Se movían en un poso de percepciones
diferentes. Cuando llegaba a una reunión de poetas, Miguel Hernández con su olor a sudor y polvo, la ropa y zapatos desgastados, Federico García Lorca decía a escondidas y con algo de maldad: "que viene el paleto". Apuraba entonces su café, y movía fingidamente sus pies en un charlestón alocado, que mostraba premura por abandonar el local. - Adiós, Miguel, me tengo que marchar. Tengo muchísima prisa, otro día hablamos.
- Adiós, Don Federico - reponía con cara incrédula el de Orihuela, de no comprender nada.
Sabemos no en vano, que el ánimo aborrascado de Hernández poco se congraciaba con la frivolidad
mundana de Lorca. Es más, a principios de julio de 1936, soplaban en Madrid los céfiros de una guerra que se mascaba en el ambiente, y Vicente
Aleixandre, de cuyos amores nos ocuparemos en otra entrada, organizó
una velada a modo de despedida. Todos eran conscientes de que se asomaban a un abismo desconocido. Pero Aleixandre estaba encantado en el papel de anfitrión en su casa de
Velintonia (que resiste estoicamente los embates del tiempo y la sordina de las
autoridades). Pues allí arqueó sus luengas piernas, en la entrada, para recibir a poetas, artistas, intelectuales y próceres de la cultura, como si se tratase de la última estación a un algo impreciso. Hasta que el poeta granadino se enteró de la llegada del vate de Orihuela. Murmuran los asistentes, que contemplan una escena que parece de cine mudo en la distancia. - Si él viene, yo me marcho - Lorca advierte a Aleixandre. Por muy grata que sea la compañía, si el pudoroso Aleixandre no se deshace de dicho sujeto tan aguafiestas, la flor de alelí, la salsa de todos los saraos, desaparecerá como si fuese el mismísimo Houdini. Un halo de terror recorre la faz de Vicente, que no sabe qué hacer. ¡Tierra trágame!
Pero Miguel Hernández no acabaría en Federico las cuitas con sus colegas. El de
Fuentevaqueros moriría asesinado como sabemos, y en el de Orihuela no quedó un ápice de rencor. Donde iba, lo
homenajeaba como mártir de una causa republicana ( no sabemos si militante, de
lo que duda Luis Buñuel, que debió acabar mal con su compañero de La Resi, por el recuerdo que guarda de él en sus memorias). Pasaron los días, y el Ejército de la
República acumula un buen ramillete de derrotas, a la frase de " nos copan",
con el que se retiran desordenadamente. No obstante, cada vez resisten más. Y
es en Madrid como reza la propaganda, por lo menos durante un tiempo, donde se
encuentra el rompeolas del fascismo. De todas formas, la vida en la ciudad se torna durísima, ya que los habitantes que no han sido evacuados - desoyendo en muchos
casos los consejos de las autoridades, por simple comodidad o por no saber dónde
irse- descubren el fantasma del hambre que ni los discursos de La Pasionaria logran ahuyentar. Ella habla de los nuevos moros- los antiguos los
había pintado Goya y los trajeron los franceses- que volvían a las calles de la
urbe madrileña. El parangón parecía claro, guardando las distancias a pesar de
las consignas de los propagandistas del PCE. El pueblo pelearía contra los moros hoy como
entonces. Aunque la mayor parte de los madrileños sueñe con una jícara de chocolate.
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Un Lorca casi adolescente, que jamás imaginaría los
acontecimientos venideros llenos de tragedia.
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En este
entorno, la Alianza de intelectuales Antifascistas, presidida por Rafael
Alberti, decide organizar una cena muy opípara en honor de los miembros
ilustres que les rinden visita. Miguel Hernández que frecuenta el frente, se
desdobla para acudir a arengar a las tropas, o se patea media ciudad, repleta
de colas cuando la artillería y la aviación enemiga no atacan, no es capaz de
morderse la lengua. Se levanta de la mesa, otea el panorama. Una ola de cabezas insignes. No tiene sentido elevar la voz cuando no todos le llegan a escuchar, por
lo que decide ir a una pizarra donde pontifica que " aquí hay mucha puta y
mucho hijo de puta". Cuentan que María Teresa León, la
bellísima pareja de Alberti, se levantó con el revuelo de sus faldas, que
creció cuando como una hidra, golpeó con un soberano mamporro a Miguel
Hernández. Imaginemos el reverbero de voces, que no se creían lo que habían
visto con sus propios ojos. Con todo, los testimonios de la escena difieren.
Unos testigos cuentan que la hermosa dama tumbó en la lona a nuestro gran vate.
¿Qué más decir de este pugilato entre dos grandes de nuestra literatura?
