Lo
reconozco, uno de los pasajes de la historia del arte más desternillantes que
he leído, salió de la pluma inefable del
articulista Luois Leroy. Un periodista de edad madura, ocurrente, barba
fosca y con algunas hebras canosas. Tenía unos descuidados anteojos mancillados
por sus propios dedos, y sin embargo siempre iba con un perfecto terno y una
corbata de lazo (de trébol como se decía en la época, para espantar a las parcas y
que pasasen de largo). En sus años mozos había perdido el tren de la bohemia,
cuando con maña abordaba algunos retratos, pero le fallaban aquellas últimas
pinceladas que avivaban los elementos de
un lienzo, para que buscasen en el observador un átomo de sorpresa. Era uno más
de la legión de pintores que pastueños dominaban el catón de esteticismo
clásico. Como artista frustrado y algunas nociones de arte, le fue encomendada la tarea de realizar las crónicas relacionadas con
el ámbito de las musas en su rotativo, Le Charivari. Tampoco desdeñaba otros predios del periodismo con su
acerada y grandilocuente lengua, como el reporterismo político o social (los
ecos de sociedad más desprovistos de la vulgaridad actual). De ánimo
aventurero, en el lector todavía estaban muy frescos sus reportajes de la Guerra
francoprusiana de 1870, durante la cual, el baqueteado periodista se movía ágilmente
entre los montículos provocados por los cañones germanos.
En
tiempos de paz, el plumilla se dejaba caer en busca de una
historia por cualquiera de los cafés parisinos donde se apelotonaban las sagas
de escritores y artistas, que bullían en el infiernillo de la creatividad. En
la lontananza, con la caña ( metafórica y de pescar) y los ojos aviesos,
observaba el remolino de imágenes que como un espectáculo se
desarrollaba delante de sus narices, para enseguida verter el hato de sus
experiencias vespertinas, que tomaban ineluctablemente la forma de una crónica. Se había convertido en un lugar común, encontrarse con sus guantes y su
sombrero reposando en la misma mesa de siempre mientras barbotaba para sí las
primeras líneas del artículo. Solo en medio del bullicio que le era tan
inspirador y donde únicamente era posible aprehender fragmentos de
conversaciones, comenzaba a mojar la pluma con los párpados abombados de tedio.
En el café aparte de las cuestiones y reglas artísticas y literarias, los tertulianos chillaban a voz en
cuello sobre lo escandaloso que llegaba a ser la decadencia que se había
instalado en todos los órdenes de la vida francesa desde la derrota de Sedán.
Los patriotas más enfervorecidos agitaban sus gargantas clamando venganza u oteando
como lenitivo a África, hacia la cual cabía proyectar todas las frustraciones
nacionalistas.
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Primer cartel expositivo Impresionista (fuente Wikipedia) |
Luego
vendría el episodio de Fachoda, que estaría a punto de provocar una guerra
anglofrancesa, en pleno corazón del continente africano, si bien sería
adelantarnos demasiado a nuestra historia. El caso es que muchos desalientos
golpeaban a la conciencia de nuestros vecinos chovinistas, que por aquella
época, como si los males no viniesen solos, también se vieron flagelados por otros
escándalos financiero políticos. La derrota en Sedán se analizaba desde una
clave moral, por supuesto había sido una consecuencia de la ausencia de ética y
valores que galvanizasen el alma de la patria gala. Había estancias herméticas
a lo Bernarda Alba, que apelando a los eternos valores patrios, no dejaban que penetrase ninguna de las influencias
o revoluciones que alentaban los visionarios, entre ellos, los futuros Impresionistas. Así hubo
un grupo de pintores que cansados de las instituciones esclerotizadas como el Salón
oficial del Louvre, habían decidido crear una sociedad anónima cooperativa ,
que aventase las normas, que había que cumplimentar para exponer
en dicho salón oficial.
