- ¡ Qué te peguen un tiro por la espalda! - A un joven pudoroso como Juan, las admoniciones flamígeras de los mayores,
se le habían grabado en la mente. Una abuela que tras unas ranuras llorosas gemía maldiciones que
hurgaban muy profundo en el espíritu del joven, que por aquellas fechas tenía muchos rasguños, para ser
inmaculado. Entonces el pequeño de la familia se alejaba con
pisadas inseguras, vaporosas para la calima de Apulco.
Parajes incendiados, llenos de barranqueras sacadas de los avernos de Dante, y que para Harold
Bloom, el crítico omnipresente, son un protagonista más y el espinazo de la narración de Juan
Rulfo, en el archiconocido prontuario de cuentos Llano en
llamas (1). Pero sería adelantarnos en el
tiempo, porque el hombre que había retornado de Ciudad de Méjico,
reconoció que el miedo había alentado de forma sincera las palabras de la
vieja, que lacayuna imploraba para que su nieto jamás se confiase y
guardase sus espaldas- ¡Tu abuelo y tu padre no se pudieron librar de nuestro
destino cruel! - El estupor crispaba seguidamente los gestos de
un Rulfo que frisaba casi los treintaitrés años malditos. Su padre y
su abuelo habían muerto a esa edad, de un tiro en la espalda. -
¡Porque las mujeres en esta familia, nos tuvimos que acostumbrar a
caminar solas! - Todavía recordaba algunos años después las palabras de la abuela muerta, mientras discurría por un macadán malogrado, en pos del Tío Celerino. Se lanzó decididamente gozoso a buscar la inspiración, aun a riesgo de recibir plomo por la espalda como cobro a su curiosidad.
En repetidas ocasiones, el escritor azteca se quejó del peso de la tradición familiar,
que arracimó una buena porción de nombres en su partida civil,
en honor a todos sus antepasados. Juan Nepomuceno Carlos....¡ Aún así, arracimar era uno de sus verbos preferidos! Por otra parte, si le dejaban explayarse,
asolaba a la muchacha de turno con la que compartía café en la universidad, con las batallitas de un tal Juan de Rulfo, un ascendiente que había combatido con los realistas en
el siglo XVIII.- ¡Otro pendejo mejicano que repudia a los españoles
y luego busca antepasados nobles!- mascullaría la enamorada, poco
halagada con los aires de grandeza de un tipo de porte patricio,
pero que le aburría enormemente con sus cuentos de Maricastaña sobre su extirpe. Tras vender neumáticos o ejercer de
responsable de inmigración, Juan se había labrado una pequeña fortuna por lo que decidió aventurarse en el mundo de la fabulación. En parte explicaba las razones por las que se hallaba en el dédalo de casuchas de adobe, medio derruidas de su Jalisco natal. Parecía trasplantado con su terno impoluto, mareado en medio de aquellas calles torcidas y pinas, donde buscaba desolado a las musas.
¿ A los de Sayula les habría sorprendido menos si aquel cuarentón llevase escafandra? Lo dudamos. A continuación, Juan encendió paciente su cigarrillo, y raudamente giró sobre si,
no fuese que alguien estuviese a su acecho con los ojos henchidos de muerte.
Por si acaso, sigiloso buscó un callejón por el que despistar a cualquiera que le pudiese seguir , y al que la
letanía de una abuela, había transformado en su presunto asesino. Habiendo descartado cualquier emboscada y más seguro, frenó en seco y preguntó a un feligrés de Saluya que pasaba por su lado.- ¿ Sabe dónde está el Tío Celerino?
- ¿ Donde va a estar? - Le replicó el otro al que la etiqueta desusada del señor Rulfo, le producía una irritación difícil de dominar.- O confirmando, o tomándose algo en la frasca del Abundio.
