U na noche con nubes recelosas, moviéndose entre una luna que parecía apocada, allí agazapada en lo alto. ¡Qué miedo! Hasta para un hombretón como el señor Charles Edwin Wilbour , cincuentón que se salía de la media en altura y que por el perímetro de sus bíceps, espantaba al más osado. Pero aquel paraje resultaba desolador. Se giró con las barbas luengas y canas que le caracterizaron. ¡No había nadie! ¿Le habrían engañado? A pesar de sus recelos, llegó su cita con cara de congoja. Un tal Ahmed Abd el-Rassul , capital en nuestra historia. Aunque antes de adentrarnos en aquella noche misteriosa, hagamos un pequeño recuento de las peripecias del señor Wilbour. Desde que su empresa papelera entrase en dificultades, decidió partir para cumplir con algunos de sus sueños, que había pergeñado de bien mozo. Corría el año 1872. Así, en su periplo europeo, contactó con uno de los más notables egiptólogos de su tiempo, Gaston Maspero , al que acompañó en varias expediciones a...
Un viaje por la historia y la cultura