La muerte
ronda por sus ojos, que titilan desdicha y una suerte de sueños góticos. Una mirada que como sabemos, flota por el más allá, como sus relatos en los que el dolor y la locura van unidos. Vierte entonces unos versos desesperados, el último poema completo, que escribe el eximio escritor, Annabel Lee, casi tambaleándose por los efectos de un Baco inmisericorde. Se publicará de manera póstuma. Sin embargo, ¿quién es ella, quién fue Annabel Lee? ¿Todas las mujeres o sólo una? Quizá ninguna y todas a la vez.
Averiguamos entonces que la candidata más probable fuese su prima, Virginia Eliza Clemm, con la que se había casado siendo ella una niña (13 años) y que la tuberculosis le arrebató cruelmente. Resuenan conociendo su historia, las interpelaciones continuas del poeta a su pequeña amada.
Cuántas maldades y fisgoneos había despertado aquella extraña unión. Poe provenía de una de las familias de rancio abolengo de Baltimore. Su abuelo materno fue un gran militar que formó parte del Estado Mayor del General Lafayette durante la Guerra de la Independencia. Aunque no eran tan infrecuentes las uniones de primos en aquella época, aseguraban en los mentideros de la ciudad, que los contrayentes no habían llegado a consumar, por el carácter de sabio excéntrico de Edgard, que evocaba con la tinta de su pluma, muy extraños mundos, pero que no se atrevió a desvirgar a la muchacha. - Ella es demasiado joven, y él está en las nubes casi siempre.
- Quizá sea un ser asexuado. Más preocupado por escribir e impartir sus conferencias.
Allí iban los dos, encorvado él, con las ojeras del alcohol. Para hacer efectiva su unión "a los ojos de Dios" habían engañado a los hombres con la edad de Virginia, que como casi todas las muchachas de la época, con su cara de porcelana y el brillo pícaro de sus ojos, aparentaba más años. Con los resquicios de duda, que bordeaban en los belfos del padre presbiteriano, selló aquel matrimonio, y unió sus destinos por menos tiempo del deseado por Edgar, que desde la desaparición de su esposa a los veinticuatro años, revivió la obsesión en sus relatos y poemas, por una muerte prematura de sus protagonistas femeninas. Como su querida Virginia.
Así, llegamos a los días que compone Edgard Allan Poe el famoso poema. Se conduce sin rumbo, no es capaz de acabar composición alguna, y ebrio busca la quimera de publicar en alguna de las revistas, que le han cerrado las puertas. Su madre, la otra mujer de su vida, a la que le unieron muy estrechos vínculos, se mueve para que se le abran las puertas de nuevo a ese talento adelantado a su tiempo. La moral y la ética de aquel período iba a chocar no pocas veces con él. Es demasiado genial. Algunos editores lo saben, y están tentados pese a los críticos que azuzan todos los espantajos contra Poe, de publicarle algún escrito. Lo que quizá le reporte un dinero para una estabilidad necesaria. Fantasear en su estado. En aquel instante, se mete entre el bullicio de un candidato político, que arrastra a una multitud, gracias a a una orquesta que se encarama a ritmos imposibles, y que atrae a los votantes como el Flautista de Hamelin. Edgard contempla a los sonados prosélitos.
- Todavía puedo publicar.- Se dice a sí mismo. Sin embargo, su informalidad, saltándose garbosamente cualquier cierre de edición le van a postergar. Y al cabo de unas horas, aparecerá en Baltimore delirando en una calle, con ropas que no son las suyas. Se le traslada al hospital, donde sigue en estado inconsciente. El enorme Julio Cortázar, traductor de su obra al español, contaba que murió profiriendo "¡Qué Dios ayude a mi pobre alma!". Su aparición en Baltimore, inesperada, las causas de su muerte, lo más probable que por culpa del alcohol y ese vértigo autodestructivo. Cuando parecía que su vida se volvía a encauzar gracias a su amor de infancia, Sarah Helen Whitman que había aceptado casarse si el gran autor abandonaba los malos vicios, que a la postre habrán de costarle la vida. Quizá como alguno de sus personajes y de sus relatos, le fuese imposible escapar del horror.
Inevitablemente, los versos de Edgard Allan Poe suenan en nuestra memoria con los arreglos y los acordes de Radio Futura. En nuestra ignorancia de entonces, abundamos ciegamente en unas pesquisas, que nos hicieron suponer que sería alguna chica conocida por su cantante, Santiago Auserón. Pero llegó la universidad, el metro que zigzagueaba como un topo, y aquella recopilación de la narrativa del famoso autor americano, que permitieron que las capas de misterio fueran cayendo por sí solas. El Cuervo, Los asesinatos de la calle Morgue, ese adoquín que todavía pulula por mi casa, con las hojas amarilleadas, y que convertía cada viaje por el suburbano, en un tránsito, afortunadamente efímero, al otro mundo. ¿Y nos tuvimos que preguntar a quién amaba Poe, que se había convertido en la envidia de serafines y querubines?