- ¡Muchas gracias, caballero! - Juan hizo una leve reverencia y presuroso se dirigió a la taberna, con el objetivo de captar las fabulosas historias de Celerino, que Juan anotaría en papel, para pasarlas si merecían la pena a máquina, ¿por qué no con una vieja Adler número 7?
En realidad, Llano en llamas se habría tenido que llamar Los cuentos del tío Celerino, en honor de aquel borrachín de gran facundia, que soltaba el lastre de los recuerdos relatando las peripecias de los asesinos más vilipendiados, que de una noche vulgar a una noche encantada recuperaban la vida de unos pacíficos padres de familia ( ver estupendo artículo de Mario Noya sobre nuestro autor). Con todo, había una "violencia retardada" o latente en ellos como reconocía Rulfo, que estallaba en el momento más insospechado. Si a alguno de aquellos maulas se les miraba por encima del hombro, desenfundaba el colt en un santiamén y despachaba al desgraciado. Daba igual que echase al traste una vida reformada, era la ira en su estado más primigenio. Por eso, cuando se metía en una taberna, predispuesto a empaparse como una esponja de las hablillas de su comarca, guardaba mucho cuidado de ofender a los tipos terne que pretendía exprimir, tal y como le habían advertido las mujeres de su familia. La literatura del jalisciense recorre el Méjico ulterior a la Revolución mejicana y a Las Cristiadas que habían dejado aquel poso de cólera encubierta. Para su familia fueron letales las Cristiadas, movimiento cristiano que surgió en protesta contra la Ley Calles, que prohibía entre otras cosas, la profesión de la fe cristiana en público. El autor, cigarrillo en ristre, proclamaba que había sido un movimiento estúpido, de una radicalidad inusitada, y a resultas del cual, su padre y su abuelo perecieron asesinados. En esta ola convulsa, el papel de las mujeres fue fundamental para crear un clima de terror, puesto que azuzaban a sus hombres con el anzuelo de la masculinidad " cómo no vas a ser macho para defender a nuestro Rey Jesús". No son menos violentas que los hombres, si cabe más, decía el escritor mejicano. Asimismo, su participación fue vital para el transporte de armas que camuflaban en sus ropajes.
Así surgió Llano en Llamas, publicada en 1953. Unos años más tarde, y a pesar de algunos amagos para contar con la ineluctable novela en su producción, sin la que no se es escritor para algunos críticos, Rulfo alumbró Pedro Páramo, otro clásico de la literatura universal. El gran novelista alude a aquel período como lleno de tribulaciones y dar a luz a Don Pedro es descrito como un proceso personal doloroso. A partir de aquí comienza la leyenda, puesto que se le secó la inspiración. Resulta curioso porque durante años habló a los especialistas de una novela de tamaño contundente que pretencionsamente había titulado La cordillera, y que iba mutando en cuanto a temática o título de la misma. Legajos que no se encontraron tras su muerte en lugar alguno. Puede que el perfeccionismo a lo John Cheever le llevase a acabar con ellas en la papelera. Enrique Vila Matas, el ingenioso escritor español, que nos engancha con su lúcida metaliteratura lo incluye en su nómina de impagables Bartlebys, literatos a los que la inspiración los deja completamente yermos. Tras Pedro Páramo solamente publicó El gallo de oro y otros textos para cine, un cúmulo de relatos que sigue abundando en los mismos tópicos pero sin la brillantez de las anteriores producciones. Cuando se le preguntaba al respecto, acabó confesando que muerto el Tío Celerino, no se le ocurrían historias que contar.
- ¡Muchas gracias, caballero! - Juan hizo una leve reverencia y presuroso se dirigió a la taberna, con el objetivo de captar las fabulosas historias de Celerino, que Juan anotaría en papel, para pasarlas si merecían la pena a máquina, ¿por qué no con una vieja Adler número 7?
