Una
bala de sauco, que se retrepa en su tripa. El soldado de destino funesto se
tumba agotado, y sus retinas unas cornalinas que dejaron de brillar testimonian que al sargento mayor de los Zuavos, se le ha escapado la vida. Lleva la guerrera tinta de sangre, le ha mudado el color, de rozagante a blanquecino. Pero el finado todo lo había aprendido a
una velocidad endiablada en sus escasos veintiocho años. Casi premonitorio de
un final trágico, desarrolló una carrera pictórica en poca más de ocho años. Para cuando se enroló en el ejército, Frédéric Bazille se había convertido en un maestro, de un movimiento que todavía no había nacido. No en vano, corrió mucho de ese París nocturno y dorado. Perdido en los brazos de mujeres de mal vivir, unas Shivas que no se arredraban por mucho que entonasen las muchachas que Bazille expondrá en el Salón del Louvre, y el implicado lo negase. - Qué digan lo que quieran los nuevos, pero el Louvre siempre seguirá siendo el Louvre.- Aseveran los expertos, ante unas corrientes excéntricas a los gustos académicos y que arrastran a las masas, ansiosas de novedad. Esa fiebre, se hace más notoria tras la muerte de Bazille.
Porque de la derrota de Sedán (1870) emerge una Francia caótica, que otea en África su futuro, y rebusca en lo nuevo un efluvio distinto con el cual inspirarse. Surgen corrientes artísticas también como el Impresionismo, que se contraponen con el conservadurismo representado por el Salón del Louvre. Para los conservadores la clamorosa derrota habría de producirse por la carencia de valores patrios. Para nuestra historia, Bazille, con tan temprana muerte cae en un inefable olvido, ni siquiera es considerado un impresionista. Es verdad que la primera exposición del grupo tiene lugar cuatro años después de su muerte, en 1874, en la Rúa de los Capuchinos parisina. Como sabemos, el cuadro número 98, Impresiones al sol de Claude Monet, iba a dar nombre al grupo; eso y la perspicacia de un periodista de talante conservador, Luois Leroy, que abomina esos movimientos que aventaban la forma por el placer de hacerlo y es en esta actitud, en la que muchos de estos pensadores, creen que radica el mal de la patria ( en El Azogue recordamos en una entrada este episodio ) . El salirse de la norma, frente a un prusiano que se conduce al unísono entre la muchedumbre, esto nos valió la derrota.
Será el historiador de arte, Roger Max, el que rescatará al genio del sueño de los justos, y escogerá dos de sus pinturas para la Exposición Universal de París de 1900. Pero Fréderic Bazille nunca se habrá ido entre la camarilla de pintores impresionistas. Corren los años sesenta del siglo XIX, y Manet, Renoir y sobre todo Monet, los que se reúnen en alegre albórbola, con el fin de rendir el mundo con su arte nuevo, los que van a guardar un tierno recuerdo de su compañero de anhelos.Bazille era uno más de ellos. En los atelier de tan grandes y jocundos artistas, luce El almuerzo en la hierba, de Manet que escandalizará a la buena sociedad parisina por su escena sicalíptica, y se considera precursor de ese nuevo estilo, que se intuye entre las brumas pero que aún no ha llegado. Allí estaba y estará nuestro Frédéric, aunque la muerte prematura trunque una carrera de un pintor, que con veintipocos años, había logrado no obstante la cima de una madurez increíble. Muchos críticos piensan que Bazille es mucho más que una llamada al pie de la página de un libro de arte, y lo incluyen en ese grupo, desde los años veinte del pasado siglo. Con todo, es en los años sesenta, cuando comienza una fiebre en Estados Unidos por sus cuadros. Una década antes, salen de su ámbito más local, Montpellier, y se comienza a conocer una obra que ronda los sesenta cuadros de producción, que conquistan el mundo. Qué sorpresa, un maestro desconocido del Impresionismo, que siempre estuvo allí y que merece por su deliciosa maestría, figurar en los anales de un grupo que cambió el arte. Monet le evocaba como el " dulce Bazille", que las mataba callando.
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El infeliz Bazille, al que una bala nos privó
de su talento en un autorretrato.
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Porque de la derrota de Sedán (1870) emerge una Francia caótica, que otea en África su futuro, y rebusca en lo nuevo un efluvio distinto con el cual inspirarse. Surgen corrientes artísticas también como el Impresionismo, que se contraponen con el conservadurismo representado por el Salón del Louvre. Para los conservadores la clamorosa derrota habría de producirse por la carencia de valores patrios. Para nuestra historia, Bazille, con tan temprana muerte cae en un inefable olvido, ni siquiera es considerado un impresionista. Es verdad que la primera exposición del grupo tiene lugar cuatro años después de su muerte, en 1874, en la Rúa de los Capuchinos parisina. Como sabemos, el cuadro número 98, Impresiones al sol de Claude Monet, iba a dar nombre al grupo; eso y la perspicacia de un periodista de talante conservador, Luois Leroy, que abomina esos movimientos que aventaban la forma por el placer de hacerlo y es en esta actitud, en la que muchos de estos pensadores, creen que radica el mal de la patria ( en El Azogue recordamos en una entrada este episodio ) . El salirse de la norma, frente a un prusiano que se conduce al unísono entre la muchedumbre, esto nos valió la derrota.
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Von Bismarck y Napoleón III, los contendientes de la Batalla de
Sedan.
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Será el historiador de arte, Roger Max, el que rescatará al genio del sueño de los justos, y escogerá dos de sus pinturas para la Exposición Universal de París de 1900. Pero Fréderic Bazille nunca se habrá ido entre la camarilla de pintores impresionistas. Corren los años sesenta del siglo XIX, y Manet, Renoir y sobre todo Monet, los que se reúnen en alegre albórbola, con el fin de rendir el mundo con su arte nuevo, los que van a guardar un tierno recuerdo de su compañero de anhelos.Bazille era uno más de ellos. En los atelier de tan grandes y jocundos artistas, luce El almuerzo en la hierba, de Manet que escandalizará a la buena sociedad parisina por su escena sicalíptica, y se considera precursor de ese nuevo estilo, que se intuye entre las brumas pero que aún no ha llegado. Allí estaba y estará nuestro Frédéric, aunque la muerte prematura trunque una carrera de un pintor, que con veintipocos años, había logrado no obstante la cima de una madurez increíble. Muchos críticos piensan que Bazille es mucho más que una llamada al pie de la página de un libro de arte, y lo incluyen en ese grupo, desde los años veinte del pasado siglo. Con todo, es en los años sesenta, cuando comienza una fiebre en Estados Unidos por sus cuadros. Una década antes, salen de su ámbito más local, Montpellier, y se comienza a conocer una obra que ronda los sesenta cuadros de producción, que conquistan el mundo. Qué sorpresa, un maestro desconocido del Impresionismo, que siempre estuvo allí y que merece por su deliciosa maestría, figurar en los anales de un grupo que cambió el arte. Monet le evocaba como el " dulce Bazille", que las mataba callando.
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El famoso almuerzo en la hierba |
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