Un cielo errante, se movía en círculo sobre su cabeza; le cautivó con su belleza, pero no podía embriagarle para frenar el torrente de dolor, que se derramaba por su paladar, hasta la laringe. Una espada que se hundía lentamente por su boca y aprisionaba las palabras. Los hábitos de fumador empedernido, que había conservado hasta el final, le habían condenado. - ¿Recuerdas lo que habíamos acordado? - Le había preguntado unos minutos antes a su médico personal, una vez que había logrado zafarse de la batahola de seguidores, que buscaba en la fiesta al hombre importante. Enclenque y aparrado, el Doctor Freud se acercaba para escuchar los sueños de sus pupilos. Pero hasta eso, que en el pasado le intrigaba, había perdido buena parte de su misterio. Tenía el auricular del teléfono pegado a su oreja, para escuchar a su galeno. - Los médicos también tenemos médicos. - Bromeó con su interlocutor. Entretanto, sonaba una música nostálgica a lo lejos. En el gramófono giraba la Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni.
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Sigmund Freud, discutido por todos. |
- Nunca falto a mi palabra, maestro. - Un viaje a los reinos internos del dolor, una dosis de morfina, y por un momento, el espejismo de que fugaces éstos se habrán olvidado del cuerpo del enfermo. Estragado, ni siquiera encontraba el placer de comer el señor Freud. - ¿Cree que ha llegado el momento? - Le preguntó su galeno a un maestro, que dijo un escueto oui. No lo soportaba más, le dolía hasta fumar. El humo era un brioso puñetazo contra los tejidos dañados. - Debe estar completamente seguro.
- Nunca lo he estado más. Mañana entonces.
Más tarde, se escapó de la charada. Ahí estaba en un recoveco de su jardín londinense, en el que los liquidambar de su mujer, estaban más encarnados que nunca. Y el mundo, con sus locos engranajes, había discurrido una vez más hacia el abismo en aquel año 1939. Él como judío, y padre fundador del psicoanálisis, tesis que los nazis deploraban como si fuese cábala hebrea, tuvo que huir un año antes, cuando Alemania se anexionó Austria. Dolfuss había sido un hombre de paja para Adolf Hitler. Entrecerraba los ojos por el peso del dolor y de las remembranzas.
-Sí, estoy decidido. Vivir así no tiene sentido. - Se confesó a sí mismo, embriagado por el olor de los tilos.
Muchas batallas perdidas y otros cielos ganados. Otra vez el dolor. Cuando se recogió a su habitación, se había insinuado entre todo el mobiliario, su vieja maleta de cuero marrón. Llena de pegatinas de hoteles de hombre viajado y a la que le dirigió unas palabras.- Fiel compañera, éste será mi último viaje. - Un chute antes de dormir de morfina. Se iba durmiendo. El sueño era como la muerte, o viceversa. Se le enredaron los pensamientos. Y de esa vetusta maleta, que pareció rejuvenecer, sacaba un aparato. Se miró en el espejo y entrevió al joven e insolente Sigmund en su azufre. El bigote que como asomos de retamas, sobresalen de su cara circunspecta. Entonces se volvió hacia su paciente, una mujer, que sollozaba tumbada en el diván. Fuerzas invisibles dirigen nuestro subconsciente. No había síntomas físicos en ese cuadro de la enferma. Esa mujer sin embargo, vomitaba, deliraba y tenía accesos de ira. Escondía algo más que un desarreglo anatómico. Recordó que descubrió entonces la importancia de la psique.
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La interpretación de los sueños, quizá su obra más conocida. |
Siguió moviéndose por aquel sueño. Por esas conclusiones en el colegio de médicos, le habían acusado de charlatán, de escribir magníficos cuentos de hadas con una patina científica. Era un judío que todo lo teñía con su lascivia. ¡Onanismo, onanismo! Fue tras la Gran Guerra, que recuperó parte de esa reputación hecha jirones. El shock del combatiente era más profundo que las huellas físicas. Algunos compañeros decían que su método hipnótico era un fraude circense. Hijas violadas por padres, que sindiós. El subconsciente y el cerebro; había paradojas que atormentaban al joven Freud. Sin embargo, volvió a la noche en la que tuvo una revelación en forma de sueño. Y en aquel último viaje reprodujo el mismo y misterioso embate de Morfeo.