En realidad, Llano en llamas se habría tenido que llamar Los cuentos del tío Celerino, en honor de aquel borrachín de gran facundia, que soltaba el lastre de los recuerdos relatando las peripecias de los asesinos más vilipendiados, que de una noche vulgar a una noche encantada recuperaban la vida de unos pacíficos padres de familia ( ver estupendo artículo de Mario Noya sobre nuestro autor). Con todo, había una "violencia retardada" o latente en ellos como reconocía Rulfo, que estallaba en el momento más insospechado. Si a alguno de aquellos maulas se les miraba por encima del hombro, desenfundaba el colt en un santiamén y despachaba al desgraciado. Daba igual que echase al traste una vida reformada, era la ira en su estado más primigenio. Por eso, cuando se metía en una taberna, predispuesto a empaparse como una esponja de las hablillas de su comarca, guardaba mucho cuidado de ofender a los tipos terne que pretendía exprimir, tal y como le habían advertido las mujeres de su familia. La literatura del jalisciense recorre el Méjico ulterior a la Revolución mejicana y a Las Cristiadas que habían dejado aquel poso de cólera encubierta. Para su familia fueron letales las Cristiadas, movimiento cristiano que surgió en protesta contra la Ley Calles, que prohibía entre otras cosas, la profesión de la fe cristiana en público. El autor, cigarrillo en ristre, proclamaba que había sido un movimiento estúpido, de una radicalidad inusitada, y a resultas del cual, su padre y su abuelo perecieron asesinados. En esta ola convulsa, el papel de las mujeres fue fundamental para crear un clima de terror, puesto que azuzaban a sus hombres con el anzuelo de la masculinidad " cómo no vas a ser macho para defender a nuestro Rey Jesús". No son menos violentas que los hombres, si cabe más, decía el escritor mejicano. Asimismo, su participación fue vital para el transporte de armas que camuflaban en sus ropajes.
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Ejército popular de cristeros, armados hasta los dientes |
Así surgió Llano en Llamas, publicada en 1953. Unos años más tarde, y a pesar de algunos amagos para contar con la ineluctable novela en su producción, sin la que no se es escritor para algunos críticos, Rulfo alumbró Pedro Páramo, otro clásico de la literatura universal. El gran novelista alude a aquel período como lleno de tribulaciones y dar a luz a Don Pedro es descrito como un proceso personal doloroso. A partir de aquí comienza la leyenda, puesto que se le secó la inspiración. Resulta curioso porque durante años habló a los especialistas de una novela de tamaño contundente que pretencionsamente había titulado La cordillera, y que iba mutando en cuanto a temática o título de la misma. Legajos que no se encontraron tras su muerte en lugar alguno. Puede que el perfeccionismo a lo John Cheever le llevase a acabar con ellas en la papelera. Enrique Vila Matas, el ingenioso escritor español, que nos engancha con su lúcida metaliteratura lo incluye en su nómina de impagables Bartlebys, literatos a los que la inspiración los deja completamente yermos. Tras Pedro Páramo solamente publicó El gallo de oro y otros textos para cine, un cúmulo de relatos que sigue abundando en los mismos tópicos pero sin la brillantez de las anteriores producciones. Cuando se le preguntaba al respecto, acabó confesando que muerto el Tío Celerino, no se le ocurrían historias que contar.
