Se trataba de un recibimiento con todos los honores de estado, para un ilustre visitante, quizá el más ilustre que pisase jamás tierras galas. A la altura de Julio César, que con su capa roja había desolado a los antiguos moradores de Francia. Como había leído en Le Monde uno de los presentes, seguramente muchos compatriotas llevasen los genes de este faraón de luenga vida y gran fecundador. ¿Había tenido cientos de hijos? Sin embargo, los historiadores pueden probar en virtud de los documentos descubiertos, que tuvo poco más de una docena. No tantos para los sesenta y seis años, que duró el reinado. Una longevidad a prueba de los avatares del poder, que nos dejó muchas muestras en forma de monumentos por todo Egipto. El gigante italiano , Gian Battista Belzoni, que apenas había escuchado hablar de él, iba a encontrar en el eximio faraón una de las obsesiones en torno a las que giraría su vida. Cuando la profesión de arqueólogo guardaba más relación con los aventureros de fortuna.
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El rostro idealizado del gran Faraón |
Y es que Ramsés II además de una larga vida fue uno de los mejores propagandistas del poder, como nos demuestra en la infinidad de monumentos desperdigados por la geografía de Egipto y por las loas a su victoria contra los Hititas en Qadesh, la primera batalla documentada de la historia. En realidad fueron unas tablas, que las tropas egipcias lograron casi milagrosamente. Una vida larga por lo demás, equiparable en experiencias a la de su momia. Los más, que pasamos sin pena ni gloria, y los restos de Ramsés, que no paran de ponerse en el foco de la información. En los años 70 del pasado siglo, contaron los conservadores
del Museo del Cairo, que estuvo a punto de provocar un
infarto a los que merodeaban por la sala, tras despertar de un letargo de
siglos.
¿Despertar? No exageraban, pues de pronto, sonó un chasquido y la momia pareció querer levantarse. Huyeron despavoridos por las salas contiguas. No en vano, las leyendas de maldiciones florecían en bocas de todos, y si no, cómo acabaron Howard Carter y Lord Karnavon. Muertos en extrañas circunstancias, o sin la gloria que mereciese. Con todo, era una momia inquieta. Desde que Gastón Maspero le retirase las vendas, no había parado de moverse. Así lo documenta nuestro gran Blasco Ibáñez, bestseller de la época, en su Vuelta al mundo de un periodista. Un colega suyo, Pierre Loti, acompañado del director del museo, el ubicuo Maspero, entraron en la sala donde se hallaba la urna. Solamente ilustres podían realizar la visita. Pues el francés le iba a contar a su amigo, el escritor valenciano, que cuando giraban en torno a la momia: " sin perder su movilidad yacente, levantó una de sus manos, dando una bofetada a la cubierta de cristal".
Pero por qué "había despertado" otra vez el faraón. Las razones eran claras para sus colegas franceses. Esgrimieron que la urna no era lo suficientemente hermética para evitar la humedad del entorno. Y más de 86 tipos de bacterias, amenazaban con poner término a la plácida eternidad del monarca egipcio. El chasquido había sido la señal de que su deterioro se aceleraba. Hasta su descubrimiento, había estado adormecida en los confines del olvido de Deir el-Bahari, y no se vio comprometida su integridad, gracias a la sequedad del entorno desértico y por el famoso natrón. Recordamos en esta entrada las vicisitudes de Charles Edwin Willbour, otra vez el ubicuo Gaston Maspero y Emile Brugsh en El papiro de arena, que protagonizaron el que quizá sea el descubrimiento más fascinante de la arqueología egipcia, si no estuviese eclipsado por la leyenda y mito de Tutankamón. Decenas de momias de faraones que un sacerdote, Pinedjem II, había escondido de los saqueadores de tumbas. Una de ellas, la del faraón más importante, Ramses II.
