Un golpe sordo, de cuerpo inerte había resonado en la pieza oblonga y en toda la casa. La babilla que espejeaba a la luz de los candiles, había brotado de la comisura de los labios de aquel hombre orondo, que rondaba una cincuentena considerada ancianidad para aquella época. Hasta que aparecieron frente a sus párpados entrecerrados, como sueños velados, tanto el fámulo que le veneraba como maestro celestial y el criado siempre reservado y menguante, en cuanto el señor elevaba el tono. Ambos habían alargado los pasos ante el estruendo, subieron las escaleras al piso superior al trote, con caras de muda extrañeza. Intuyeron la desdicha que a la postre acabaron por confirmar. El maestro con leve estertor, tumbado bocabajo, emitía un chirrido como si quisiese vocalizar unas palabras. Rápidamente el fámulo le espetó al criado.- ¡Vamos, corre, que parece que le ha dado un ataque al corazón! Quitémosle la camisa y todo lo que le apriete, y pásel...
Un viaje por la historia y la cultura