Un
golpe sordo, de cuerpo inerte había resonado en la pieza oblonga y en toda la casa. La babilla que espejeaba a la luz de los candiles, había brotado de la comisura de los labios de aquel
hombre orondo, que rondaba una cincuentena considerada ancianidad para aquella época.
Hasta que aparecieron frente a sus párpados entrecerrados, como sueños velados,
tanto el fámulo que le veneraba como maestro celestial y el criado
siempre reservado y menguante, en cuanto el señor elevaba el tono. Ambos
habían alargado los pasos ante el estruendo, subieron las escaleras al piso
superior al trote, con caras de muda extrañeza. Intuyeron la desdicha que a la
postre acabaron por confirmar. El maestro con leve estertor, tumbado bocabajo, emitía un chirrido
como si quisiese vocalizar unas palabras. Rápidamente el fámulo le espetó al
criado.- ¡Vamos, corre, que parece que le ha dado un ataque al corazón!
Quitémosle la camisa y todo lo que le apriete, y pásele por favor, un paño con
agua bien fría para que recupere el conocimiento.- Enseguida entornó sus
pupilas a la frente sudorosa del ídolo yacente, los ojos desorbitados e irisados.-
Retírele la lengua para que no se ahogue.- Le alcanzó el mango de un peine que hubo desenroscado. -
Me marcho a buscar a un médico.- El fámulo salió raudo hasta que se topó con un duque melómano, que le brindó los servicios de su galeno. George Friedich Haendel logró salvar la vida de una apoplejía, que inmovilizó su lado derecho.
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Pequeñas miniaturas con las que Zweig,
nos da pinceladas de su maestría
como narrador y sus vastos conocimientos
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Sin
duda, como nos describe el gran Stefan Zweig (1) en uno de sus Momentos estelares de la humanidad, la rápida intervención de los
servidores de Haendel le había salvado la vida. De no haber ocurrido así, la
humanidad entera se hubiera perdido El Mesías de este compositor, esa maravilla musical
donde el autor logra la perfección como pocas veces ha ocurrido en la historia
del arte ( más otras composiciones posteriores). Pero el camino de la recuperación fue una dura travesía para el músico. No en vano, el
doctor que le diagnosticó un ictus, le confirmó que el cariz de la lesión le hacía ser escéptico respecto a la recuperación total del enfermo. Haendel estaba hecho un cromo, con sus labios perpetuamente crispados. Al principio, como un bulbo languidecía pesaroso porque se quería
incorporar a la vida, arrellanado en un triste rincón de su salón. Le habían conducido al accidente vascular un cúmulo de factores: el frenesí de la obra que iba a estrenar y los acreedores
que como moscas se habían arracimado en torno suya, porque los plazos del estreno de
la obra se dilataban y por ende, los retornos de la inversión. Todo un ramillete de razones que estuvieron a punto de malograr tanto al compositor como a su famoso Mesías. Esta historia que relata con verdadera pasión el
escritor suizo, es un ejemplo claro de superación, más en estos casos de ictus
que suelen destruir lo que fuimos como personas. Somos seres conscientes y cuando desaparece nuestro pasado, qué queda realmente de nosotros. ¿O cuando somos conscientes de nuestro estado e incapacidad para comunicarnos?
Además, Stefan nos toca la fibra sensible con esta historia, sin duda. ¿Quién no ha sufrido las consecuencias de una parálisis en las
carnes de un familiar cercano? En nuestro caso, nuestro padre, que de ser una de las
personas más cultas que jamás hayamos conocido, por un ictus pasó de la noche a la mañana a farfullar unas pocas palabras que resultaban ininteligibles. Antes del accidente vascular, en cuanto captaba un mínimo haz de atención, nos
desplegaba a sus hijos las servilletas para explicarnos como el General Giap había ganado la
partida en el campo de batalla y en la retaguardia a los americanos. Avido de compartir ese
dejo de sabiduría que traslucía - al final, pese a los disensos de una juventud
candorosa, me he ido aviniendo a sus conclusiones, que tras muchos giros,
me parecen de lo más lúcidos -quedó reducido a una persona que vocalizaba
apenas las palabras. Poco a poco con una psicopedagoga y después de largas sesiones
que le exasperaban, porque enseguida le llegaba la llantina al verse tan imposibilitado, fue superando su difícil situación. Tampoco podíamos reprimir las lágrimas que rápidamente nos enjugábamos para aparentar una ilusión, que teníamos que contagiar al enfermo. Fue mejorando aunque le fallaba la memoria. El se repetía "con lo que he sido"- no podía acabar la frase. Con todo, mejoró, recuperó la movilidad y parte de una memoria prodigiosa.