Sin duda, la dichosa momia tenía tantas vidas como aventuras, pero ese chasquido, las bacterias amenazaban con poner fin a tantos avatares. Por lo que responsables del museo cairota, consultaron a varios grupos de expertos en conservación, y se decidieron por un equipo francés, que tenía todos los medios en tierras galas. Así que por primera vez en muchos años, el rey iba a viajar, de modo que protocolariamente le concedieron un pasaporte. Más de tres mil años después de su muerte, volaría a un París que le rindió todos los honores. ¿Con visado? Lo que a los mortales cuesta transitar por océanos de burocracia conseguir, él, el más poderoso de todos los poderosos, lo lograba en los brazos de una sedente muerte. Gracias a ese equipo, la momia sigue expuesta en el museo del Cairo, donde parece vivir una segunda y plácida vida. ¿O puede que debiéramos decir donde parece morir una segunda y plácida muerte? Lo dejamos al gusto de los lectores.
¿Despertar? No exageraban, pues de pronto, sonó un chasquido y la momia pareció querer levantarse. Huyeron despavoridos por las salas contiguas. No en vano, las leyendas de maldiciones florecían en bocas de todos, y si no, cómo acabaron Howard Carter y Lord Karnavon. Muertos en extrañas circunstancias, o sin la gloria que mereciese. Con todo, era una momia inquieta. Desde que Gastón Maspero le retirase las vendas, no había parado de moverse. Así lo documenta nuestro gran Blasco Ibáñez, bestseller de la época, en su Vuelta al mundo de un periodista. Un colega suyo, Pierre Loti, acompañado del director del museo, el ubicuo Maspero, entraron en la sala donde se hallaba la urna. Solamente ilustres podían realizar la visita. Pues el francés le iba a contar a su amigo, el escritor valenciano, que cuando giraban en torno a la momia: " sin perder su movilidad yacente, levantó una de sus manos, dando una bofetada a la cubierta de cristal".
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La propaganda y la guerra en Qadesh |
Pero por qué "había despertado" otra vez el faraón. Las razones eran claras para sus colegas franceses. Esgrimieron que la urna no era lo suficientemente hermética para evitar la humedad del entorno. Y más de 86 tipos de bacterias, amenazaban con poner término a la plácida eternidad del monarca egipcio. El chasquido había sido la señal de que su deterioro se aceleraba. Hasta su descubrimiento, había estado adormecida en los confines del olvido de Deir el-Bahari, y no se vio comprometida su integridad, gracias a la sequedad del entorno desértico y por el famoso natrón. Recordamos en esta entrada las vicisitudes de Charles Edwin Willbour, otra vez el ubicuo Gaston Maspero y Emile Brugsh en El papiro de arena, que protagonizaron el que quizá sea el descubrimiento más fascinante de la arqueología egipcia, si no estuviese eclipsado por la leyenda y mito de Tutankamón. Decenas de momias de faraones que un sacerdote, Pinedjem II, había escondido de los saqueadores de tumbas. Una de ellas, la del faraón más importante, Ramses II.
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El presidente George Pompidu, una leyenda de la política francesa. |
Sin duda, la dichosa momia tenía tantas vidas como aventuras, pero ese chasquido, las bacterias amenazaban con poner fin a tantos avatares. Por lo que responsables del museo cairota, consultaron a varios grupos de expertos en conservación, y se decidieron por un equipo francés, que tenía todos los medios en tierras galas. Así que por primera vez en muchos años, el rey iba a viajar, de modo que protocolariamente le concedieron un pasaporte. Más de tres mil años después de su muerte, volaría a un París que le rindió todos los honores. ¿Con visado? Lo que a los mortales cuesta transitar por océanos de burocracia conseguir, él, el más poderoso de todos los poderosos, lo lograba en los brazos de una sedente muerte. Gracias a ese equipo, la momia sigue expuesta en el museo del Cairo, donde parece vivir una segunda y plácida vida. ¿O puede que debiéramos decir donde parece morir una segunda y plácida muerte? Lo dejamos al gusto de los lectores.
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