujer y de mi hijo de dos años. Máteme si quiere, señor Lefevbre. Pero hasta aquí puedo contar.  

- ¿Y cuántos te han caído?

- Veinte años.

-Veinte años no es nada, te lo dice un viejo. - Y si  volamos unos años más adelante, el gran Carlos Gardel, lo cantaría estupendamente.- Si te portas bien, en menos de diez años estarás fuera. 



 


(1)John Maynard Keynes, el gran economista inglés, hablaba del Tratado de Versalles como la paz cartaginesa y escribió un libro desarrollando esta idea sobre las cargas tremendamente onerosas para los vencidos y que nos traerían unas segundas Guerras Púnicas.

Comentarios

  1. "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de furia y ruido, que no significa nada" -nos dejó Shakespeare en Macbeth, pero aparte de la vida puede aplicarse a la historia. Cualquiera que conozca la historia de Europa antes de la Gran Guerra, durante la misma y la década que vino después, no dudará en recordar la cita de Shakespeare. La Gran Guerra es el preámbulo de la segunda Guerra Mundial a la que condujo inexorablemente por la falta de visión de los que redactaron la paz de Versalles. Y todo había comenzado por el disparo de un fanático serbio contra el heredero del imperio austrohúngaro... Los que protagonizamos la historia no la entendemos y menos los políticos que la dirigen. Los errores de perspectiva son imposibles de evitar. La Historia no sirve para predecir el futuro ni para comprender el presente. Ahora en 2020 estamos totalmente a oscuras sobre nuestro futuro, sobre nuestro presente y las perspectivas de Europa o del mundo. El pasado no nos sirve para entender, ya querríamos. La clave de las dos guerras -en realidad una sola- fueron los nacionalismos, el estallido de los irredentismos nacionalistas, verdadera peste de la historia. Solo Suiza fue lo suficientemente inteligente como conciencia colectiva para crear el secreto bancario lo que le hizo inmune a la perversión nacionalista. Suiza es la nación más inteligente de Europa. El nivel de inteligencia colectiva de España es próximo a cero, no lo podemos evitar.

    Muy interesante la historia que nos has traído, he disfrutado con la lectura y me ha conectado con reflexiones sobre la historia a la que soy muy aficionado. La inmensa mayor parte de la sociedad desconoce la historia y muchos que sí son aficionados a ella caen presos de eslóganes y prejuicios políticos a la hora de intentar entenderla. En realidad, la historia es como un cerebro humano en el que se producen choques entre los dos hemisferios, y se dan pulsiones entre el yo y el ello y el superyo en un entramado emocional que nadie comprende. Es muy difícil comprender la propia vida y menos la historia. El fascismo y el comunismo que han marcado y siguen marcando nuestra realidad son ficciones de nuestra mente que han tomado realidad como principios dadores de sentido.

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    1. Me ha encantado tu reflexión, Joselu. De cómo la civilización europea se puso en el disparadero por el doble asesinato de Sarajevo, que fue la espita que puso el colofon a la llamada paz armada. Y Versalles como vislumbró Keynes, una especie de paz cartaginesa, que nos aventuró de nuevo en la nebulosa de la guerra. Coincidimos en ese análisis de la vertebración de Europa, que debe ser extraña a la hidra de los nacionalismos, que carcomieron antaño y ponen en riesgo un futuro de progreso. Es como he leído a Mauricio Wiesenthal hace poco, que el transporte encendió el encono más acre de los nacionalismos. Porque soy de aquí, cuando podría ser de allí. Abre nuestra perspectiva, sin enbargo, no lo suficiente, a juzgar por el absurdo resurgir de los nacionalismos, que apelan al orgullo de recluirnos sobre nosotros mismos. Te recomiendo, maestro, si no lo has leído, a Wiesenthal. Su prosa me recuerda a la tuya. En Orient Express, viajas por la geografía física y temporal de Europa.

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    2. He leído su magnífica biografía de Rainer Maria Rilke.

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    3. Yo lo acabo de descubrir ahora, y es una delicia. Un imprescindible en tiempos de la cólera.

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  2. Creo que lo expuesto por JOSELU no hace falta amplificarlo, decir algo más es barroquizar lo que está bien explicado.

    Acotar lo del nacionalismo, que es, a mi entender, endémico, y que siempre se utiliza (no sólo en Europa) como botella inflamable en mano de políticos de corta perspectiva, como asidero de votos
    Un placer el estar con vosotros.

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    1. El mío, Tot, por estar acompañado de dos grandes pensadores. Recojo tu apreciación. Me refería a Europa, por ser nuestra casa común. Un saludo, Tot.

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  3. Con tu permiso, incluso no se si pondría en el caso a los Hutus y los Tutsis (un millón de muertos a machetazos y 70% población Tutsi eliminada), y digo esto porque siempre se le denominó guerra de etnias, y nunca se ha hablado del sistema de casta que los belgas impusieron para provecho propio utilizando a casta Bantú como ejemplo.
    Un abrazo
    salut

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    1. Completamente de acuerdo,Tot. También pasó algo parecido, ni mucho menos tan violento, con los Ashanti en Ghana. Un país que se puso como ejemplo para un desartollo prometedor y al que las luchas étnicas, aguaron expectativas más que alentadoras. Lo curioso es que la civlizada Europa, disipara con las dos más temibles guerras hasta el momento, todo el torrente de prosperidad de la Belle Epoque. Y que no hayamos aprendido la lección. Esa misma Europa que eaparcio el darwinismo étnico o que con escuadra o cartabon, se había repartido África. Aunque además de todas esas herencias envemenadas, no podemos justificar en un pasado colonial la barbarie perpetrada por los hutus. Hay que apelar a la responsabilidad de cada uno,ni la más mínima coartada para esos bárbaros.

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