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Una novela redonda que entró directamente
en la literatura universal
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Por último, abordemos una polémica algo artificial, ya que se acusa al legado de Juan Rulfo de eclipsar a autores tan ponderados y por citar a unos pocos como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Sergio Pitol o Roberto Bolaño ( éste último a pesar de no renunciar a su chilenidad en vida, se consideraba fruto mejicano). El bagaje de violencia que late en sus páginas ha proyectado también un arquetipo de mejicano que por un quítame esas pajas es capaz de rociar de balazos al prójimo. Seguramente Méjico sea mucho más, y la pesada herencia de Pedro Páramo y Llano en llamas no es capaz de ocultar la grandeza de una literatura que ha sido tan pródiga en grandes autores. Nosotros consideramos estéril esta observación, dado que Rulfo con su quebrada personalidad, ha ensanchado los límites de una literatura que es de por si muy brillante. No nos imaginamos qué hubiese sido de haber publicado cuatro o cinco novelas más. El Nobel en cualquier caso le rondó. Y suponemos que su leyenda crecerá con el centenario de su nacimiento, porque su obra sin duda lo merece. Por más peros que le podamos poner. No debemos olvidarnos de su excelso dominio del tiempo narrativo, con saltos continuos, y en el que los muertos, producto cultural azteca por excelencia, cobran protagonismo. Nos quedan además los austeros y sombríos diálogos a los que Verne dedica un artículo . Preñados de la lógica del Llano, en el cual la dureza del medio, se filtra por todos los resquicios hasta por las habladurías más nimias.
(1) Un prontuario mítico que en el que llegó a colocar el fajín de millones de ejemplares vendidos.
Me viene genial tu artículo y los enlaces porque ando en los páramos de Rulfo.
ResponderEliminarNo se me ocurrirá entrar en la "polémica" sobre autores fecundos o lo contrario, pero es de agradecer que un escritor no escriba si no encuentra el motivo para hacerlo. Cierto también lo contrario, que si el escritor tiene que escribir para ganarse el pan tampoco se le puede objetar nada.
Muchas gracias,Rubén,por leerlo y comentar.Es una literatura compleja,en la que lo telúrico del adobe se entremezcla con la zona de tinieblas donde moran los muertos,y que le permiten unos saltos narrativos sin que el todo pierda coherencia.Para entender su obra también es conveniente,conocer el entorno pleno de desafueros,que son en opinión de Rulfo,una herencia siniestra de un periodo de claro ardor revolucionario.Él mismo se jactaba de que para entender sus obras,había que leerlas tres veces.Yo lo hice una por obligación(en el instituto),y otra por devoción hace unos diez años.Quizá Rubén haga caso a Rulfo,y me lance una tercera vez para comprenderlas definitivamente.A él le cosificaron como heredero de la narrativa de Faulkner.Las categorias pueden ser injustas.
EliminarNos seguimos leyendo.Gracias por el rayo de tu inteligencia.
Leí muy joven a Juan Rulfo y me marcó ese crudo protagonismo del paisaje, y la violencia y la deshumanización tan palpables. Como en un Quijote hiperrealista donde no hay refugio posible en la ensoñación o la locura.
ResponderEliminarRulfo representa el lado más árido de México y, por extensión, de Latinoamérica. El lado luminoso está en el realismo mágico.
México tiene mucho que ver con la violencia, ciertamente. Pero la violencia es un asunto más complejo de lo que parece, allí o en cualquier parte. Una cosa buena de los mexicanos es su sinceridad apasionada, brutal también. Y su nacionalismo tan coherente. Odian la corrupción de su país pero son más patriotas que nadie. Lo cual no se contradice, y podríamos tomar nota en España.
En eso estamos de acuerdo,Bonifacio.Méjico sería un gran país sin esa crudeza desaforada,pero España se ha olvidado de sí misma.La leyenda negra,los años de dictadura nos han hecho que demos la espalda al pasado.Hasta la izquierda en la República apelaba a la Guerra de la Independencia,para enardecer a sus combatientes.En mi caso que me considero de unos cuantos lugares,adoro mi país con devoción.Porque hay mucho esplendor tras su historia.
ResponderEliminarGenial, amigo Sergio, me ha encantado el artículo. Creo que el propio Rulfo podría ser el personaje central de una novela. Hizo muy bien en enterrar al Tío Celerino, creo que el propio paisaje y sus personajes asistieron al sepelio... y Rulfo enmudeció para siempre que otra cosa podía hacer. A pesar de todo su fama hay sigue creciendo...
ResponderEliminarFelicidades Sergio!!! Un fuerte abrazo.