Una humareda azul intensa como sus
pupilas, se desprendió del cigarrillo con filtro. Sofisticada,
gambeteaba por la malograda pieza con tiento, mientras expelía frases con su voz
argentina y alguna palabra en francés. - ¿Así que usted es Don Ramón?
¿El famoso Don Ramón?- El literato asintió con aires principescos. La
joven dama entretanto siguió revoloteando en torno suya, enervando por su
extraordinaria belleza, al maestro. - ¡Quería conocerle si no es mucho fastidio,
mom chéri!- El poeta calibraba la hermosura de aquel ángel caído del
cielo. Unas incipientes ojeras denunciaban sin embargo, una vida disipada.
Don Ramón no le quitaba ojos, estudiaba a la joven, porque quería llegar a sus
propias conclusiones. Había oído hablar tanto de la musa de los bohemios
parisinos, que le azuzó una curiosidad insana. Manco, estaba garabateando con el otro brazo, el derecho y el que le
quedaba, unas notas de la próxima novela y vino aquella corriente impetuosa,
que escupía preguntas sin parar.- ¿ Es cierto que le devoró el brazo un
escualo? - Antes de que le contestase, había expirado la siguiente
pregunta en las labios de la damisela.- ¿Nadaba cinco millas todos los días en el Océano
Atlántico?
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María Teresa retratada por Julio Romero de Torres,
su belleza lancinada por unas ojeras perpetuas.
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- No, fue un dragón.
- Me está usted tomando el pelo.- Su
acento chile, chilísimo sedujo al viejo. Ella siempre había sido para
sus compatriotas la maroma santiaguina para la remembranza sutil. Qué mejor recordar la
patria salina que a través de los labios mojados de María Teresa. - Los dragones no existen, chevalier.
- Y tampoco.- Se arrogó todo el
misterio, con una frase que dejaba al desgaire lo que quería decir.
- ¿Tampoco, qué?
- Qué tampoco nadaba cinco millas. ¿
De dónde dice que se ha sacado esa tontería, señorita?- Le espejeaba una baba al escritor. La cintura de ánfora de la señorita le resultaba deliciosa, adornada además con tanto aspaviento, traía algo indeterminado y por supuesto cómico.
- Vicente me dijo que.- Estaba anonadada,
el tótem que había visto en infinidad de estampas hablaba, no era una estatua y
además le reprendía. María Teresa sabía que era la debilidad de muchos hombres,
más que eso, su musa. Cuando decidió unirse a la jarca de artistas, renunciando
a sus obligaciones de madre, había escandalizado a todo Santiago de Chile. Una
belleza luciferina que hacía perder el juicio a los hombres más probos, pero
había que condenarla. ¡ Vade retro! El propio Vicente Huidrobro fue su
galante, el que le contó aquella anécdota del brazo, y el que le rescató del convento donde por celos le había recluido su marido, el todopoderoso Balmaceda. Por lo que la señorita recuperó de
pronto el suficiente ardor para reponer a Valle Inclán- Su excelencia, que le
había escuchado en el Café de la Montaña, contar esa historia.
- ¿ Qué Vicente, señorita?
- Mi amigo, Vicente Huidobro.
- ¡Ahhhh!- El petimetre ese, que es un buen diletante, balbuceó para sí el fauno gallego.- ¿Y qué le ha traído hasta aquí entonces?
- La curiosidad. Quería saber si era
cierta la leyenda de su brazo.
- Fue en un duelo.
- ¿Qué ganó usted?
- No, lo perdí, no le parece evidente.
Aunque gané la vida. - Siempre fabulaba pese a que un conato de sinceridad
flamease en sus labios. Antes de que la conversación se reanudase, sintió un
fuerte dolor en la barbilla. La nefertiti, le había tirado de sus barbas
luengas.- ¿Está loca?
- Quería comprobar si eran reales o un
postizo.
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El nemoroso poema de Huidobro,
maestro del vanguardismo hispano, logra
con esta obra cimera, colocar a nuestro idioma
en el frente más ardoroso de las letras.
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Así comenzó una tierna amistad, quizá tan
dulce, sin malentendidos entre la poetisa María Teresa Wilms Montt y uno de
nuestros faunos de las letras, el genial Don Ramón de Valleinclán. La chilena
de una belleza inconmensurable se convirtió en la consentida de un gran círculo de
literatos en Madrid. Venía con ecos de celebridad de la Lutecia, refugio de artistas, donde Pablo Picasso, Huidobro y otros rutilantes genios, habían adorado a una mujer cuyo talento poético era envidiable, aunque careciese de la constancia para encimar una obra definitiva. Su facha de hada hermosísima, y un cartel de haber violado todas y cada una de las convenciones- se preciaba en los cenáculos de su condición de masona- resultaba un cóctel altamente atractivo para cualquiera. Ella llegaba, se posaba como una presencia telúrica en las tertulias y no se
arredraba en tomar guisquises y fumetear como un caballero, para blandamente
sentar cátedra. No había quien contrapusiese argumentos, si se había preciado
de tirar de la barba al montaraz gallego, qué no sería capaz de hacer
aquella bravura de fémina.
