El tipo de las melenas de león, matizadas por algunas hebras plateadas, rezongaba quejas por el
mal querer. - ¡ Ese discípulo mío! - Se quitó con coquetería las gafas de pasta, aunque no sabía disimular su melancolía ante un auditorio expectante, que como cada tarde esperaba que abriese la boca. Pero no tenía a nadie que le acariciase el cabello desde que su epígono Benjamín Péret, perdiese el tiempo con aquella belleza
con la que coqueteaba, pelirroja y española. - ¿Cómo dices que se llamaba?- Pregunta el tótem melancólico a Max Ernst, que también se ha ligado a una tal Leonor, una muchacha irlandesa que quiere borrar cualquier pátina de educación anterior, y a la que le saca veintiséis años ¿Por qué les habrá dado por liarse con muchachas tan jóvenes? Se pregunta el oráculo del surrealismo, André Bretón.
- Se llama Remedios(1), André.- Pues poco me ha remediado a mí, que me ha quitado al pintamonas, con el que iba a todos lados, se piensa para sí, mientras Ernst termina de rehacer el cuadro de los hechos. - Y es española.
- Católicas las dos. - Protesta.- ¿No queremos acabar con los confesionarios?
- Eso, creíamos, pero tú encima les has cogido, maestro, ojeriza a los españoles.
- ¿Por qué, Max?
- Porque desde que partiste peras con Salvador.- Se dejó ir en un profundo silencio, pues los sobreentendidos bastaban para comprender adónde quería llegar Max.
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Soupault recuperó del olvido los famosos
Cantos de Maldoror
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Qué Dalí le levantase su mujer a un miembro del movimiento surrealista, donde primaba la liberalidad en el sexo, tenía su aquél, ya que por mucho que presumiesen, los resabios de la sociedad antigua continuaban latentes en unos celos, que se esforzaban por controlar. Pero que....
- Dalí ama a Hitler. - Chilló furibundo el león, con cajas destempladas. A su lado despierta Luois Aragón, el poeta que sesteaba y que rechaza la autoría del Coño de Irene, del que hicimos en su momento una divertida semblanza. - Con lo que le hemos dado a ese español desagradecido. Ahora se cree tan importante que quiere volar solo, qué le zurzan.
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Bretón, el león del surrealismo. |
Para no achicharrarle todavía más, calló Ernst que el padrecito Stalin también se dio de picos con el cabo austriaco, cuando se repartieron Polonia. Sin embargo, no cae en ese pecado por cuanto casi todos sus camaradas son comunistas ¿Qué tendrá que ver Freud y la sexualidad reprimida con el comunismo? Se resabia el pintor surrealista. Pero de pronto, el melenudo se encasqueta las gafas y saca un libro ajado. Los cantos del Maldoror de un tal Lautréamont. Ernst suda un tanto, y engulle su propia saliva. La flor del mal anida en ellos. Alguien los rescató del infierno de la guerra. Bretón lee los versos del primer canto, con un cigarrillo en los dedos, pasa las hojas para dar seguidamente una calada. No cesa en su recital, de mal entonador. El atardecer se torna tenue en sus retinas, mientras el grupúsculo mira a través de los ventanales. Reina el mal en el rincón de aquel café parisino.
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Conde de Lautréamont, noble hacedor del mal |
Cuenta la leyenda que un desesperado, Philippe Soupault, primer escritor dadá francés, se llevó al frente de la Gran Guerra los cantos como si fuesen un breviario. Cantar al mal, cuando la muerte sobrevuela por los campos de amapolas y tibias del frente. El joven imberbe no es capaz de absorber el dolor gratuito que infligen las guerras. Amargamente se queja de la actitud tibia del Papa romano. El Santo Padre condena la guerra europea fuertemente pero podría excomulgar a todo bicho viviente. Bretón que es poco religioso, pero sí comunista, cree que se perdió la esperanza con el asesinato de Jaurés, político socialista francés, que predicaba la unión de las clases. Cada uno farfulla sus propias soluciones, aunque para nuestra historia convengamos que Los Cantos de Maldoror llegan al movimiento surrealista gracias a Soupault, que le habla fervorosamente a Bretón del malhadado cantar. Si el bien produce esas guerras atroces, quizá sea necesario un mal que avente esta sociedad hipócrita.
Bretón retorna de aquellas marismas saduceas al presente. Quedan pocos días para que la capital francesa sea declarada ciudad abierta, con las huestes nazis merodeando por el extrarradio de la gran urbe. No se opondrá resistencia a los invasores con tal de evitar que París sea una nueva Varsovia(2). En cualquier caso, estas disquisiciones del mal, parecen a esas alturas absurdas cuando está a punto de llegar el gran fauno, Adolf Hitler. No obstante, las hemos querido recoger, por mucho que parezcan riñas de infantes o parezca un contrasentido combatir el mal, con ese homenaje que se hace de él en Maldoror, porque aquellos tipos que se congregaban en torno a Bretón y Aragón, iban a imantar a los artistas de todo un siglo.
(1) Se trata de la genial pintora española, Remedios Varo, de vida azarosa, y que trabará amistad con la odalisca de Max Ernst, Leonora Carrington, una enorme artista irlandesa, y un amor tumultuoso. A sendas artistas, El Azogue les debe una semblanza.
(2). Las generaciones futuras le agradecemos aquella templanza, como en la vuelta que Von Choltitz desobedeciese a Hitler cuando los que entraban en la ciudad eran los Aliados. El Führer ordenó dinamitar toda Lutecia, para que volase en un inmenso espectáculo de fuegos en este caso reales.
(2). Las generaciones futuras le agradecemos aquella templanza, como en la vuelta que Von Choltitz desobedeciese a Hitler cuando los que entraban en la ciudad eran los Aliados. El Führer ordenó dinamitar toda Lutecia, para que volase en un inmenso espectáculo de fuegos en este caso reales.
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