La
guerra qué absurdo, receló Benjamin Péret. Sin embargo, aquella estaba revestida de graves ínfulas y revoluciones sociales.
Era lo que había escuchado a un escuchimizado Andreu Nin, que en sus disertaciones corría un gran peligro, pues cada vez desafiaba más al Kremlin. ¿Creería que saldría ileso del trance? ¿O qué en el comunismo se podría opinar libremente? Como materialistas, en el sentido ideológico, solamente entendían la libertad en sentido material. ¡Cuidado! Soso no era un enemigo con el que se pudiese bromear. Solamente le hacía gracia Mijail Bulgakov, que también traspasó esa línea en numerosas ocasiones. Pues ese catalán de acento cerrado, lo había leído
con profusión y como uno de los desheredados, cogió afecto a su causa. Peret que hablaba el español con acento de gabacho, se esforzaba
por intercambiar palabras en aquel idioma con Andreu, pero no, mejor conversar en francés. Acudió a su llamada, la llamada del POUM. La causa obrera exigía una revolución inmediata en la retaguardia, que no podía ser más perentoria. Otro motivo de choque con el partido comunista, que quería más dilaciones para nunca realizar el ideal de la revolución. En esa tesitura, por la premura de remover los pilares de la sociedad burguesa, Nin y sus acólitos eran considerados unos fascistas.
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Lo onírico y lo encantado en Varo. |
Hormigueando por la frontera, Péret y su partida, algunos hombres hoscos, otros taciturnos, pues no querían que nadie diese testimonio de su salto al país en guerra, llegaron a una
Barcelona plagada de monos azules en 1936. A lo sumo las boinas, nada de sombreros que tocasen las cabezas, síntoma de aburguesamiento. Él se olvidó del chambergo, y de las chaquetas de tweed, que aunque andrajosas, ocupaban su armario. Cuánto había cambiado
de la París plácida, sus cafés en los que se arremolinaban los intelectuales
debatiendo, a la urbe uniformada de una Cataluña, que también homenajearía uno de los grandes, George Orwell. Paseando como un girótropo, albergaba muchas incertidumbres con el sistema de vales. El dinero había dejado de existir. Cuando le dieron un fajo de vales de un sindicato de clase, se sintió desnudo. Le llevaban en comitivas, para que visitase los lugares más importantes, cuando de pronto, un cabello flamígero le hendió de pleno. La pelirroja que sonreía, con una colilla apostada en los labios, era una muchacha joven y elegante. Ni pestañeó, pero quién sería esa dama que tan resuelta se movía por Barcelona.
Aunque no lo supiera, Remedios Varo, una catalana de familia bien, era sobre todas las cosas una maravillosa pintora. En la Academia de San Fernando había sorprendido por su precocidad y a pesar de la calidad de sus pinceladas, asombraba más una imaginación desbordante. En ese Madrid de los años veinte, trabó amistad con los más grandes. Dalí, Lorca, que denunciaban lo putrefacto. Nadie doblegaba a esa belleza indómita. Más tarde, introducida en los círculos surrealistas, no había conocido sino de manera circunstancial a Peret, el amigo que acompañaba a Bretón a todas partes, hasta que los encantos de Varo hechizasen al poeta (ya le dedicamos una semblanza al león de hebras plateadas, André Bretón). Remedios sigue coqueteando con los logicofobistas, con los que presenta en la Librería Cataluña de Barcelona, toda una panoplia de argumentos. Es el momento de las vanguardias, de experimentar con las simas de una psique que se revela como un universo de infinitas posibilidades gracias a un Freud, que nos ha alumbrado sobre los dédalos que componen la mente. Allí Remedios expone junto a muchos otros con Maruja Mallo, de la que dicen que se ha prendado un Miguel Hernández. Flota un notable ambiente de guerra.
Y de repente llega ese poeta andrajoso, del que se enamora perdidamente la catalana. Sus paseos por la Barcelona bélica, cuando la derrota llega llena de clamores. La huida y otra vez, doblemente son derrotados por un fascismo que campea por los campos de batalla europeos. Debió doler a la pintora el desfile de la Wehrmacht en plenos Campos Eliseos. Es entonces, cuando un también doblemente perseguido Péret, por troskista y por los nazis, que en aquellas fechas son acérrimos aliados de los bolcheviques, tiene que huir. Y Varo será detenida por la Gestapo por sus malas compañías, es decir, Benjamin y sus amigos. ¿No ama a ese troskista degenerado? En cuanto pisa la tierra firme de las aceras, huye despavorida a México, que se convertirá en su tierra de adopción. El país azteca representa quizá la parte más excitante de su obra. Pero tras este perfil azaroso, queremos pararnos hoy. En otra semblanza, nos acercaremos más a su obra, y una segunda parte de su vida, muy interesante desde el punto de vista creativo.
Aunque no lo supiera, Remedios Varo, una catalana de familia bien, era sobre todas las cosas una maravillosa pintora. En la Academia de San Fernando había sorprendido por su precocidad y a pesar de la calidad de sus pinceladas, asombraba más una imaginación desbordante. En ese Madrid de los años veinte, trabó amistad con los más grandes. Dalí, Lorca, que denunciaban lo putrefacto. Nadie doblegaba a esa belleza indómita. Más tarde, introducida en los círculos surrealistas, no había conocido sino de manera circunstancial a Peret, el amigo que acompañaba a Bretón a todas partes, hasta que los encantos de Varo hechizasen al poeta (ya le dedicamos una semblanza al león de hebras plateadas, André Bretón). Remedios sigue coqueteando con los logicofobistas, con los que presenta en la Librería Cataluña de Barcelona, toda una panoplia de argumentos. Es el momento de las vanguardias, de experimentar con las simas de una psique que se revela como un universo de infinitas posibilidades gracias a un Freud, que nos ha alumbrado sobre los dédalos que componen la mente. Allí Remedios expone junto a muchos otros con Maruja Mallo, de la que dicen que se ha prendado un Miguel Hernández. Flota un notable ambiente de guerra.
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Maruja Mallo, colega de la gran Varo. |
Y de repente llega ese poeta andrajoso, del que se enamora perdidamente la catalana. Sus paseos por la Barcelona bélica, cuando la derrota llega llena de clamores. La huida y otra vez, doblemente son derrotados por un fascismo que campea por los campos de batalla europeos. Debió doler a la pintora el desfile de la Wehrmacht en plenos Campos Eliseos. Es entonces, cuando un también doblemente perseguido Péret, por troskista y por los nazis, que en aquellas fechas son acérrimos aliados de los bolcheviques, tiene que huir. Y Varo será detenida por la Gestapo por sus malas compañías, es decir, Benjamin y sus amigos. ¿No ama a ese troskista degenerado? En cuanto pisa la tierra firme de las aceras, huye despavorida a México, que se convertirá en su tierra de adopción. El país azteca representa quizá la parte más excitante de su obra. Pero tras este perfil azaroso, queremos pararnos hoy. En otra semblanza, nos acercaremos más a su obra, y una segunda parte de su vida, muy interesante desde el punto de vista creativo.
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