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De su puño y letra, Annabel Lee. |
Averiguamos entonces que la candidata más probable fuese su prima, Virginia Eliza Clemm, con la que se había casado siendo ella una niña (13 años) y que la tuberculosis le arrebató cruelmente. Resuenan conociendo su historia, las interpelaciones continuas del poeta a su pequeña amada.
Cuántas maldades y fisgoneos había despertado aquella extraña unión. Poe provenía de una de las familias de rancio abolengo de Baltimore. Su abuelo materno fue un gran militar que formó parte del Estado Mayor del General Lafayette durante la Guerra de la Independencia. Aunque no eran tan infrecuentes las uniones de primos en aquella época, aseguraban en los mentideros de la ciudad, que los contrayentes no habían llegado a consumar, por el carácter de sabio excéntrico de Edgard, que evocaba con la tinta de su pluma, muy extraños mundos, pero que no se atrevió a desvirgar a la muchacha. - Ella es demasiado joven, y él está en las nubes casi siempre.
- Quizá sea un ser asexuado. Más preocupado por escribir e impartir sus conferencias.
Allí iban los dos, encorvado él, con las ojeras del alcohol. Para hacer efectiva su unión "a los ojos de Dios" habían engañado a los hombres con la edad de Virginia, que como casi todas las muchachas de la época, con su cara de porcelana y el brillo pícaro de sus ojos, aparentaba más años. Con los resquicios de duda, que bordeaban en los belfos del padre presbiteriano, selló aquel matrimonio, y unió sus destinos por menos tiempo del deseado por Edgar, que desde la desaparición de su esposa a los veinticuatro años, revivió la obsesión en sus relatos y poemas, por una muerte prematura de sus protagonistas femeninas. Como su querida Virginia.
Así, llegamos a los días que compone Edgard Allan Poe el famoso poema. Se conduce sin rumbo, no es capaz de acabar composición alguna, y ebrio busca la quimera de publicar en alguna de las revistas, que le han cerrado las puertas. Su madre, la otra mujer de su vida, a la que le unieron muy estrechos vínculos, se mueve para que se le abran las puertas de nuevo a ese talento adelantado a su tiempo. La moral y la ética de aquel período iba a chocar no pocas veces con él. Es demasiado genial. Algunos editores lo saben, y están tentados pese a los críticos que azuzan todos los espantajos contra Poe, de publicarle algún escrito. Lo que quizá le reporte un dinero para una estabilidad necesaria. Fantasear en su estado. En aquel instante, se mete entre el bullicio de un candidato político, que arrastra a una multitud, gracias a a una orquesta que se encarama a ritmos imposibles, y que atrae a los votantes como el Flautista de Hamelin. Edgard contempla a los sonados prosélitos.
- Todavía puedo publicar.- Se dice a sí mismo. Sin embargo, su informalidad, saltándose garbosamente cualquier cierre de edición le van a postergar. Y al cabo de unas horas, aparecerá en Baltimore delirando en una calle, con ropas que no son las suyas. Se le traslada al hospital, donde sigue en estado inconsciente. El enorme Julio Cortázar, traductor de su obra al español, contaba que murió profiriendo "¡Qué Dios ayude a mi pobre alma!". Su aparición en Baltimore, inesperada, las causas de su muerte, lo más probable que por culpa del alcohol y ese vértigo autodestructivo. Cuando parecía que su vida se volvía a encauzar gracias a su amor de infancia, Sarah Helen Whitman que había aceptado casarse si el gran autor abandonaba los malos vicios, que a la postre habrán de costarle la vida. Quizá como alguno de sus personajes y de sus relatos, le fuese imposible escapar del horror.
¿Qué quedó del amor de Virginia/Annabel Lee y de Edgard Allan Poe? Gracias al poema vive en nosotros, como uno de esos amores ajenos a las habladurías, y que irradian pureza.
Hola, te comento que esta traducción que has puesto tiene derechos de autor y actualmente se está confeccionando un libro con ella que en breve va a ser publicado. Por favor si no te importa...¿podrías nombrar a la revista Rock TheBestMusic y el autor de la traducción si quierers mantener el post?
ResponderEliminarMuchas Gracias
Sí, sin ningún problema. Disculpe desconocía que estuviese sujeta a derechos de autor.No caí en que ls traducción pudiese ser más moderna. Consigno la referencia, y le pido disculpas de nuevo.
EliminarHe retirado todo el poema, al desconocer la autoria de la traducción. Espero haber satisfecho su demanda.
ResponderEliminarMuchas gracias por atenderme.
ResponderEliminarMe parece bien sí...
gracias otra vez