Ir al contenido principal

Quévedo contra Góngora

Salmodiaba en un sesteo infinito, el gran Rafael Alberti a propósito de los vectores que habían inclinado su poesía, y no recelaba como otros autores, de su etapa gongorina. La esplendorosa Generación del 27 había surgido del recuerdo del poeta cordobés, que en nuestros años mozos nos desoló con sus cultismos, hipérbatos y Polifemos, que nos abrumaban. ¿ Alguien se acuerda del Anacreonte, palabra que nos persiguió en nuestras pesadillas más inextricables? El paso del tiempo luego todo lo cura. En el caso del gaditano, no desdeña aquel pasado, pues le ayudaron a recuperar el gusto de las palabras, cultismos, que caerían en desuso en la lengua común, aunque cobraron nuevos aires en sus versos. Esta labor de descubridor de grafemas, ya la mostró posteriormente un ilustre extremeño como Andrés Trapiello, que nos dejó más que enganchados con sus Armas y las letras (1), noqueados. Trapiello afirmaba casi sin resuello - es un conversador profundo y de largas distancias, de ahí que el ripio estuviera a nuestro alcance- que él buscaba palabras que echaba a rodar por las torrenteras de sus páginas, a fin de que los lectores escuchasen su disposición cantarina. Sin embargo, recordando a Don Luis de Góngora, nos viene más a la mente que los tormentosos análisis de texto que nos hizo pasar en Secundaria,  sus finanzas casi siempre exangües.


De Diego Velázquez - AQFzVa7BHaHlNA en el Instituto Cultural de Google resolución máxima, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=22139816
Góngora es considerado un poeta latino, y en su
época hubo escritores que se dedicaron a interpretar
sus insondables metáforas.


Antes de que un rayo de sol poderoso le partiera la cabeza  en una de las maravillosas callejuelas de su Córdoba natal, intentó mantenerse en la primera línea de las letras, si sus deudas se lo permitían ( le dio al pobre una apoplejía ). Azogado podríamos verle recorrer la pina cuesta de la actual calle de Huertas, el famoso Barrio de las Letras de Madrid. De vez en cuando se topaba con Miguel de Cervantes, que altivo le correspondía con una sonrisa cómplice. La adustez de Don Luis espantaba a sus compañeros de profesión, incluso a Lope de Vega, que tenía don de gentes pero que con Góngora se hacía el escurridizo. No obstante, quién se llevaba la palma de sus animadversiones era el chulesco Francisco Quevedo. Qué tenía talento era ocioso decir que era cierto. - Huelga decirlo, pero es un ser tan pagado de si mismo.- Le concedió Góngora con cajas destempladas a su confesor en alusión a Don Francisco.
- Quizá como no vea tres en un burro.- Le reponía entonces dulcemente el padre, intentando contener la rabia que proyectaba Don Luis contra el escritor cojitranco.- No se pare a saludarle.
- ¡Voto a Dios que le odio!
- ¡Calle, calle, por favor, recompórtese!- Una nube de desesperación nublaba la cólera de Luis de Góngora en medio de la sacristía.


De Frederic de Wit y Antonio Marcelli - Servicio de cartografía del Ministerio de Fomento del Estado Español. Biblioteca Nacional de España., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=30939541
Asomémonos a la bruma de un Madrid legendario. Esta tarde, 
Lope de Vega estrena comedia en el Corral de la Cruz. 


A pesar de que le dominaba su carácter austero, la fealdad del escritor madrileño le espantaba; también cómo le daba al soplete. En una de sus letrillas satíricas que vivían ambos como verdaderas afrentas, le había rebautizado como Francisco Québebo. Había pasado sin embargo tiempo, cuando en Valladolid, la capital de España de entonces, sus riñas se convirtieron en la comidilla de la ciudad. Lo que más le fastidiaba de Québebo, era ese animo jocoso que fluía por debajo de su jubón de terciopelo y que le servía para escarnecer a sus adversarios. Si lo pensaba bien, envidiaba aún más esa capacidad de Don Francisco para rebelarse contra lo que creía que era una injusticia, hasta poner su misma vida en riesgo (2). Todos temieron al bufón y genio de Quevedo, capaz de hacerte un traje con la forma de un soneto. Era mejor no cruzarse en uno de sus devastadores ataques ad hominen. No en vano, con veinte años había perpetrado El Buscón que se debe considerar obra picaresca canónica y una novela total.  Sacaba su varita de mago de las letras para encandilar con la verbosidad que le nacía espontáneamente.