Pues que este episodio no dejaría de ser un conato de enemistad, sino hubiese acarreado desgracias venideras. Pareció olvidado, aunque pese la hiel todavía en los últimos días de la derrota. Sólo el encargado de negocios de la Embajada de Chile, Carlos Morla Lynch, se preocupa por la salvación de un Hernández contrariado y abandonado a un destino fatal. Morla Lynch con poca fe en el género humano escribe:
“Ha venido a verme esta mañana el poeta chileno comunista
Juvencio Valle, acompañado de Miguel Hernández [...]. El peligro en que se
encuentra es grande y viene a pedirme ‘asilo’ [...]. Querría salir de España,
dan pasaportes a millares, pero naturalmente no a los de edad militar que están
movilizados [...]. Sin embargo, sale todo el que puede hacerlo. Me cuentan que
Alberti, María Teresa León y Santiago Ontañón han salido ya, sin acordarse de
él [de Miguel Hernández]. Así es la vida. Por eso estaban tan tranquilos el
otro día.."
Todos estos detalles los podemos consultar en el magnífico libro de José Luis Ferris 'Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta'. Tenemos una recensión estupenda del mismo en el siguiente enlace.
El encargado de negocios chileno es conocedor de las desavenencias que se palpan en el aire. No se tragan. Alberti que tiene influencias no mueve un hilo para que el poeta pastor como se le conocía entonces, pueda salir de un Madrid, donde su vida se enfrenta a severos peligros. Corría en el calendario el mes de marzo de 1939, y el poeta de la guerra, Hernández, por los marcados dejos belísonos de sus versos, figura en todas las listas de personas más buscadas por el enemigo franquista.
Miguel Hernández no tuvo suerte con las relaciones humanas, su propio padre, además de maltratarle de pequeño porque quería ser poeta, cuando le comunicaron su muerte exclamó que se lo había buscado. Las noticias que ahora nos llegan nos dicen que su origen no era tan humilde y que, desde luego, tenía una formación más sólida de lo que indica su leyenda, aunque en buena parte la forjó en contra de los medios y por sus propias ansias de aprendizaje. El pantalón de pana y las alpargatas los llevaba voluntariamente para sentirse identificado con el pueblo que cada vez más le interesaba. Lorca, en uno de los lunares más groseros que se le recuerden, detestaba su aspecto y puso en más de un aprieto a Vicente Aleixandre para que no le dejara entrar en sus salones. Hay quien afirma que la causa principal era que Miguel, al contrario de lo que pudiera parecer, era una persona de una gran alegría vital, ingeniosa y conversadora, le robaba el protagonismo en las veladas.
ResponderEliminarCon respecto a Alberti creo que hay poco que decir, solo hay que analizar el comportamiento y las convicciones de uno y otro en aquel período terrible. Hernández murió como la gente del pueblo, sin posibilidades de ir al exilio.
Enhorabuena, Sergio, siempre nos traes temas de interés, con un estilo claro que transmite.
Muchas gracias, Francisco Enrique, por comentar. Siempre es apreciada la opinión de un poeta. Miguel Hernández podría haber estudiado el bachillerato con una beca que llamaríamos de excelencia. Entonces recibían otro nombre que no recuerdo. Pero el padre no quiso que se dedicase a venerar las musas; sobre ello hay mucho mito que acrecienta la leyenda del poeta pastor.
ResponderEliminarSí es verdad, que la omisión de Alberti no le deja en buen lugar. No sé si realmente obedeció a algún tipo de vendetta. Pero como había aparecido en una biografía que leí de Miguel Hernández- no la que reseño aquí - creí conveniente traerla a colación. Desconozco los motivos o mejor dicho, no conozco todas las circunstancias, por lo que me resulta difícil juzgar a Don Rafael. Aunque su comportamiento a priori, no parece todo lo edificante que nos gustaría, cuando hablamos de un poeta de su talla .
Hernández, por su parte, reúne todos los ingredientes para hablar de un héroe de la poesía. Su dura prisión, un confesor más preocupado por cuestiones menores que la de salvarle la vida. Y luego su obra, que considero maravillosa. Hasta su producción en el entorno tan cruel de la guerra, que algunos críticos hablan que es de una calidad inferior, nos emocionan y remueven a tantos años vista. Un placer, maestro. Se nota que vive las cuitas de los grandes casi como propias.
Asuntos mundanos que no deben sorprendernos, pues el poeta no deja de ser hombre y carga como los demás, su propia mochila de prejuicios. Interesante e ilustrativo el post, de una época en la que se vivía con intensidad. Con sus luces y sus sombras, la España de entonces tenía grandes intelectuales y literatos.
ResponderEliminarCómo siempre, hundes el dedo en la llaga, Rubén. Es nuestra Edad de Plata, y a pesar de la altura intelectual de sus protagonistas, llena de humanidad para lo bueno y para lo malo.
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