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Haendel, enorme músico y luchador. |
Al compositor alemán afincado en Inglaterra, también le aguardó una lenta recuperación. El doctor le había recetado baños diarios de agua caliente de dos horas, con el objeto de recuperar la movilidad de una parte del cuerpo. ¿Qué hacer cuando éste no responde a una mente en constante ebullición? En lugar de las dos horas, y a fin de acortar los plazos marcados por los expertos, el testarudo compositor alemán se despojaba de su peluca y paciente se sumía en las aguas bien cálidas del balneario durante nueve horas. ¿ Maceraría su cuerpo como pronosticaron los médicos que desaconsejaban un tratamiento tan intensivo, que podría ser en todo caso contraproducente? Cuando el milagro se produjo, y poco a poco, fue recuperando la movilidad perdida, su mente habría aprendido a recurrir a otras zonas vagas de su cerebro para recuperar una actividad frenética. Más tarde, su pesadumbre se tornó más angustiosa si cabe. No era capaz de componer más de dos notas seguidas. Sabíamos de su exigencia, y la inspiración no afloraría como antaño. Tendría que rendirse, no obstante, empezaron a llegarle rachas de inspiración en cuanto leyó un libreto con sus formulaciones divinas, luciérnagas de luz que vertieron todo su caudal creativo, con el que empezó a componer. Febrilmente iba ligando unas notas con otras, estaba en pleno éxtasis creativo, ¡¡aleluya, aleluya!!. Aquel viejo atacado por una de las enfermedades más discapacitantes, remontaba el tortuoso camino para crear una de las más bellas composiciones musicales de todos los tiempos.
Pese a que las deudas le asolaban al haber estado tanto tiempo sin trabajar, como presentía que su vuelta había sido un regalo divino, decidió que no sólo la recaudación del estreno recalase en las arcas de una institución benéfica, como era costumbre por otra parte en la época, sino que lo recolectado en cualquier representación, financiase los hospitales y la mejora de las condiciones de vida en las cárceles de los alrededores de Londres. Otra vez acuciado por los acreedores, las costosas representaciones obligaban a fuertes desembolsos que acababan por volver exangüe su economía, no obstante, nada amargó a Haendel que supo desde su accidente, que el tiempo que vivía, éste sí, que era de prestado. Asimismo, la divinidad le permitió tornar con toda su fuerza creativa. ¡ Qué le importaba lo demás!¡ Había creado El Mesías! Quién no se sobrecoge al escuchar tanta hermosura y al conocer su historia de superación, se esperanza con su ejemplo.Siempre le decimos a los enfermos que hay que querer para poder. Es verdad que la dura travesía no es ni mucho menos un cuento de hadas, y que ellos jamás compondrán una pieza como la de Haendel. En estos casos, el trabajo luce, no todo lo que nos gustaría. Muchas gracias, Stefan por conmovernos con esta historia de superación.
(1) Zweig
que vivió el baqueteado siglo XX, fue un testigo de lujo de los mundos que se
enfrentaron a comienzos de dicha centuria. Una anécdota que cuenta el propio
autor, fue la del estreno de su novela Ardiente secreto, un folletín amoroso
con la excelente prosa a la que nos tiene acostumbrados Zweig. El veleidoso azar
quiso que coincidiese con el incendio del Reichstag, por lo que los nazis,
resabiados por lo escandaloso del título - a poco que hubiesen leído, y salvo
que fuese un libro de claves, el libro trataba una historia de amor- le
pusieron muchas trabas para que lo publicase. Los cartelones anunciando la
venta del mismo, se prestaban a interpretarlo como una insinuación a que el
fuego habría sido provocado por los vástagos del Führer.
Interesante historia de superación, bien contada. Me recordó a la de Stephen Hawking, a quien le pasó de todo, y ahí sigue.
ResponderEliminarSí, el Mesías es sublimne. Y es verdad, la mente es frágil y si la perdemos puede ser muy duro para nosotros mismos y para los que nos rodean.
Si me lo permites te tomaré prestado lo del Reichstag y el secreto ardiente para mi sección de anécdotas.
Saludos.
Por supuesto,Bonifacio.Esa anécdota la cuenta el propio Zweig.La historia de superación de Haendel es fabulosa y cualquiera de las miniaturas de Momentos estelares de la Humanidad.Un abrazo y cuidate.
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