Unos hombres con cabeza de pájaro, portaban algo. Bailaban al ritmo tedioso de un compás, mientras se acercaban hacia el señor Freud. Al espectador moderno, le recordará a la escena de Fresas salvajes de Ingmar Bergman. En ese instante, Sigmund se percata de que esos hombres pájaros portan un cadáver. Parece el de su propio tío. Afortunadamente no es él, como en el sueño de Bergman, por lo que se alegra todavía estremecido. Se va acercando la comitiva luctuosa, cuando despierta y descubre asustado que es la cara de su padre, y no otra. Una epifanía. El hombre debe matar al padre. , y con él desembarazarse de todo el dogma paterno. Fue esa revelación la que iba a alumbrar todo su pensamiento, y su famosa famosa obra. La interpretación de los sueños.
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El fantástico cineasta durante el rodaje de Fresas salvajes. |
A la mañana siguiente, su médico personal acude a sedarle. Tres dosis seguidas de morfina le inyecta Max Schur, y Sigmund se va de estos mundos, sin apenas hacer ruido. Aunque sin él, el ello, el yo y el superyó pervivirá como la represión sexual como causa de muchos de nuestros traumas. A Harold Bloom poco importa la ciencia de Freud, sino su narrativa. Aparte de un excelso literato, nos encomienda encarecidamente su lectura, la narrativa de Freud ha calado como ninguna otra en el mundo moderno. Su prisma brilla en muchas de las disciplinas del conocimiento y del arte.
Sin duda, el mundo contemporáneo no sería el mismo sin Freud. Forma parte de nuestra weltanschaaung de la vida, el sexo, la represión, los símbolos oníricos. Pienso que fue un creador literario que originó el surrealismo, pero sus intuiciones psicológicas hoy nos son totalmente prescindibles. El complejo de Edipo y de Electra, la envidia del pene por parte de la mujer, el psicoanálisis -tan olvidado salvo para los argentinos-... Freud es un gran autor como creador de ficciones sobre el ego que nos han marcado profundamente pero que no nos sirven demasiado. Freud no habría sabido encajar la rebelión feminista que no tiene nada de su teoría psicoanalítica. Estuve en su estudio en Vienna en mi última visita y me hice fotos en las habitaciones de la exposición. Freud no es ya actual aunque ha marcado buena parte del siglo XX. Hoy los psiquiatras acuden a los psicofármacos para equilibrar nuestro cerebro y las pulsiones autodestructivas. Las personas que se han hecho un psicoanálisis -conozco dos-no siento que se conozcan especialmente.
ResponderEliminarLo que más me atrae de Freud, aparte de la literatura, es su adicción a la morfina. Se puede ser una mente prodigiosa y ser adicto a sustancias hoy prohibidas. Deploro que el estado establezca qué sustancias pueden ser consumidas por mi bien. Cuando el estado justifica su acción por mi bien, me dan ganas de vomitar.
Profunda reflexión, Joselu. Yo sinceramente creo, que muchos de los mitos de Freud, se han renovado y aparecen con diferentes caretas. Sobre todo en su mito catartico. Pero sería un debate largo y farragoso. También estuve en su gabinete y conservo una fotografía en la que en mi narcisismo juvenil, me disfracé de bohemio. Y es verdad, que más que su importancia científica, fue un gran narrador y creador de mitos. Coincido contigo y Bloom, en que destacaría su capacidad para dotar a la modernidad de su propia épica. Y vislumbró el surrealismo. Su influencia como la Viena de entonces sobre el mundo del arte, es indiscutible.
EliminarNo creo pueda aportar nada a la entrada. Explicas de maravilla el mundo de Freud, y la respuesta de Joselu es impagable.
ResponderEliminarPor lo tanto me quedo estático y lector de ambas partes...y algo más que he aprendido.
salut
Siempre es un placer leerte, Tot. Me ha encantado tu poética entrada a esa señal de piedra, semienterrada y por la que ha pasado el tiempo, pero no el olvido. Un espíritu inquieto como el tuyo, la ha rescatado del ostracismo.
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