Corría
el año 1874, y Luois Leroy se sacó de la chistera a un tal Joseph Vincent. Usó
una técnica narrativa que definen algunos expertos literarios como de espejo,
esto es, se inventa un personaje sarcástico y con él se llega con trancos
cortos a la sala Bulevar de los Capuchinos 35, esquina con calle Daunou, donde exponía por primera vez una
sociedad a camino del interés burgués y de la revolución. Curiosa amalgama que
aunaba la institución capitalista por excelencia, la sociedad, y el anhelo de conculcar todas y cada una de las
severas normas del clasicismo predominante en el Salón del Louvre. (tenemos un hermoso cuadro de Claude Monet que
presenta el rebullir de gentes por esta indómita avenida del París de 1873 y que nos puede dar una idea del Bulevar de los Capuchinos de la época). Estamos hablando en realidad pese a toda esta faramalla de términos empresariales, de la primera exposición de los Impresionistas.
Joseph
Vincent inveterado e imaginario profesor de arte, que no puede callar sus ominosas
ocurrencias a propósito de la incalificable exposición, va soltando perlas
fruto de su elocuencia y sabiduría. Se tropiezan con un cuadro de Renoir, y se
azora por el despropósito del que intuyen que sabe dibujar pero que desperdicia
sus habilidades para perpetrar un ataque en toda la regla a las formas y
contenidos, al color y cualquier mínimo sentido común que difumina definitivamente su encomiable pero fallida bailarina. Van
discurriendo por las salas y rellanos con ojos ahítos de incredulidad, y Leroy que sabe de lo lenguaraz que es
su amigo invisible, le pincha y le deja que vaya enjuiciando calmoso cada una de los lienzos.
Hasta que se topan con el famoso cuadro n º 98 del maestro Monet, Impresión,
soleil levant, que jugando con las palabras del título llevan al articulista al
hallazgo casual, que servirá a la postre para conocer al movimiento Impresionista. Son las
impresiones del sol, que embriagan al Papá Vincent, que observa estos cuadros
como criaturitas suyas, aunque de una forma despectiva y nada sutil. Le parecerá que el susodicho número 98 de los despropósitos, tiene el mismo acabado que el papel pintado de pared. Una marina donde la forma
no llega a la calidad ni de lejos de la técnica sfumato ( esto es sarcasmo de mi cosecha, no de Papá Vincent).
Pero Francia empieza a romper amarras con su claustrofóbico pasado y si bien, en la política apenas se presentan cambios, el mundo del arte se va alejando del halo de lo convencional. Años atrás había dado pasos decisivos, cuando el Desayuno en la hierba había escandalizado a las mentes más tradicionales. Arrumbaban con esta exposición el funesto legado de la guerra, que se había cobrado su tributo entre los artistas ( al tierno pintor impresionista Bazzille el plomo del campo de batalla le condujo a la muerte) para abrir las puertas a un esplendoroso futuro. A mi me encantan los impresionistas, sus cuadros y sus juegos de luces te cautivan para que tu cerebro recree con sus pinceladas sutiles formas enteras, repletas de belleza. Son una estupenda experiencia que fuerzan al espectador a abandonar su molicie, frente al realismo perseverante en el arte, que empieza a vivir los últimos días de su reinado. Habrá pintores realistas, pero como en otras manifestaciones artísticas de otra índole, v.g. las formas o la métrica de la poesía, dejan de ser un mandamiento sacralizado.
Pero Francia empieza a romper amarras con su claustrofóbico pasado y si bien, en la política apenas se presentan cambios, el mundo del arte se va alejando del halo de lo convencional. Años atrás había dado pasos decisivos, cuando el Desayuno en la hierba había escandalizado a las mentes más tradicionales. Arrumbaban con esta exposición el funesto legado de la guerra, que se había cobrado su tributo entre los artistas ( al tierno pintor impresionista Bazzille el plomo del campo de batalla le condujo a la muerte) para abrir las puertas a un esplendoroso futuro. A mi me encantan los impresionistas, sus cuadros y sus juegos de luces te cautivan para que tu cerebro recree con sus pinceladas sutiles formas enteras, repletas de belleza. Son una estupenda experiencia que fuerzan al espectador a abandonar su molicie, frente al realismo perseverante en el arte, que empieza a vivir los últimos días de su reinado. Habrá pintores realistas, pero como en otras manifestaciones artísticas de otra índole, v.g. las formas o la métrica de la poesía, dejan de ser un mandamiento sacralizado.
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Monet, protagonista involuntario de las invectivas de Leroy |
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