De atribuido a Juan van der Hamen - [2], Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27702609
El gran Quevedo, gran genio de nuestras letras, 
un adefesio con una facha cuestionable.

En cambio, Góngora era un volcán interior, nada que ver con su aspecto grave, circunspecto las más de las veces, que le llevaban a responder a las ofensas de forma tarda pero eficiente.Sus sátiras sobre personajes públicos también le iban a causar no pocos problemas. Con todo, su rivalidad llegó a los últimos extremos de lo razonable, un encono sin cura hasta derruir al rival. Contaban en los mentideros de la época que el cordobés andaba muy mal de deudas, que era muy mal pagador. Viajemos seguidamente a ellos, para conocer qué se hablaba de los dos enemigos íntimos.

- Siempre ha administrado pésimamente sus dineros.- Afirmó un caballero italiano de porte egregio, llamado Cavalcanti, que venía de su Nápoles natal a probar suerte en la corte de Madrid. Sólo había conseguido pese a su mucha porfía, un puesto de recaudador de impuestos, como su idolatrado Cervantes. Ojalá se encontrase con él, algo muy posible si rondaba por la Plaza de Santa Ana.

- ¿Y tú cómo lo sabes?- Le preguntó un narcisista segoviano de muy buena facha. Rodrigo de Ituero se hizo llamar.- No me creo nada de lo que vayas a contarme, caballero.  
- Ven acércate, pues sé mucho más.- Le susurró el resto.- Estaba tan ahogado el casero con las faltas de pago del poeta cordobés, que siempre se presentaba con demoras, que un día vino a tentarlo el diablo, bueno, en realidad un hombre que se tapaba el rostro con una capa.
- ¿No me digas? ¿Quién era?- Había logrado intrigar a su interlocutor, al que le pidió algo más de discreción.
- Ese hombre era Quevedo, que quería comprar las deudas del señor de Góngora.
-Será la casa.
-Pues eso.
- Ves como te dije que el señor Quevedo no era tan malvado.
- No, mucho peor.- Esbozó una risa triunfadora el caballero Cavalcanti.
- No te inventes las cosas, que te conozco, napolitano.
- Es pura verdad. El bardo madrileño le había comprado la deuda o la casa como tú dices, para desalojar al cordobés.
- Madre de Dios si estás en lo cierto.
- En lo ciertísimo, Rodrigo de Ituero, como que soy un hidalgo napolitano. O que me muera aquí mismo.

Esa es la historia de una rivalidad, y de una maldad que llegó a ser proverbial en un magnífico escritor como Quevedo, del que Don Camilo José Cela dijo que era el más completo escriba de la historia de la literatura en español. Cesar Antonio Molina nos hace viajar a aquellas disputas en este artículo, con mucho encanto literario. Ingenio no les faltaba a sendos creadores, y estaba en concordancia con un carácter redomadamente malvado, más en el caso de Don Francisco. Podríamos hablar de un "lanzamiento" muy literario. No confundir con la publicación de la obra. Les dejamos como corolario a esta desgraciada historia de enemistades pasadas a fuego y letras, esta página  con la que recrearse con estas batallas dialécticas.    

(1) El más fascinante prontuario que se haya hecho de una estupenda miríada de escritores, sobre los cuales se cernieron las parcas de la Guerra Civil española. En su recorrido apenas se deja casi ninguno en el tintero. En el lado nacional que se decía entonces, hubo plumas excelsas, a los que sus astracanadas en política eclipsó un talento literario innegable y que se ha recuperado para las generaciones presentes. Trapiello hace caso omiso de las etiquetas absurdas de escritor "fascista".

