A pesar de sus años, giraba como una peonza en el escenario, vomitando de sus fauces pañuelos y pañuelos que parecían salir de ningún sitio. Provocó el murmullo cuando de su boca comenzó a salir fuego. ¿Cómo no se abrasaba los labios? Se preguntaba el público, que se apelotonaba en las gradas, aguardando la actuación de Juan Tamariz , que les aseguraba unas risotadas porque hacía partícipes a todos los espectadores de su humor y de su magia con las cartas. Se quitaba uno de sus ridículos sombreros y asomaba la luenga y asimétrica cabellera, coronada por una calva. Sin embargo, aquel caduco mago que se trastabillaba, anunciado con el pretencioso nombre de Conde de Valdemar , les estaba sorprendiendo. Como un meritorio, devolvía billetes de cien pesetas con la cara de Falla, a quien le arrojaba un papel arrugado. ¿Cómo lo hará se preguntaba el público? Y los más avariciosos secuestrarían a Manuel Rodríguez Saa , para que se convirtiese en una casa de la moneda particular. Hir...
Un viaje por la historia y la cultura