H oras lentas de un verano, que duermen en sus recuerdos. Ella una modistilla que iba a abrir su primer local en Deauville, una de las joyas costeras normandas. Por fin, Gabrielle había encontrado su vocación, y por encima de todo, una profesión en la que iba a marcar un estilo. Nada de la sombrerera guapa, con una pose felina, que había intentado ser una estrella de la canción. Aquel fue un sueño efímero, pues algo desentonaba en aquel cliché: sobre el escenario del cabaret, Gabrielle tenía los aires de una niña bien que se perdió en algún gallo, y que con coraje abordaba la siguiente actuación, sentada en un taburete y con las piernas entrecruzadas. El público masculino secretaba las pasiones más soterradas con la visión angelical de la señorita Chanel, sin embargo, la falta de picante posterior les bajaba el suflé de pasiones. Una cantante más que decente, en el lugar equivocado. Bailar aunque tenía mucho garbo, tampoco fue lo suyo. Fue descendiendo en los peldaños ...
Un viaje por la historia y la cultura