(2). Los escarceos políticos de Quevedo se saldaron con destierros, uno de ellos en el precioso antiguo Convento de San Marcos de León, actualmente Parador nacional

Comentarios

  1. Genialmente contada, amigo Sergio, esa conocida rivalidad entre los dos genios, dos grandes animales de la literatura escrita en castellano... Felicidades, amigo, por esa pluma tuya que hoy nos los ofrece casi en gayumbos...
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, este elogio vale doble por la valía del que me obsequia inmerecidamente. Esta entrada fue como un retorno a mis años de bachillerato, cuando un compañero que llevaba quevedos, precisamente, y pinta de empollón, me recomendó una novela en la que se narraban las cuitas y las disputas de estos dos grandes genios de nuestra literatura.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Sociedad de la Niebla

C asi en la noche de los tiempos La vuelta al mundo en ochenta días , nos metió los demonios de las prisas y el encanto de viajar por el mundo. De la tierra a la luna , mi preferida, había avanzado más de un siglo la posibilidad de que el hombre hollase nuestro satélite. Muchos científicos se frotan todavía los ojos por lo próximos que estuvieron sus cálculos ¿Cómo lo hizo? Se preguntan sesudos.  Con todo, Julio Verne lucía esquinado en mis anaqueles, cuando Manuel Ontiveros me sacó del amodorramiento. - ¿Nunca te has preguntado por qué se adelantó tanto a su tiempo? - Señaló jubiloso a la parte más arrumbada de mi librería, a los ejemplares de Verne. -           Tenía una imaginación proverbial. -           Podría ser.-   me dijo enigmático Manuel, que parpadeó gozoso porque todavía me tenía enganchado con el misterio sobrevenido.- Pero podría ser por otra cosa. En Veinte mil leguas se adelantó a la invención del submarino ¿ Tampoco te lo has preguntado,

Los comienzos del más grande

E l micrófono valorado en más de un millón de dólares>> secretaba el televisor, que se hacía eco de un reportaje dedicado a un  cantante muy famoso. Nosotros en el duermevela de la siesta, alzamos atraídos por la noticia un párpado, para que se nos revelasen  las formas del instrumento, pero apareció aquel bulto envejecido. Antaño había producido la dicha en millones de sus seguidoras y  tuvo en el hito del Teatro Paramount , una de sus paradas en el camino de la fama. Aquella noche en cambio, el fenómeno iba a actuar en el Santiago Bernabéu . A todos los italianos les brillaba una sonrisa al escuchar su nombre, pues a pesar de los esfuerzos de su madre, una genovesa que según la leyenda renegaba de su orígenes, Frank Sinatra nunca renunció a aquellas amistades de barrio y a otras más comprometidas y menos recomendables ( Salvatore Giancana , mafioso que controlaba el ocio nocturno en varias ciudades, entre otros).    Al fin y al cabo, Frankie era un medio italiano

El anillo de Valentino

H ace mucho tiempo había escuchado una historia sobre la muerte de Rodolfo Valentino,  que nos inquietó. Danzaban las luces de las linternas en nuestros rostros por un inoportuno corte de luz que había provocado un huracán, de las decenas que habíamos soportado en Cayo Largo en los últimos años. - Era el ídolo de vuestra abuela, y cuentan que hubo muchos suicidios entre sus admiradoras, tras conocerse su muerte. En los reportajes de la época, unos camisas negras quisieron hacer los honores al féretro, pero los contrarios se opusieron, por lo que se armó una gran trifulca.  El gran Rodolfo Valentino en plena ola de éxito. -           ¿Unos camisas negras, tío? – Pregunté con mis ojos abismados en el miedo más absoluto. El huracán y esos espantajos del pasado, tan presentes en aquella estancia.  -           Sí, de Mussolini, pero no murió de una peritonitis.- Nuestro tío acrecentó el misterio con las cejas arqueadas. – O sí, pero provocado por un anillo.  Cuentan que