Como seguidora de Safo, tiene algunos poemas que revelan una gran
delicadeza. La joven como decíamos, frecuentaba también los ambientes parisinos, aunque
sus experiencias en la gran Lutecia podríamos calificarlas de agridulces. No en
vano, en la ciudad en llamas por la Gran Guerra, corrieron rumores de ocupación hasta
que el Marne salvador hizo de valladar natural, y los taxis renault, que
desplazaron a los contingentes a la brecha de aquel río, de un peón inesperado para la estrategia francesa. Sin embargo, había
cundido la histeria, afloraban falsos espías por doquier, simplemente un apellido que se prestase a equívocos como el de María Teresa, conllevaba llevar ligada la sombra de la sospecha en cualquier circunstancia. A su amigo Joaquín Edwards Bello, o a su alter ego literario,
le aconsejaron salir de la ciudad en cuanto pudiese(1). Ser extranjero se había
convertido en un peligro para la integridad de uno. O espía o le conminaban a
combatir por esa Francia que reclamaban como segunda patria. Semejantes argumentos con
una pluma en ristre, esbozando una sonrisa amenazadora, resultaban de lo más convincentes.
Cuando nuestra nefertiti quiso colaborar como enfermera en el conflicto con el
Ejército americano, barruntaron sospechas tras sus apellidos que sonaban
demasiado teutones, y la retuvieron varias semanas. - ¿No se habían cambiado los apellidos la familia real inglesa,
pero yo no puedo? (2)- Como pudo salió de ese brete.
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María Teresa quiso ayudar a los soldados, sepultados
en un estero de greda.
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(1) Este episodio fue relatado por Edwards Bello en una de sus novelas. En la huida de un compañero de pieza, éste le confía un petate que resulta estar lleno de dinero y de joyas. La curiosidad le lleva a abrirlo. Según su pariente, el enorme Jorge Edwards, no sólo el protagonista da con semejante bicoca, sino que su pariente vive por entonces un período de esplendor monetario que le resulta sospechoso. El inútil de la familia es una novela biografía, que nos encanta, porque recorre los cenáculos más interesantes del siglo XX, como hizo ese protagonista maldito de la saga de los Edwards.
(2) El conflicto con los teutones llevó a la familia real inglesa a despojarse de su apellido alemán. Más detalles en este link de Wikipedia
Muy interesante y evocador, y lo describes con novelesca frescura.
ResponderEliminarMe pregunto si la musa masónica bella y ojerosa, no sería espía de verdad, después de todo. Eso le daría un buen giro al asunto.
En cualquier caso, como les ocurre a todas las personalidades fuertes, a ella le pesaba la incomprensión y la soledad en el fondo. Pese a estar rodeada de admiradores de boquilla. Que no sé yo si se habrían puesto en el paredón a su lado (o habrían movido un dedo, al menos) si la hubiesen fusilado como a Mata Hari.
Gracias,Bonifacio,por la lectura y los comentarios,que viniendo de un tipo tan novelesco,que trepida literatura en cada comentario como tú,suenan a melodía celestial.Se hizo una película de ella,pero más revuelo despertó la relación entre Gómez Carrilo y Mata Hari.Sin duda se convirtió en comidilla de un Madrid dividido por la Gran Guerra y que a las primeras de cambio se batía en duelo por rebatiñas derivadas del conflicto-se pagaba y bien a los plumillas,para que loasen a cada uno de los bandos. De aquel romance,los maledicentes propagaban el rumor de que el escritor guatemalteco fue el que traiciono a la famosa espía, entregada a los franceses.Me encanta esa época y me enredó más de la cuenta,Bonifacio.Enseguida me paso por tu blogs a descubrir novedades.Un saludo.
ResponderEliminarGracias, la historia de Mata Hari tiene miga también, sí. De momento no tengo novedades, salvo que cambié la cabecera. Voy haciendo una publicación semanal, el jueves o el viernes, no tengo tiempo para más.
ResponderEliminarSaludos.
No te preocupes, Bonifacio, las prisas son siempre malas compañeras. La literatura exige premiosidad y amor por los detalles. Le he robado más que la frase a Camilo José Cela, una actitud. Lees cualquiera de sus novelas, toda una floresta de palabras, adjetivos que parece que brotan como churros. Claro que recabando información, te das cuenta del calvario que representaba el proceso creativo para este orondo escritor. Algunas de sus composiciones las hizo de pie, por los forúnculos aviesos que se arracimaban en torno a un navajazo que le habían propinado en una de sus correrías en la noche madrileña. Y si no se resentía mucho, escribía sobre un flotador negro, que no cambiaba por el de patitos, según admite jocoso el hijo a pesar de que quisiesen tanto la madre como él, meter una nota de color al monje de la escritura. Por cuestiones que no vienen al caso, me he identificado mucho con él.
ResponderEliminarNo te haré preguntas...
ResponderEliminarCela era todo un personaje, sí. Tan humano en su obra y tan antipático en el trato personal, al menos en público. Quizá en persona era distinto, quién sabe.
En todo caso escribía mejor de pie (y me imagino que hasta a la pata coja) que otros muchos en sillón de cuero.