Se
lamen y relamen las heridas. Que si la censura se ha excedido con la tijera, o
se va toda la compañía de bolos, pues las vacas gordas en Madrid se han
acabado. Los cómicos serán recibidos en loor de multitudes como los circos
ambulantes u otras cosas peores que asaltan a los lectores, tal cual, el
mercadeo de la carne. Las camionetas donde se reverencia a las prostitutas de
turné en la España más profunda, una Babilonia móvil en el agro. Los cómicos echarán no obstante de menos El Príncipe o El Comercial, cuando bajada la persiana de la función,
iban al rompeolas de los rumores, los cafés, para saber hasta con una sazón
masoquista, qué se dice de uno. Allí Rafael Rivelles que se enciende los
cigarrillos como nadie cuando se planta en medio del escenario, bebe
pausadamente con una mezcla de indolencia y cansancio. Solitario parece mirar a
ninguna parte. Isabelita Garcés, que tuvo el aura protectora de todo un Arturo
Serrano se mezcla con bohemios, pero se retirará enseguida, para no dar
más pie a las habladurías de una vida disipada.
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¿Dónde está la Membrives? – Pregunta un
despistado sobre la gran dama de la escena a ambos lados del Atlántico, por lo
que la respuesta parece obvia. Si no es aquí, triunfando en Buenos Aires.
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Dalí, innovador de nuestros escenarios.
Detalle, retrato de Federico García Lorca.
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Aparece
Don
Luis
Escobar, un hombre de teatro entonces y siempre, que llegó a nuestra
generación a una edad provecta, con una etiqueta de dandi y aristócrata guasón.
A un lado el bastón rematado por una cabeza de ave, o de Dios egipcio, junto a
su chaqueta de tweed, las piernas cruzadas, son una presentación impecable. Le
recordamos por eso y como el abuelete que estaba siempre de chacota, y con una
popularidad recuperada gracias al gran Berlanga. No en vano, Escobar se
convirtió en uno de los personajes imprescindibles del cineasta, que construyó
al final de su carrera, esos maravillosos retratos corales, que provocaron la
delicia de los espectadores, y los cuales no han perdido por supuesto carga de
actualidad. Todo lo contrario, son cargas de profundidad, donde los
conseguidores de La escopeta nacional, y con grandes como Saza, quedan
perfectamente delimitados y llenos de vigencia.
Sin
embargo, es cuando nos adentramos en la biografía del Marqués de las Marismas,
que afloran las sorpresas. Corrían como decíamos los oscuros años cuarenta, en los que la censura estaba omnipresente, cometiendo
verdaderos disparates y ahondando en una tajadura que había producido la
guerra, con un exilio que nos empobreció. Como apuntaba Torrente Ballester,
pasados los años, no sólo los escritores de entonces habían perdido la
referencia de las generaciones del 98, 14 y 27, sino que eran refractarios a
cualquier influencia del exterior. Proust, censurado. Joyce y su “odisea
pornográfica” (sic) proscrita de nuestras estanterías. Hemingway, y Faulkner a
medias. España se había aislado de cualquier influencia exterior e interior,
como señala Torrente Ballester. No en vano, no estaba menos censurada la
trilogía de La lucha por la vida del enorme Pío Baroja.
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Rivelles y Ladrón de Guevara, una de las sagas artísticas más
exitosas de nuestro país.
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Es conveniente resaltar este hecho, pues es donde navega con mayor claridad la figura de Don Luis Escobar (1). Cuentan las crónicas, que Serrano Suñer, con buen ojo clínico, observó que acabada la guerra, había que construir un relato cultural, que como luego se demostró, se le escaparía de las manos. Y se fijó en Dionisio Ridruejo, que a su vez agrupó a figuras de la talla de Agustín de Foxá, Edgar Neville entre otros. Cómo no, también nuestro Luis Escobar, un joven aristócrata por aquella época, al que se le encomendó la tarea de dirigir el Teatro Nacional María Guerrero. Había hecho algunas incursiones con compañías de teatro amateur, donde debutarían verdaderos mitos de la actuación como Ana Mariscal o José María Seoane. Con tan pobre bagaje, y la enjundia de la labor que le iba a plantear Ridruejo, algunos imaginaron que semejante laberinto y tamaño Minotauro, se comerían a un caballero noble, más acostumbrado a los algodones..
Ocurrió
todo lo contrario, la labor de Escobar asombraría a propios y extraños. El
excelente crítico y testigo de excepción de una de las épocas doradas de
nuestras tablas, Alfredo Marquerie(2), celebró la frescura de aquel joven patricio.
Tanto que escribió: “Sombra grata en el
páramo, oasis en el desierto que nos compensa y reconforta en todos los
padecimientos sufridos en todos estos años de crítica “ Fernando
Vizcaino Casas señala al María Guerrero como uno de los focos de
nuestra cultura que irradiaría modernidad. Y para percatarnos de la osadía del
marqués, que nunca se arredró en su afán por atraer al público, pensemos en el
montaje de Time and the Comways. Una
pieza estrenada en pleno 1942, que escondía entre sus aires folletinescos todo un
alegato pacifista que chirriaba en una España proeje y entusiasmada por los
derroteros de la guerra. Como es de suponer llegaron las quejas airadas y
marciales, pero Don Luis, mundano y alejado de la pompa aristocrática –prefería
el caletre literario- no cedió y puso todo su empeño personal para que las
funciones siguiesen. Vizcaíno Casas evoca aquellas sesiones donde el Madrid
fino y burgués iba a aplaudir unas obras que no entendía. Formaron parte de la
programación del María Guerrero obras tan importantes y sofisticadas como Crimen
perfecto, Los endemoniados, Cóctel party.
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Ridruejo, de portavoz del régimen franquista a
verso libre y promotor de la cultura.
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Por
último y no menos importante de una trayectoria tan brillante, no dejaremos en
el tintero montajes tan memorables, como
el del Tenorio que contó con el arte del genio de Cadaqués, Salvador Dalí, que diseñó el vestuario y los escenarios que sublimaron y renovaron el mito del Don
Juan. Los bocetos que dedicó el catalán, son en sí una joya del arte, con
tinta. Colorido que nos recuerda a la guardia suiza del Vaticano. Y tramoyas
que sorprenden por el vanguardismo, y que conectan con el Kandinsky más
brillante en estos menesteres. Por eso, de vez en cuando, en lugar de quedarnos
con una figura frívola, deberíamos entornar más la mirada al pasado para
conocer de verdad nuestros referentes culturales. Luis Escobar Kirkpatrik es
uno de los grandes no de España, sino del teatro.
(1)
Se ha cargado mucho las tintas sobre el
páramo, que no era tal en la posguerra. Surgirán ejemplos como Cela, Delibes y
tantos otros, que aunque con despego de las corrientes literarios y artísticas
internacionales, crean un caldo literario importante.
(2)
Marquerie, capaz por otra parte de cavar
la fosa de grandes estrellas, cuando disparaba desde su columna de ABC, nos ha
dejado unos frescos de la época impagables.
Un excelente artículo, amigo Sergio, este que le dedicas Luis Escobar, sin duda, una de las grandes figuras de nuestro cine, como también en la de hombre de teatro... Felicidades compañero.
ResponderEliminarUn abrazo!!!
Muchas gracias, maestro. Siempre es importante recordar a estas figuras que fueron capaces de innovar en momentos bastante oscuros de nuestra historia. Un abrazo y seguimos leyendole, que siempre es un placer.
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